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«Arsénico por compasión» (1944). El brillo de una comedia macabra

Como muchos de ustedes, aún jugaba con plastilina la primera vez que vi esta película. No es muy habitual, pero esta es una de esas producciones que mantienen intacto su atractivo tanto si la ve un niño como si la ve un anciano. ¿El motivo? Digamos que es una perfecta combinación de humor negro, misterio, comedia loca y romance, con un ritmo tan preciso como un chasqueo de dedos.

Antes de llegar a la pantalla, Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace) ya estaba considerada de forma unánime como una de esas obras teatrales que enamoran al público. Escrita por Joseph Kesselring en 1939, se estrenó en Broadway, bajo la dirección de Bretaigne Windust, el 10 de enero de 1941.

Más allá de la broma autorreferencial que repetía uno de los protagonistas de la función, Boris Karloff, hay otros detalles del libreto que el bueno de Kesselring tomó de la vida real. Por ejemplo, Abby y Martha Brewster, la pareja de ancianas interpretada en la escena por Josephine Hull y Jean Adair ‒dos señoras encantadoras que envenenan a tipos solitarios para evitarles una vida lamentable‒ guarda similitudes con Amy Archer-Gilligan, aquella venerable propietaria de una pensión de Windsor, Connecticut, que llevaba una doble vida como asesina en serie. Por su parte, el personaje del Dr. Einstein, cómplice y cirujano plástico del villano, Jonathan Brewster (Karloff), se inspiraba en la figura de Joseph Moran, un médico real que prosperó entre delincuentes y mafiosos.

A la hora de llevar al cine la función, varios de los intérpretes teatrales fueron contratados para repetir sus papeles: Josephine Hull y Jean Adair volvieron a encarnar magistralmente a las hermanas Brewster, y John Alexander dio vida una vez más a su enloquecido sobrino Teddy Brewster ‒uno de sus mejores papeles en Broadway‒. Boris Karloff fue sustituido por un maquilladísimo Raymond Massey, Peter Lorre tomó el relevo de Edgar Stehli como el doctor Einstein, y dos viejos amigos, Cary Grant y Priscilla Lane, se convirtieron en la pareja protagonista (el crítico teatral Mortimer Brewster y su enamorada, Elaine Harper), dos papeles que sobre el escenario ya habían interpretado Allyn Joslyn y Helen Brooks. Robando cada una de sus escenas, Jack Carson y Edward Everett Horton reforzaron el soberbio elenco de secundarios.

Aunque es bastante fiel al texto original de Kesselring, el guión escrito por los gemelos Julius J. y Philip G. Epstein ‒los guionistas de Casablanca (1942)‒ facilitaba las cosas, en términos narrativos, al director encargado de la adaptación, Frank Capra. Es cierto que los Epstein cambiaron el desenlace ‒el teatral tenía un giro macabro‒, pero el espíritu de ambas producciones era muy parecido.

Como el rodaje se desarrolló en 1941, la obra teatral aún estaba representándose con éxito. HullAdair y Alexander pudieron ausentarse del teatro durante ocho semanas, pero a su pesar, Karloff no logró hacer lo mismo, entre otras cosas porque era uno de los principales inversores (y beneficiarios) de aquel montaje, y también uno de sus principales ganchos comerciales.

La Warner, demostrando lo bien que funcionaban los grandes estudios, puso a disposición del proyecto varios de sus mejores talentos. Por ejemplo, el veterano director de fotografía Sol Polito, conocido por títulos tan inolvidables como El sargento York (1941), El halcón del mar (1940), Robin de los bosques (1938) o La calle 42 (1933), y el músico Max Steiner, verdadero titán de las bandas sonoras, que en este caso le dio a la partitura un leve aire céltico.

A modo de curiosidad, uno puede encontrar inesperadas similitudes entre el tema central de Arsénico por compasión y esa mezcla entre rock y giga escocesa que es «Run Runaway» (1984), el tema que el grupo Slade incluyó en su álbum The Amazing Kamikaze Syndrome.

Atendiendo al acuerdo entre la Warner y los responsables del montaje teatral, Howard Lindsay y Russel Crouse, la cinta se estrenó tres años después del rodaje, cuando el espectáculo ya no se estaba ofreciendo en Broadway.

Creo que el tono farsesco del film le hubiera ido bien al actor que estaba previsto para el papel de Mortimer, Bob Hope. No obstante, está claro que la presencia de Grant, en el apogeo de sus facultades como actor de comedia, le da otra categoría muy distinta a la película, y convierte a este atribulado crítico teatral, histérico al descubrir los crímenes de sus tías, en uno de esos personajes que ya han pasado a la memoria colectiva de los cinéfilos.

La hija de GrantJennifer, contaba que éste odiaba su interpretación en la cinta. Puedo entenderlo: un actor que medía al milímetro su gestualidad, muy meticuloso a la hora de modular su elegancia, se encuentra aquí sumido en un disparate macabro, y de hecho, hay momentos en que casi bordea la chifladura.

En todo caso, Grant y el resto de los actores, especialmente Lorre ‒con esos ojos parabólicos‒ y las dos ancianas, contagian sus buenas vibraciones, y nos hacen pasar un rato la mar de agradable.

Además, la puesta en escena de Capra es excepcional. El cineasta busca aquí la carcajada, pero muchas veces lo consigue a través de imágenes cuyo propósito es terrorífico. Y es así, a medio camino entre la screwball comedy y el horror expresionista, como consigue rematar un film sublime, muy provocador, bastante tierno, y desde luego, muy por delante de otras comedias negras que han intentado heredar su legado.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.