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Madrid en fiesta

«Lo trascendente de la fiesta es que saca del templo la ceremonia motivada por un personaje sacro y la convierte en callejera»

Un calendario madrileño puede leer la vida cotidiano de nosotros los gatos como un itinerario de fiestas. Aún más, consultando a los historiadores se puede observar que nuestras alegrías callejeras datan de siglos. Recorriendo las informaciones de Ramón de Mesoneros Romanos en su Manual de Madrid. Descripción de la Corte y de la Villa que data de 1831 es donde podemos tener la pintoresca impresión de enfrentar una página de internet.  Allí volvemos a ver el panorama de la Pradera de San Isidro documentada por Goya: multitud de diversos orígenes sociales, informalidad, amistad de la gente y el paisaje, confianza mutua y, al fondo, una suerte de telón para la escena: la ciudad.

La lista es piadosa: la Virgen de la Paloma, la de la Almudena, San Lorenzo, San Isidro, San Cayetano, San Antonio, Santiago (el de Compostela, el Verde cayó en desuso) y ausencias cubiertas por el enterado lector. Sin duda, la piedad está asegurada. Pero hay que matizar pues una cosa es la liturgia y otra, la fiesta. La primera requiere el interior del templo, la segunda pide el aire libre: plaza, plazuela, calle, calleja, pradera. Se ama a la bella virginal y al hermoso santo pero convertido en un vecino, sin duda el más rumboso del barrio porque toda fiesta es barrial, es el encuentro de los vecinos que se cuentan como tales y se recuentan para sostener el aquel de la comunidad barrial, pues aquí cada cuartel de la Villa tiene mucho rumbo y hay que darle estado público.

La fiesta es ancestral. Seguramente, los romanos, como todos los pueblos del Mediterráneo, conocieron la costumbre de apoderarse de lo público para instalar esa ceremonia donde lo irregular se torna regla y la desmesura se vuelve medida. Baste recordar que, por ejemplo, la verbena era una romería que salía de la urbe latina para buscar la primera flor de la citada planta apenas asomaban los incipientes calores. Tras los romanos vinieron los godos y tras ellos, los árabes pero tuvieron que transar con lo existente.

Lo trascendente de la fiesta es que saca del templo la ceremonia motivada por un personaje sacro y la convierte en callejera. Es una manera de profanizar lo religioso o, tal vez, lo contrario que es lo mismo: sacralizar la diversión. A la ingestión de la materia consagrada se la sustituye con el alimento diario, el pan angélico se transfigura en el pan nuestro cotidiano. En esta suerte de comida compartida, de brindis con el desconocido, el gran conjunto del vecindario deviene una especie de cuerpo colectivo, de familia transeúnte, al tiempo que la calzada, la acera y la esquina son, por unas horas, el gran salón de baile de una vivienda imaginaria.

Los vecinos de Madrid que llevamos décadas en la Villa hemos observado que, en proporción al desarrollo y enriquecimiento de la ciudad, las fiestas han ganado un tronío si se quiere más tecnológico, maquinal y de aparato futurista. Aquellas cadenetas de papel entre fachada y fachada, aquel pequeño tinto de verano en vasitos de papel encerado y aquellos micrófonos con altavoz han pasado a la historia como tal vez, pasen las luces negras, la música pop y el circuito cerrado de televisión. Serán quizá curiosidades recuperadas por los eruditos y entonces resultarán deliciosas extravagancias los pinchos de tortilla, la cerveza tostada y las berenjenas en vinagre. No obstante, insistirá la verbena, vencedora del olvido y del cambio climático.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")

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