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El “cometa” Venus e Inmanuel Velikovsky

Leo un comunicado de la Agencia Espacial Europea publicado el 30 de enero de 2013: «La sonda Venus Express de la ESA ha realizado un sorprendente descubrimiento: durante un periodo en el que la presión del viento solar era inusualmente baja, la ionosfera de Venus se expandió en su cara nocturna, como si se tratase de la cola de un cometa.

La ionosfera es una de las regiones más altas de la atmósfera, compuesta por partículas con una ligera carga eléctrica. El campo magnético del planeta determina en parte la forma y la densidad de su ionosfera. En el caso de la Tierra, gracias a su fuerte campo magnético, la ionosfera se mantiene relativamente estable ante los cambios en la presión del viento solar. Sin embargo, Venus no tiene campo magnético propio, por lo que la forma de su ionosfera depende de la interacción con el viento solar. Hasta qué punto la intensidad del viento solar podía alterar la ionosfera de un planeta había sido un tema controvertido, hasta que Venus Express observó por primera vez el comportamiento de la ionosfera de un planeta sin campo magnético ante una presión de viento solar inusualmente baja» (ESA)

Hasta aquí la parte seria. Ahora, vamos con lo friki, que es lo divertido.

En 1950, el psiquiatra Inmanuel Velikovsky publicó Mundos en colisión, donde lanzaba la hipótesis de que Venus no siempre estuvo donde ahora se le ve, sino que habría sido un cometa finalmente atrapado en una órbita estable y cercana alrededor del Sol. Para ello, se basaba en el estudio de las historias dejadas por las antiguas civilizaciones.

En su existencia errática, el cometa Venus habría sido el causante de unas cuantas grandes catástrofes registradas en la historia de la humanidad. El paso de la Tierra a través de los restos dejados por su cola habría sido el origen de las plagas bíblicas y de incontables lluvias de meteoros. Además, en los encuentros más cercanos con Venus, nuestro planeta habría sufrido importantes alteraciones geofísicas, incluyendo un cambio en la rotación terrestre a la que Velikovsky creía que se referían algunas historias persas y chinas sobre tres días de oscuridad y otros tres de luz.

En el siglo VIII a. C., el cometa Venus habría sacado de órbita a Marte y se habría acercado peligrosamente a la Tierra, provocando importantes movimientos sísmicos. Tras varios años ocasionando catástrofes en nuestro planeta, Venus y Marte terminaron por ajustarse a sus actuales órbitas.

Si realmente se puede considerar que el asunto Velikovsky es algo singular es porque la teoría del ruso provocó tal pataleta entre la comunidad científica que ni en el rosario de la aurora. Así que el jaleo atrajo la atención del público y, lo que habría sido un libro más sobre especulaciones “extrañas” al gusto de una audiencia marginal, se convirtió en un asunto mayor que ha terminado formando parte de la historia de la “ciencia”.

La historia del enfado comenzó con un artículo aparecido en la revista Harper’s Magazine a modo de promoción editorial, donde se citaba a Gorden Atwater, del Observatorio Hayden de Nueva York, quien decía que el libro de Velikovsky debía ser presentado a la comunidad científica para que ésta reexaminase los pilares sobre los que se sustentaba la ciencia moderna.

La editorial era Macmillan, una de las más prestigiosas en el ámbito científico estadounidense. Los editores habían accedido a incluir el libro en su catálogo porque era la obra de un psiquiatra que escribía sobre mitología comparada,  no porque pudiese llegar a formar parte de los textos científicos sobre astronomía.

Pero algunos astrónomos no lo vieron así, leyeron el artículo promocional, creyeron que el tema no tenía gracia y, encabezados por Harlow Shapley, director del Observatorio de Harvard, organizaron una campaña para impedir la publicación del libro.

Es lo que tiene la especialización, que puedes ser el más brillante astrónomo de tu tiempo pero no tener ni maldita idea de cómo va es eso de la sociología: las presiones sobre la editorial dieron como resultado que numerosas revistas publicaran artículos sobre cómo algunos querían violar la libertad de expresión, el ruso se ganó las simpatías de gran parte del común y su libro –sobre el que ningún astrónomo se iba a preocupar—acabó convirtiéndose en todo un bestseller.

La cosa se debió ir tanto de madre que se organizaron conferencias en universidades y monográficos de expertos para rebatir “oficialmente” a Velikovsky.

Años más tarde, Carl Sagan le dedicó unos minutos en su serie de televisión Cosmos para exponer las incoherencias de tales ideas. Incluso la flemática BBC de los años 70 le dedicó un documental…

Velikovsky parecía traerle sin cuidado las refutaciones de los físicos. Según él, las tradiciones antiguas son nuestra mejor guía para comprender el aspecto que tuvo el Sistema Solar y los acontecimientos que ocurrieron en el pasado, “no los cálculos de unos cuantos ordenadores lujosos basados en la interpretación actual de los principios astronómicos”.

Por otro lado, entre tanto escarnio, tuvo alguna compensación moral. Así, su teoría predecía que la temperatura de la superficie de Venus, debido a su agitado pasado, debía ser muy superior a lo que entonces se creía, pues se pensaba que no distaba mucho de la terrestre. El descubrimiento de que, efectivamente, así era –la media es de 463ºC—, llevó a la publicación de un artículo de desagravio en la revista Science firmado por los profesores V. Bargmann, de Princeton, y Lloyd Motz, de Columbia.

En un libro de Michael D. GordinThe Pseudo-science Wars, el autor resume que el asunto Velikovsky terminó aportando a la ciencia interrogantes hasta entonces no tomadas en serio, como que la historia del planeta está llena de acontecimientos “extraterrestres” que han causado catástrofes a nivel global.

Sin embargo, si hay algo que aprender del asunto Velikovsky es que, como dice Gordin, el peligro para la ciencia de hoy no es la pseudociencia, sino la actitud de ciertos científicos en sí. Entonces se dejaban llevar por la soberbia, hoy también. Pero en nuestro mundo actual ello conlleva un riesgo aún mayor, pues es la base para renunciar a la ética y la verdad en favor de los intereses de grandes multinacionales y fundaciones académicas.

Carl Sagan fue uno de los más firmes opositores públicos a Velikovsky, pero si por algo el divulgador favorito de quien esto escribe es un tipo más allá de su espacio-tiempo es porque nunca separó la ciencia del aspecto humano, dando lecciones no sólo de física y astronomía, sino de ética y de humildad elevada a valor moral. En el capítulo mencionado de Cosmos dedicado al asunto de Venus, resume lo que sólo unos pocos parecieron entender:

«El peor aspecto del asunto Velikovsky no es que muchas de sus ideas fueran erróneas, tontas o en total contradicción con la realidad. Más bien, el peor aspecto es que algunos científicos intentaran ocultar las ideas de Velikovsky. La ocultación de ideas molestas puede que sea corriente en la religión o en la política, pero no es el camino a la sabiduría. Y no tiene sentido dentro de la tarea científica. No sabemos de antemano de dónde surgirán los descubrimientos fundamentales sobre nuestro misterioso y maravilloso Sistema Solar. La historia de nuestro estudio del Sistema Solar demuestra claramente que las ideas aceptadas y convencionales son generalmente erróneas, y que pueden surgir descubrimientos fundamentales de las fuentes más inesperadas…»

Que ahora se haya comparado a Venus con un cometa no da ningún valor adicional, obviamente, a la teoría de Velikovsky. Pero ello no quita que, en ocasiones, ciertos hallazgos se antojen bufonadas de un universo que, alérgico a la soberbia, no pierde ocasión para pitorrearse de tanto humano encantado de haberse conocido…

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Rafael García del Valle

Rafael García del Valle es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. En sus artículos, nos ofrece el resultado de una tarea apasionante: investigar, al amparo de la literatura científica, los misterios de la inteligencia y del universo.