Traducido y editado por Blas Matamoro, este fascinante epistolario nos conduce a los años previos a la Revolución Francesa, cuando la historia del vecino país debía interpretarse desde el mundo suntuoso y operístico de Versalles.
En 1786 Versalles llegó a tener 266 apartamentos señoriales y mil habitaciones para los subordinados. Por allí circulaban 80.000 habitantes, entre los que había curiosos, indiscretos e intrigantes, siempre dispuestos a transformar cada desliz en chismorreo diplomático, y cada rumor en una indiscreción picante o, lo que es peor, en algo parecido a una calumnia.
El ceremonial de la corte, profuso y muchas veces delirante, se sobrepone a una intimidad –la de los gabinetes, dormitorios y salitas para reposar– que descubrimos a través de un epistolario cuya primera carta lleva fecha de 1770, cuando María Teresa de Austria tiene 53 años y su hija María Antonieta ha cumplido los 14, y concluye en 1780, interrumpido por la muerte de la emperatriz.
Los lectores disfrutarán de lo lindo con la edición de Blas Matamoro, dispuesta, según él mismo comenta, a partir de la que hizo Georges Girard para la editorial Bernard Grasset (París, 1933).
En su impecable introducción, Matamoro nos sitúa frente a este escenario, y nos proporciona las claves precisas para comprender el ambiente de Versalles y la política europea del Imperio Austriaco.
Aunque son muchas las anécdotas que se cuelan de rondón en este intercambio epistolar, María Teresa siempre deja constancia de su fervor administrativo y de su capacidad política para desanudar cualquier intriga. «Estoy muy contenta de ver cómo te has comportado con la casa del conde de Artois –escribe a su hija la emperatriz–. Nos proporciona unos instrumentos que no tenemos solamente en calidad de ideas: son los más tiernos y, a la vez, los mejores para el bien de nuestros Estados, nuestra consideración y la paz pública. Se trata de conservar y fortalecer cada vez más la alianza que subsiste tan felizmente entre nosotros» (Viena, 4 de mayo de 1773).
En contraste, la reina de trágico destino brilla en compromisos menores, como las bergeries o juegos bucólicos, con algo de cachondeo primaveral. «Es cierto –escribe María Antonieta– que me ocupo algo de mi peinado y de mis plumas pero todo el mundo las lleva y parecería extraordinario no llevarlas. Desde el final de los bailes ha disminuido mucho su altura» (Versalles, 17 de marzo de 1775).
Obediente a su mamá, y pese a su mala suerte en este aspecto de la vida regia, Marita muestra buena disposición en los asuntos más íntimos: «Estamos en Fontainebleau desde hace ocho días y el rey, al llegar, cogió un resfriado que aún le dura. (…) El próximo fin de semana me purgaré. Después de esto espero que el rey vuelva a la normalidad. Aún más: cuento con que venga a acostarse conmigo algunas veces, porque nuestras alcobas están aquí más próximas que en Versalles. Tengo en cuenta el aumento de confianza que produce el dormir juntos por la noche, pero ella no puede crecer sino despacio. Puedes estar segura, querida mamá, que no descuidaré un asunto tan esencial y que sacrificaré mi propia diversión antes que faltar a mi deber» (Fontainebleau, octubre de 1777)
No puede negarse aquí la influencia de alguien aficionado a los rumores que volaban de la ciudad a la corte y de la corte a la ciudad, Florimond Mercy d’Argenteau, embajador austriaco en París. «Para leer entre líneas estas misivas –escribe Matamoro– conviene tener en cuenta la personalidad del espía imperial, el embajador Mercy: puntilloso, sórdido y chismorreico (…) Mercy acompañaba las cartas de María Antonieta con dos informes: uno público, suerte de diario de actividades de la delfina/reina, y otro secreto. La hija se sorprende, a veces, al leer las cartas de la madre donde aparecen noticias que ella no ha dado».
Aquí queda la sugerencia. No tarden en comprar este libro: buzón y confesionario de dos mujeres que subieron, con muy desigual fortuna, a la tarima de la historia.
Nota editorial
«No hagas caso de las recomendaciones –escribe Mª Teresa de Austria–; no escuches a nadie si quieres vivir tranquila. No te muestres curiosa; es un asunto que me hace temer especialmente por ti. Evita cualquier forma de familiaridad con personajes inferiores.»
Blas Matamoro ha preparado una selección de la intensa y jugosa correspondencia entre María Teresa de Austria y María Antonieta de Francia que, hasta ahora inédita en español, no sólo está llena de consejos maternales y de cotilleos de corte, sino que configura un documento histórico de gran valor para entender parte de las convulsiones que se estaban gestando en la Europa de finales del siglo XVIII.
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