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El pirata Barbanegra y su legado de terror

La historia de Edward Teach, conocido como Barbanegra, es la de un pirata que vivió de acuerdo a la leyenda que forjó su propia brutalidad

A diferencia de lo que sucedió con el pirata Henry Avery, quien sí hizo honor a su leyenda, para su desdicha, fue Edward Teach, que vivió entre 1680 y 1718 y de quien nos cuenta Daniel Defoe que fue llamado Barbanegra por la abundancia del enmarañado pelo que le oscurecía el rostro —ascendiendo por sus mejillas y pómulos hasta dejarle apenas visibles los ojos feroces—, barba que él mismo se dejaba crecer hasta una longitud extravagante, retorciendo las crenchas que le colgaban en pequeñas colas que luego sujetaba con cintas (dio lugar, con ello, a la imagen prototípica del pirata despiadado que más ha calado en la imaginación popular).

Las primeras andanzas de Barbanegra

Sus primeras fechorías se saldaron con capturas de navíos de todo tipo —bergantines, balandras, pesqueros, un pequeño tortuguero, buques esclavistas que traficaban con negros, incluso algún navío de guerra—, y sus primeros botines fueron harina, vino, azúcar, cacao.

Al principio, Edward Teach no fue Barbanegra, es decir, no siempre fue totalmente desalmado. En sus primeras acciones, aunque después de despojarlos, dejaba libres a sus prisioneros. Incluso renunció a cañonear la ciudad de Charleston, en la colonia inglesa de Carolina, y a pasar a cuchillo a sus habitantes, así como a degollar a los rehenes que había tomado, a cambio de un cofre de medicinas que permitiera a muchos de sus secuaces sobrevivir a la sífilis.

Conforme se avanza en la narración de Defoe, sin embargo, Barbanegra se va pareciendo cada vez más a la leyenda que de él se labraría después. Como dice el capitán Johnson, Edward Teach se sumió en un abismo de maldad.

Después de una de sus singladuras más fructíferas, con las bodegas repletas de tesoros, encontrándose en alta mar, escogió a unos cuantos cómplices y burló al resto —aquí su biografía se acerca a la de Avery— abandonándolos en un islote arenoso, «donde no había pájaros, animales ni yerbas para subsistir».

Tratos con el gobernador

Luego, en una maniobra en espera de ocasiones más favorables, se acogió al edicto de supresión de la piratería del rey Jorge de Inglaterra, que concedía el perdón a los piratas que se entregaran, y se puso en manos del gobernador de Carolina del Norte. En realidad, entró en tratos con él y le ofreció un porcentaje en el botín de sus correrías, por lo que enseguida consiguió que se le pusiera al mando de un nuevo barco —estos amaños, observa, resignado, Defoe, muestran que los gobernadores son solo hombres—. El gobernador, el señor Charles Eden, lo introdujo, además, en la buena sociedad de los plantadores de la región, y le proporcionó una esposa de dieciséis años.

«Vamos a montar un infierno, a ver quién aguanta más»

Se dice que Edward Teach la gozaba y, a renglón seguido, invitaba a sus camaradas más leales a hacer lo propio, a razón de cinco o seis por noche.

Barbanegra también practicaba una suerte de ruleta rusa con su piojosa tripulación, a varios de cuyos miembros lisió.

A la caída de las noches en alta mar, para aliviar el tedio, en la oscuridad de su camarote oscilante ante los bandazos de las olas, sentaba a sus hombres a una mesa bajo la que amartillaba unas pistolas a la luz de una vela. Luego apagaba la vela, tanteaba con las manos bajo el tablero, movía indiscriminadamente a uno y otro lado las pistolas que empuñaba ciegamente y las disparaba al azar.

Lo hacía con el pretexto de que si no disparaba a alguien de cuando en cuando, acabaría olvidando quién era. En otra ocasión, como entretenimiento, se encerró en la bodega con sus hombres, prendió fuego a varias ollas con azufre y alegó: «Vamos a montar un infierno, a ver quién aguanta más», consiguiendo que todos sus esbirros quedaran al borde de la asfixia y le rogaran abrir la escotilla antes de que él tuviera necesidad de aire.

A la caza y captura de Barbanegra

Preguntado si en caso de que le ocurriera algo en combate su esposa sabría dónde estaban enterrados sus tesoros, contestó que eso no lo sabían más que él y el diablo, y que el que más viviese de los dos se haría dueño de todo.

Barbanegra, no obstante, tuvo un final más acorde con su vida que el capitán Avery: murió a manos del teniente Robert Maynard, que fue enviado en su persecución por el gobernador de Virginia, a quien habían acudido en demanda de ayuda los comerciantes y plantadores de Carolina a los que el pirata, en connivencia con el gobernador de esta colonia, expoliaba y aterrorizaba.

El gobernador de Virginia publicó un edicto ofreciendo recompensas por la captura del filibustero, señalando en él como «justa y honrosa empresa» la de «acabar con una clase de gente que en verdad puede calificarse de enemiga de la humanidad», pero tuvo que ser el teniente Maynard quien, con una perseverancia equivalente a su valentía, exasperó con su persecución a Barbanegra, haciéndole exclamar, momentos antes del enfrentamiento final: «Así se condene mi alma si os doy cuartel, o si os pido ninguno».

Historias de horror y fantasmas

El pirata y el teniente se enfrentaron a pistola y espada, y fueron secundados por sus respectivas tripulaciones. El primero acabó con veinticinco heridas, cinco de ellas de fuego, y con la cabeza colgando de la punta del bauprés del barco de Maynard, pero aun así infundía terror en las gentes de los muelles donde fue atracando hasta llegar a su destino. Y ello justifica que años después todavía las madres amenazaran a los niños desobedientes con la aparición del decapitado fantasma de ese pirata despiadado, que deambulaba por las costas de Carolina y Virginia buscando su cabeza.

Copyright del artículo © J. Miguel Espinosa Infante. Este artículo es un fragmento del libro Mapa del tesoro I (Fragmentos para mi hijo). Publicado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

J. Miguel Espinosa Infante

Escritor. Como oficial de notaría y licenciado en Derecho, es autor de varias publicaciones jurídicas. En los libros que integran la serie 'Mapa del tesoro', quiere visitar para su hijo la historia y la política, el arte y la música, la ciencia y la religión, y redescubrirle a don Quijote y a Shakespeare.