En particular homenaje a Richard Corben, autor del cartel original para el estreno y la carátula del vídeo, anoche vimos Spookies (1986), uno de los más divertidos despropósitos del cine de terror independiente de los 80.
Producto de un filme abortado y rodado un par de años antes (Twisted Souls), al que se añadieron nuevas escenas y personajes, el resultado final firmado a tres manos es un delirio de splattstick y puro nonsense terrorífico y grotesco, que no hay por donde agarrar pero que tiene una galería de monstruos y criaturas con estética de puro cómic de terror, con raíces en la E.C. y puntas en la Warren, que es imposible no disfrutar ojipláticos e incrédulos.
Hombres-estiércol que se mueven como momias y se deshacen con vino (no es broma), una mujer-araña asiática y gigante, demonios reptiloides estilo Ghoulies, una criatura alienígena tentaculada y eléctrica digna de un manga de eroguro, un hombre-gato que ronronea sin parar, un Segador escapado de la portada de un disco de Iron Maiden y zombis, decenas de zombis, dan cuenta de un puñado de personajes absurdos y ridículos al ritmo de música ochentera electro-pop y bajo el mandato de un viejo nigromante inmortal, empeñado en resucitar a su esposa muerta (que no le quiere ni ver) y acompañado del hijo de ambos, un niño verdoso, encapuchado y colmilludo digno de la Familia Addams.
Nada tiene sentido, todo es como una desquiciada pesadilla producto de una indigestión de Creepy y de bolsilibros de terror de Silver Kane, pero emana tal descaro y alegría descerebrada propia de un tren de la bruja, un cartoon de la Warner o una fiesta de Halloween, tanta estética pulp y tebeística, con estupendos efectos especiales de maquillaje a cargo -entre otros- de Gabe Bartalos, que resulta irresistible. No me extraña que Corben dibujara el cartel. Sólo para paladares selectos.
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