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Henry Avery, la leyenda del pirata afortunado

Las andanzas de Henry Avery componen un drama en el que no faltan las traiciones, la aventura y los giros inesperados

De Henry Avery (c. 1659 – desaparecido en 1699), Daniel Defoe viene a decirnos que ningún pirata, habiendo hecho menos que él, dio pábulo a una leyenda tan exagerada, de tal manera que si ha pasado a la historia es para ilustrar cómo unas acciones insignificantes, alimentadas con rumores y con la propensión de la gente común a las vidas extraordinarias, pueden equipararse a hazañas.

Más astuto que valiente, desleal con sus aliados, estafador de sus propios compinches, su historia comienza cuando, incumpliendo el contrato que le unía a unos armadores españoles que lo enrolaron para luchar contra los piratas franceses de La Martinica, Avery, tras engatusar a parte de la tripulación, huyó con el buque que se le había encomendado.

Dirigiéndose a Madagascar, en el camino apresó un solo barco, un navío oriental en el que viajaban cortesanos del gran mogol que peregrinaban a La Meca cargados de ricas ofrendas para el sepulcro de Mahoma.

Las resonancias míticas que Oriente y la dignidad del Gran Khan tenían en Occidente hicieron el resto.

Lo cierto es que, en lo sucesivo, Avery vivió solo para ocultar a sus hombres la importancia real de las riquezas capturadas —parece que solo él fue consciente del valor de los diamantes expoliados—. Engañó a unos sobre sus intenciones reales, dio esquinazo a otros, abandonó a los demás en un itinerario de deshonor y sigilo que lo llevó a Nueva Inglaterra, luego de vuelta a Irlanda y después a Bristol.

Allí entregó los diamantes a unos mercaderes que le pagaron con la misma moneda: le prometieron venderlos y entregarle su valor en dinero para finalmente apropiárselos y amenazarle con denunciarlo a las autoridades si se los reclamaba.

El destino final de Henry Avery

Cuando Avery, que había regresado a Irlanda a esperar el resultado de las gestiones comerciales, se encaminó de nuevo a Bristol para enfrentarse a sus estafadores, la muerte lo sorprendió en el camino.

Se dice que no se halló en sus bolsillos dinero ni siquiera para sufragar un ataúd de la madera más barata y quebradiza. Tampoco se supo su identidad, así que, ignorándose su muerte, lo que corrió durante mucho tiempo fue la leyenda de su vida.

Riquezas, traiciones y poder en Oriente

Según esta, tras apresar el barco indio, se había casado con la hija del gran mogol, que iba a bordo y a la que habría seducido. Que en alguna vasta región de Oriente se le había concedido la dignidad de rey y allí vivía con gran pompa y numerosa descendencia. También que era dueño de una poderosa escuadra de barcos y era el príncipe de un ejército de hombres audaces, con los que estrangulaba el comercio de Europa con las Indias Orientales.

Pero cuando la gente en las calles aseguraba que el pirata Avery poseía prodigiosas riquezas ocultas en Madagascar, en realidad, se estaba muriendo de hambre, sin un chelín, en algún callejón de Inglaterra. Avery, en todo caso, pudo vivir en la imaginación de las gentes de su época una vida de éxito y placeres y suscitar la admiración y secreta envidia de sus contemporáneos.

Quizá por eso el mismo Defoe escribió sobre él una pieza teatral que tituló Avery el afortunado.

Copyright del artículo © J. Miguel Espinosa Infante. Este artículo es un fragmento del libro Mapa del tesoro I (Fragmentos para mi hijo). Publicado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

J. Miguel Espinosa Infante

Escritor. Como oficial de notaría y licenciado en Derecho, es autor de varias publicaciones jurídicas. En los libros que integran la serie 'Mapa del tesoro', quiere visitar para su hijo la historia y la política, el arte y la música, la ciencia y la religión, y redescubrirle a don Quijote y a Shakespeare.