Dos semanas (re)leyendo a Cunqueiro y a sus estudiosos. Tengo sobredosis de galleguismo. En este sentido, observo una gran diferencia entre el gallego en el que escribía Cunqueiro (años cincuenta del siglo pasado) y el gallego de sus intérpretes actuales. El de ahora es el inventado. El de Cunqueiro es el que aprendió de su madre, gallegaparlante en exclusiva. Que es, por otra parte, el que yo aprendí de mi abuela paterna, que sólo hablaba gallego.
El padre de Cunqueiro era el boticario del pueblo, si es que puedo llamar pueblo a Mondoñedo, una de las siete capitales del antiguo Reino de Galicia. Ser boticario entonces, incluso ahora, era pertenecer a las fuerzas vivas de cualquier localidad. Cunqueiro hablaba en castellano con su padre; en gallego, con su madre y con las muchachas del servicio, mozas procedentes de Miranda, la localidad de origen materna.
Buena parte de la fantasía cunqueiriana procede de sus primeros años, acompañando a su padre en la rebotica y en los paseos por los montes cercanos, escuchando a su madre los cuentos que inventaba para mantenerle a él y a sus hermanos entretenidos.
En la imagen, ‘Merlín y familia’. Edición en castellano publicada en 1969. Cunqueiro acababa de ganar el Premio Nadal y la Editorial Destino comenzó a publicar toda su obra en castellano: hasta entonces, Cunqueiro sólo había escrito en gallego, antes y después de la guerra. [‘Merlin e Familia’ se publicó, por vez primera, en gallego, en 1955, por la editorial viguesa Galaxia].
Cunqueiro considera tanto el castellano como el gallego sus lenguas maternas. Podía expresarse en ambas. Pero prefiere escribir en gallego: para mí, todo un síntoma. Luisa Muraro, filósofa italiana, habla del Dios de las mujeres, que es, entre otras muchas cosas, el dios que las madres enseñan a sus hijos e hijas. Porque son las madres quienes enseñan las primeras palabras, los primeros rezos, las primeras historias.
En el caso particular de Cunqueiro, son las mujeres de su primera infancia quienes le adentran en el universo mágico y fantástico que luego desarrollará a lo largo de toda su vida. Y lo hará, primero, en el lenguaje en el que le fue transmitido: el gallego.
Ímagen superior: entre los clásicos de Cunqueiro, destacan el ya citado ‘Merlín y familia’ (1955), ‘Las crónicas del sochantre’ (1956), ‘Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas’ (1961), ‘Las mocedades de Ulises’ (1960), ‘Un hombre que se parecía a Orestes’ (1969), ‘Flores del año Mil y pico de ave’ (1968), ‘Vida y fugas de Fanto Fantini’ (1972) y ‘El año del cometa con la batalla de los cuatro reyes’ (1974). | Casa Museo Álvaro Cunqueiro.
Mitos telúricos de una Europa ancestral
Escribe Cunqueiro: «A los tres años de su edad pasó Merlín a la escuela de Longwood, que era de letras y de armas, donde leyó latín por el Donato y griego por súmulas alejandrinas, simples por Dioscórides, farmacia galénica, medicina hipocrática, pirotecnia por el Biringucho, humores y vapores por Paracelso, alquimia por don Gabir Arábigo, y a los cinco años ya resolvió el problema de la chimenea autoventilante, que es la cuadratura del círculo en caminología.»
Este párrafo es, en sí mismo, gloria bendita. Cuando lo leo me ocurre lo mismo que cuando me acerco a algunas de las páginas escritas por Leonora Carrington. Pienso: cuánto ha tenido que leer Cunqueiro para escribir este simple párrafo. Porque a Dioscórides o a Paracelso lo puede citar cualquier pelagatos, pero la pirotecnia del Biringucho ya empieza a ser de nota.
Claro que, también te digo, para saber esto último, no se puede ser un cazamisterios de quinta regional, de esos que persiguen ovnis y espantapájaros. Para saber quién es el Biringucho tienes que haber leído algo más que esos libros de todo a cien que algunos presumen de poseer.
Imagen superior: Estatua de Álvaro Cunqueiro (1911-1981), mirando la catedral de Mondoñedo.
Cunqueiro es uno de los pocos escritores españoles fascinados por eso que se ha venido en llamar «nordismo».
Cirlot (Eduardo) y él son los máximos representantes patrios de ese deseo por las brumas matinales, esa querencia por caballeros medievales en busca de caminos y griales, esa pasión por mitos telúricos que hunden sus raíces en la más ancestral de las Europas.
Cunqueiro se caracteriza, además, por su modo de contar las cosas, con esa retranca gallega que sólo te sale si la llevas corriendo por las venas.
En Cunqueiro todo parece lúdico. Sus escritos se disfrutan, no se sufren.
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