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El arca de Noé: descifrando la historia del Diluvio

El Diluvio Universal, un relato compartido por antiguas civilizaciones, nos hace llegar una tradición que fue enriqueciéndose a lo largo de miles de años.

No parece que la Tierra hubiera estado nunca preparada para dar cobijo permanentemente a especies sin cuento, para mantener sobre su superficie, preservadas de la extinción, todas las especies animales y vegetales capaces de superponerse en la historia.

No sabemos si Noé llegó a guarecer, en realidad, en su arca, todos los órdenes animales vivientes en aquella época en que Dios resolvió aniquilar su creación, pero aquella ya fue una primera selección natural necesaria.

Michel Pastoreau nos hace caer en la cuenta de que el texto del Génesis no menciona el nombre de ninguna especie entre los animales que suben al arca, sino que se limita a reproducir la orden que Dios cursó a Noé: «Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterás en el arca, para que tengan vida contigo; macho y hembra serán. De las aves según su especie, y de las bestias según su especie, de todo reptil de la tierra según su especie, dos de cada especie entrarán contigo, para que tengan vida» (Génesis 6, 19-21).

Imagen superior: en el año 1.750 a. C., los antiguos babilonios ya narraban historias sobre grandes inundaciones y arcas salvadoras. Una tablilla de arcilla cuenta la leyenda de Atrahasis, un héroe que construyó un arca circular para salvarse del diluvio, llevando consigo parejas de animales. Este artefacto, exhibido en el Museo Británico, ofrece pistas fascinantes sobre el origen de un mito universal. Según Irving Finkel, experto del museo y autor de ‘The Ark Before Noah’, estas narrativas de la antigua Mesopotamia habrían inspirado el relato bíblico de Noé (Imagen: Óscar Sacristán / SINC).

Un bestiario entre la realidad y el mito

Esa indefinición ha propiciado que, a lo largo de los siglos, los artistas que han ilustrado ese pasaje bíblico se hayan comportado con total libertad, y aun arbitrariedad, a la hora de elegir los animales a colocar en el arca.

En la Edad Media, por ejemplo, las representaciones del Arca flotando sobre las aguas del diluvio no siempre muestran animales. Pero cuando aparecen, el león está siempre presente, es el único animal, a lo largo del tiempo y de las imágenes, cuya presencia es sistemática en la nave.

A finales de la Edad Media, otros animales van haciendo su aparición: el elefante, el camello, el unicornio, el dragón. El bestiario ganaba en exotismo, tanto, que no presentaba una frontera muy nítida entre animales verdaderos y quiméricos (pero es que, al fin y al cabo, también estos serían criaturas de Dios).

Tú recuerda que Noé —según el Génesis y las tradiciones rabínicas— fue el único hombre avisado por Dios —pues él era el único hombre justo que habitaba entonces la tierra— de que, si la humanidad no se arrepentía de sus pecados, sería barrida por un Diluvio global.

No obstante, como el Creador quisiera conservar la semilla de su creación, ordenó a Noé construir un arca de madera suficientemente grande para cobijarlos a él, a su familia y a una pareja de ejemplares de todas las demás criaturas que poblaran la tierra, ya se tratara de aves o de bestias que andaran o reptaran por la tierra —pero también debían tener cabida los animales que fueran necesarios para la subsistencia alimenticia—.

Imagen superior: el monte Ararat, al noreste de Turquía, es el lugar donde numerosos exploradores y aventureros han tratado de hallar el arca bíblica. Desde que lo intentó en 1829 Friedrich von Parrot, muchas otras expediciones han intentado descubrir pruebas arqueológicas. Las leyendas, los fraudes y los relatos interesados han proliferado en ese enclave tan singular.

La construcción del arca

Noé, siguiendo el diseño del propio Dios, construyó un arca de tres pisos y trescientos codos de proa a popa, cincuenta de una borda a otra y treinta de la primera cubierta a la quilla, con cada cubierta dividida en cientos de compartimentos para que la inferior albergara a todos los animales salvajes y domesticados, la intermedia alojara a las aves y la superior hospedara a las sierpes y a la propia familia de Noé. Éste empleó medio siglo de morosos trabajos para construir la nave, esperando que en ese plazo Dios olvidara su propósito de venganza, pero no sucedió así, porque Aquél, ineluctable, se había arrepentido de haber creado al hombre.

Cuando concluyeron las últimas tareas de calafateo y Noé hubo de pensar en reunir a los animales, ya entonces las criaturas del mundo eran tan numerosas que esa tarea lo abrumó, de modo que pidió ayuda a Dios. Fueron los ángeles guardianes de cada especie quienes descendieron del Cielo y, con ayuda de canastas de forraje como señuelo, atrajeron a todos los animales al arca.

Noé se resistió hasta el final a creer que Dios fuera a destruir su magnífica obra: desatado el Diluvio, todavía aguantó en el exterior, pie a tierra, esperanzado en vano, hasta que las olas ascendieron hasta su cintura. El propio Dios tuvo que conminarlo a entrar en el arca, y Él mismo hubo de cerrar la puerta.

Imagen superior: el obispo James Ussher, en el siglo XVII, calculó que el diluvio había tenido lugar en el año 2349 a. C.

Convivir con los animales

Mientras diluviaba sobre la Tierra y el arca flotaba a la deriva, Noé y su familia debieron aprender a convivir con todas las bestias, y quizá de entonces data el protocolo paradójico con que los hombres vienen relacionándose con los animales: durante meses, ni Noé ni sus hijos pudieron dormir, pues la labor agotadora de alimentar a todos ellos y limpiar sus habitáculos recomenzaba de continuo. Algunas criaturas acostumbraban a comer a primera hora del día o de la noche, otras, a segunda, a tercera, a cuarta hora. Cada una exigía su propio forraje: el camello, paja; el elefante, sarmientos; el asno, centeno; el avestruz, vidrios rotos. Pero nadie sabía, por ejemplo, cómo alimentar al camaleón. Hasta que Noé —quizá otra vez inspirado divinamente— resolvió que todos podían subsistir con pan de higo.

Incluso así, en ocasiones lo vencía un agotamiento circular, como que llegó a suplicar a Dios que le liberara de esa prisión: «Mi alma está cansada —imploró— del hedor de los leones, osos y panteras». Sin embargo, el viejo Noé —en la época del Diluvio contaba ya seiscientos años—, superando el desaliento, continuó cuidando de los animales: la pareja de leones cayó tan enferma de fiebres, que por desgana de atacar a las otras bestias comía pasto como los bueyes. Al ver al Ave Fénix acurrucada y desfallecida tristemente en un rincón, Noé le preguntó por qué no había pedido comida a su debido tiempo. «Señor, tu familia ya está bastante ocupada, y no deseo causaros molestias», contestó. Entonces Noé bendijo al Fénix y le deseó —lo que acabaría cumpliéndose—: «¡Quiera Dios que nunca mueras!».

(Del Ave Fénix, Borges nos ha compilado: que el mito de un pájaro inmortal y periódico es razonable que surgiera en un país, Egipto, que buscaba eternidad en efigies monumentales, en pirámides de piedra y en momias; que Heródoto refería cómo en Heliópolis cada quinientos años se aguardaba la llegada del Fénix, cuya mole y figura son muy parecidas a las del águila, y sus plumas, en parte doradas, en parte de color carmesí; que Tácito recogió la tradición de atribuir al Fénix un plazo de vida de mil cuatrocientos sesenta y un años, aunque según Manilio, recogido por Plinio, y otra vez aclarado por Tácito, ese plazo sería de doce mil novecientos noventa y cuatro años; que según Heródoto el Fénix nacía de un huevo, pero según Plinio —que se burlaba de los terapeutas que prescribían remedios extraídos del nido del Fénix— nacía de un gusano, aunque ya Claudiano, a fines del siglo IV, se refiere al pájaro inmortal que resurge de sus cenizas, haciéndose heredero de sí mismo y testigo de las edades; y que Tertuliano, san Ambrosio y Cirilo de Jerusalén alegaron el Fénix como prueba de la resurrección de la carne).

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Imagen superior: ‘Noé’, de 2014, dirigida por Darren Aronofsky. «Así como los cristianos y los musulmanes transformarían posteriormente la figura bíblica de Noé en una prefiguración de sus respectivas teodiceas -escribe el historiador Tom Holland-, los judíos transformaron los mitos de sus señores babilónicos en algo que acabaría siendo judío».

Una rama verde de olivo

En el Arca no dejaban de surgir otras dificultades: Noé, considerando que mientras el mundo estaba siendo destruido era vano concebir siquiera la idea de llenarlo de nuevo, prohibió los ritos maritales a todos los animales, aves y sierpes.

El perro, no obstante, desobedeció, y por eso Noé lo castigó, haciendo que tras la cópula, para escarmiento vergonzoso de su rijosidad, siempre quedara unido a la perra de un modo ridículo durante largo rato.

Otros animales —puesto que estos también habían sido creados por Dios con albedrío— desobedecieron a Noé, como el cuervo, que tras amainar el Diluvio y quedar el arca varada, una vez empezaron a asomar las cumbres montañosas de entre las aguas, se negó a volar fuera para traer noticias del mundo exterior, razón por la cual Noé hubo de enviar una paloma, que regresó con la buena nueva de una rama verde de olivo en el pico, anunciando así que el desembarco era posible, que el caos había cesado, que una nueva era se iniciaba y que la repoblación de la tierra podía recomenzar.

(Según otra versión —cuenta Michel Pastoreau—,el cuervo no se negó a volar, sino que lo que hizo fue no regresar: en lugar de traer la noticia de que las aguas habían retrocedido, ignoró a sus congéneres y se quedó alimentándose de las carroñas que flotaban en la superficie. Dado que prefirió devorar la carne de los cadáveres en lugar de acudir a anunciar la buena noticia, fue maldito y se convirtió para los hebreos en un pájaro impuro y mortífero —cosa que no era ni remotamente para los griegos o romanos, ni, menos aún, para los celtas y los germanos—. La paloma, por el contrario, fue elogiada y santificada).

¿Otra selección natural?

Quizá este arca de Noé que es nuestro planeta se vea abocado a realizar otra selección natural, y quién sabe si nosotros, una de las especies que lo habitan, deberemos resignarnos a no poder refugiarnos en ella; quizá incluso el ser humano sea una de las especies que no resulte invitada a salvarse. Hasta ahora sí lo somos; somos invitados de la vida, pero haríamos bien en considerar que ningún ser humano conoce el significado de su creación.

Ningún hombre, ninguna mujer conocen el propósito —si es que posee alguno— o la posible significación de su «arrojamiento» al misterio de la existencia. Somos invitados en este pequeño planeta, resultado de un tejido infinitamente complejo y acaso aleatorio de procesos y mutaciones evolutivas que, en innumerables lugares, podrían haber sido de otro modo o podrían haber presenciado nuestra extinción (Steiner).

Pero hemos resultado ser invitados vandálicos, convertimos en un vertedero de residuos tóxicos este entorno de extraña belleza, y también el espacio exterior —como que hay ya vertederos de basura en la luna—, y asolamos, explotamos y destruimos recursos y a otras especies. De modo que en el futuro quizá el ser humano sea una de las especies que no resulte invitada a salvarse, a refugiarse en la Tierra.

Copyright del artículo © J. Miguel Espinosa Infante. Este artículo es un fragmento de Mapa del tesoro (Fragmentos para mi hijo). Publicado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

J. Miguel Espinosa Infante

Escritor. Como oficial de notaría y licenciado en Derecho, es autor de varias publicaciones jurídicas. En los libros que integran la serie 'Mapa del tesoro', quiere visitar para su hijo la historia y la política, el arte y la música, la ciencia y la religión, y redescubrirle a don Quijote y a Shakespeare.