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Lectores del futuro

Periodistas y agencieros de encuestas están cumpliendo estudios de opinión – mejor sería hablar de creencias – acerca del mundo del futuro, en especial respecto a una vida social dominada por la digitalización y la inteligencia artificial. Retengo sólo el asunto de la escritura, paso impostergable a la lectura. ¿Serán nuestros descendientes afectos o indiferentes a la costumbre de leer?

Si miramos los calendarios, este hábito aparece como lejano, datado de siglos y, en principio, reducido a quienes tuvieron el privilegio de aprender a escribir y a leer, además de disponer de libros y de otras constancias de escritura. Pero si miramos más panorámicamente este proceso, se ve que el fenómeno resulta relativamente moderno. La lectura ensimismada y silenciosa la “descubre” Agustín de Hipona en Ambrosio de Milán, discípulo y maestro respectivamente, en la alta Edad Media. Antes, la lectura se hacía en voz alta y reuniendo a los escuchas, indirectos lectores todos ellos y, a menudo, analfabetos. El lector letrado elegido lo cumplía ante sus compañeros monjes en el monasterio. El señor de la casa reunía a la familia y a la servidumbre, y hacía lo mismo en la intimidad doméstica. De tales modos, la lectura en voz alta era un buen método de control y censura. Esto de ir leyendo por la calle, en una plaza, en el metro o el avión, sólo nos ocurre desde que los libros se fabrican con pasta de celulosa y están al alcance de todos, hay bibliotecas públicas y, en especial, escuelas de primeras letras.

Un amigo escritor, reuniendo estos someros datos y preguntado por la posibilidad de la lectura dentro de cien años, ha contestado que, dada la velocidad con que corre el tiempo en nuestros días, piensa que sus libros serán considerados entonces una antigualla de especialistas como hoy las tablillas de Babilonia o los rollos de papiros del antiguo Egipto. Ciertamente, habrá que leer en los ordenadores y los móviles, pero ningún texto, sino las opciones prefabricadas para cumplir con solicitudes y obligaciones. Es decir: algo individual pero gregario, millones de individuos, cada quien con su maquinilla pero haciendo lo mismo en todas partes.

¿Y la lectura, la clásica lectura de Ambrosio y Agustín, antes de ser santificados? La escritora argentina Victoria Ocampo dice que el lector es una suerte de Robinson Crusoe, que todo el que se inclina sobre un libro para leerlo construye una imaginaria isla de la cual es el único habitante. Así copia la actitud del personaje de Daniel Defoe, que se salva de la psicosis durante veintidós años de aislamiento gracias a un solo libro: la Biblia, que supone la compañía de Dios. De algún modo, quien lee, sea la Biblia o cualquier otro texto, está leyendo una parte del Universo. De tal modo, el lector siempre se ha sustraído al tráfago de los demás hombres y las demás cosas. A la vez, se ha conectado con todos ellos y todas ellas. Y ha examinado esos signos que los antepasados, los nuestros, fueron dejando durante siglos y milenios en frágiles láminas de papel o sólidos fragmentos de piedra, cerámica y madera. Hoy nuestros registros literales son todavía más leves, palpitaciones de luz en una pantalla de ordenador, discursos sostenidos en las alturas de la nube. ¿Son menos consistentes, más pasajeros? Se diría que no: son persistentes y en esa persistencia del signo que palpita luminosamente yace una de las más hondas señas de identidad de nuestra especie: el símbolo. Se afirma donde se borra, como todo lo humano.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")