El año 711 has quedado como crucial en la historia de España. Normalmente se lo identifica con una invasión árabe y musulmana a la cual se le atribuye la calidad de fecha fundacional. Entonces: la historia de España empieza cuando invade la península una guerra racial y religiosamente determinada. Con matices muy diversos es lo que podrían decir Claudio Sánchez Albornoz, Américo Castro o Ramón Menéndez Pidal. Todo lo anterior sería, entonces, prehistoria hispánica, así nombrada por la palabra latina correspondiente. No preguntemos si los romanos también invadieron y si ya había en la península alguien al cual invadir.
En varios libros como Historia general de Al Ándalus y ¿Qué es islam? Emilio González Ferris ha sostenido una tesis opuesta, es decir que ha leído el evento quitándole las notas de ser una conquista árabe-islámica. El islam no es anterior al 800, cuando se funda la ciudad de Bagdad. En cuanto a la conquista, queda traducida a una suerte de guerra civil entre el Norte africano y el Sur peninsular, donde el historiador sitúa a una población común que tiene tratos demográficos y comerciales a partir de la ocupación romana. Las facciones entraron en conflicto, en guerra y en posterior repartija de poderes. El más elocuente es el emir de Córdoba que en el siglo IX decidió llamarse – fue el primero en hacerlo – rey de España.
Esta versión de González Ferris diseña, pues, la construcción histórica del país español como dinamizada de Sur a Norte, de Andalucía a Cantabria, por decirlo gráficamente. En ella no resulta decisivo el elemento islámico pues los tres monoteísmos semíticos – el citado, el cristiano y el judío – compartieron la empresa. Choca, desde luego, con otra narración histórica o, si se quiere: con otra historia. No es anterior al año 1000 y su sinergia es la inversa: España se construye desde el Norte, con Don Pelayo, la Virgen de Covadonga, la Cruz de la Victoria y, en consecuencia: cristianamente. Aún más: si no hubo conquista sino guerra civil, tampoco hubo reconquista, con lo que capítulos y títulos resultan polémicos.
Puede leerse la discusión académica como un choque dualista dentro de una historia española legible en un par de páginas que son un par de Españas. Una es unitaria, cristiana, nórdica y restauradora. La otra es plural, semítica, monoteísta, meridional y evolutiva. Concentrando aún más: España es una y está dotada de una esencia y un ser identitario que podemos denominar hispanidad. Existía antes de la invasión y se repuso en 1492 con la toma de Granada por los Reyes Católicos. La alternativa es una España que no responde a un ser arcaico, raigal y permanente sino a un devenir. Una España que no es sino que deviene España. Podemos decir que vamos siendo españoles aunque no lo somos del todo y acaso nuca lo seremos. Seguramente estas distinciones historiográficas pueden conducir hacia divergentes criterios acerca de qué es la historia, o sea una filosofía del tiempo humano, cuando no a opciones religiosas o políticas.
Carezco de cualquier autoridad para dilucidar el resultado de la polémica. Soy apenas un lector curioso y habitualmente acuciado por dudas cuando debo llenar un impreso donde se me pide declarar mi nacionalidad porque soy, efectivamente, ciudadano de dos Estados, el español y el argentino. Es cuando me preguntó cuán españoles se habrán considerado los judíos y los árabes expulsados de España en 1492. Eran nativos y estaban en su tierra. ¿O no?
Con la lectura de la historia ocurre siempre lo mismo. Al discutir las narraciones cabe concluir que no tenemos dos de ellas sino dos Españas y dos pasados hispanos. ¿Qué ha pasado con el Pasado? ¿No ha terminado de pasar? ¿Qué objetividad y estabilidad tiene como para considerarlo un objeto y así poderlo estudiar incluso con exigencias y pretensiones de ciencia histórica? Ciertamente – acaso sea la única certeza – es que la historia del ayer la hacemos hoy y si nos ponemos a pensar, por ejemplo, sobre la unidad y la pluralidad de España, es porque aquello, siendo tan remoto, se parece demasiado a lo inmediato. Ortega y Gasset dice, con precisión poética, que la historia es aquello que nos pasa y se torna pasado (esto último se lo añado con permiso). Sí, desde ya, cómo no pero ¿habrá terminado de pasar para serlo del todo?
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