Las ficciones apocalípticas siempre han gozado de popularidad entre los escritores de ciencia ficción… e incluso entre los cultivadores de otros géneros. Ya comentamos en una entrada anterior la que se considera como primera novela postapocalíptica de la ciencia-ficción, El último hombre, escrita por Mary W. Shelley en 1826.
Los escritores victorianos se sentían acechados por un desastre que provocaría la caída de la civilización: desórdenes civiles, epidemias, colapsos económicos, invasiones extranjeras o desastres naturales, incluso la persecución de valores puramente materialistas o el éxito mundano.
After London se inscribe dentro de ese subgénero. Una catástrofe que no se detalla arrasa Inglaterra. Las clases más pudientes abandonan el país dejando atrás a los menos educados y aquellos que no pueden permitirse emigrar y escapar del desastre. Las ciudades desaparecen y las zonas rurales quedan invadidas por el mundo natural. Los escasos supervivientes revierten a un modo de convivencia de estilo medieval. Los primeros capítulos son una sentida descripción de cómo la naturaleza se va adueñando del paisaje inglés: los bosques invaden los campos de cultivo; las ciudades han sido tomadas por ratas y ratones y las mascotas y animales antaño domésticos mueren o se transforman en nuevas razas asilvestradas; el propio Londres revierte a su antigua condición de pantano fétido.
La segunda parte es una aventura que tiene lugar muchos años después en un escenario donde naturaleza y sociedad han regresado a estados más primitivos. El país –en el sentido geográfico, puesto que ya no existe como entidad política– está poblado por salvajes, cazadores, pastores y gitanos, descendientes de los que sobrevivieron a la catástrofe. Agrupados en comunidades enfrentadas localizadas en las orillas de un gran lago interior, poco ha quedado que pueda llamarse civilizado.
El protagonista superviviente, Felix Aquila, es un joven noble, arquetipo del héroe clásico: fuerte, ágil, atractivo y valiente. Lucha en guerras, descubre las ruinas ponzoñosas de Londres y es nombrado rey por las tribus nómadas del sureste de la isla, fijándose el objetivo de fundar una especie de utopía feudal en un idílico paraje. Esta aproximación es tan deudora del cariño de Jefferies por la naturaleza como de algunas tendencias artísticas contemporáneas (recordemos el medievalismo idealista de los prerrafaelitas).
John Richard Jefferies (1848-1888) había nacido en el mundo rural inglés, hijo de un granjero. Desde pequeño había disfrutado y amado la vida al aire libre pero su inquieto temperamento no le llamaba a seguir la profesión de su padre y en 1866 consiguió empleo como periodista. Dos de sus libros infantiles están considerados como clásicos de segunda pero, en general, sus primeros trabajos no atrajeron demasiado la atención de público y crítica. Poco a poco se centró en las narraciones sobre el mundo natural y la vida en el campo, género por el que es más recordado. Su obra más famosa fue precisamente esta, After London, una derivación futurista del estilo mencionado.
Jefferies tenía sus razones para imaginar una fantasía tan oscura en la que Londres se ha transformado en un lugar tétrico, desierto y ponzoñoso: no sólo culpaba a la ciudad de su mala salud –moriría a los 38 años de tuberculosis–, sino que le tocó vivir la llamada Gran Depresión de 1873-1896 y, como muchos amantes del campo inglés, responsabilizaba parcialmente a la capital por la destrucción de las tradicionales formas de vida rurales.
Su punto de vista del derrumbe de la civilización no fue único, existiendo no pocos ejemplos anteriores, contemporáneos y posteriores. Además de El último hombre, reseñamos en esta revista La Batalla de Dorking, de George Chesney, donde Inglaterra resulta invadida por ejércitos alemanes. Unos años antes de After London, se había editado también una narración en la que Londres sucumbía al colapso social tras un invierno devastador.
Posteriormente, la historia «La catástrofe del valle del Támesis», publicada en 1897 por Grant Allen en el Strand Magazine, describía un Londres pulverizado por una erupción volcánica; H.G. Wells describió en La Guerra de los Mundos, utilizando el mismo estilo documental de Jefferies, un mundo al borde de la destrucción por una fuerza alienígena; en 1962, J.G. Ballard escribió El mundo sumergido, en el que Londres aparece cubierta por un enorme pantano tropical infestado por iguanas y mosquitos gigantes.
El libro termina de forma abrupta y nos quedamos sin saber si los esfuerzos de Felix por crear un mundo nuevo tendrán o no éxito; pero la existencia de un rescoldo de esperanza es suficiente para no dejar a After London archivado en el rincón más pesadillesco del subgénero apocalíptico. Mitad ciencia ficción, mitad fantasía medieval, la historia en sí tiene poca sustancia, pero los capítulos iniciales, con la descripción de un mundo y un tiempo en el que el hombre ha dejado de ser el protagonista principal y en el que la civilización ha retrocedido hasta el primitivismo, sirvieron de ejemplo para muchas historias de ciencia ficción en las décadas venideras.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Este texto apareció previamente en Un universo de ciencia ficción y se publica en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.