El antídoto perfecto contra los escritores aburridos es Trevanian. Mi adolescencia hubiera sido bastante más cutre sin él. Así que en cuanto vi estos cuatro títulos recogidos en un solo volumen (Trevanian: Four Complete Novels, The Eiger Sanction / The Loo Sanction / The Main/ Shibumi, 1984), me dije: «¡Pa’l morral!». Casi lloro al toparme de golpe con tantas viejas emociones encerradas bajo una sola tapa: he leído las cuatro novelas hace años, pero tal vez las relea o las regale a alguien para que le alegren la vida como me la alegraron a mí.
Las dos primeras conforman el ciclo del coleccionista de arte y asesino profesional Jonathan Hemlock y son muy divertidas. ¿Cómo describirlas con un solo término riguroso? Las dos son una sobrada.
Ciertamente, la novela de espionaje zenploitation Shibumi es la más deslumbrante para los ojos tiernos (cómo logra por escrito excitar el sentido de la maravilla a tal grado me plantea un enigma que jamás lograré resolver), pero con el tiempo, The Main es la que más ganas tengo de revisitar. Es una de las mejores novelas policíacas clasicistas que he leído nunca y eso para mí supone decir bastante (¡pero es que este tío dominaba todos los géneros! Sólo cojeó un poco en la novela romántica y el western… sí, también los cultivó); y recrear en mi cabeza este thriller crepuscular y hastiado, localizado en los bajos fondos de Montreal, con las figuras imaginadas de un Robert Mitchum otoñal y una primaveral Juliette Binoche, me apetece lo que no está impreso.
Rodney William Whitaker era el nombre real del enigmático y cínico Trevanian: nadie conocía su identidad, aunque todos sospechaban que se trataba de un británico o un colonizado resentido, debido a su rabioso antiyanquinismo. Pues no: era yanqui. Estaba más cerca de un legítimo Bobby Fischer que de un bobalicón Noam Chomsky, eso sí.
Un día que nadie recuerda reveló su verdadera identidad y ya no halló a quien le importara. Las obras que escribió a posteriori con su nombre real no son tan buenas o, tal vez, no las leí a la edad correcta. Sus intentos de ser un escritor serio, en cualquier caso, no llegaron a buen puerto… y ahora mismo va camino de entrar al dulce sendero del olvido planetario.
Pero, ¿y qué? En el mundo sobran los escritores serios. Y mientras esperamos la muerte… nada mejor que Trevanian para matar el rato.
Imagen superior: Clint Eastwood como Jonathan Hemlock en «The Eiger Sanction» («Licencia para matar», 1975).
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