Estamos en 1989. La ciudad inglesa de Mánchester pareciera ser la capital del mundo de la música (pop). El resto del planeta comienza a conocer otra de esas obras maestras con forma de canción salidas de la que fuera casi dos siglos atrás el centro neurálgico de la Revolución Industrial: se titula I wanna be adored y la canta la banda The Stone Roses abriendo su primer álbum de igual nombre (The Stone Roses), aquella joya eterna que todavía es capaz de conmoverme tantos años después.
Le leo al artista y diseñador español Alberto Barreiro que un amigo suyo decía que “el futuro murió” con aquel disco, que ese elepé fue “el punto de inflexión cultural que marca el fin de la modernidad y el inicio de la confusa era contemporánea”: “el primer disco del grupo y el último de la Historia. A partir de ahí estamos muertos”. Esas cosas escribió Barreiro en un artículo de enero de 2022 en El País dedicado en realidad al hecho de “que las características que definen nuestra realidad se reducen a un acrónimo, VUCA (volatile, uncertain, complex and ambiguous)”. Pero vayamos con I wanna be adored, con los Stone Roses.
I wanna be adored, compuesta por dos de los integrantes de Stone Roses, los principales, Ian Brown y John Squire, fue la cara A del quinto de los seis singles (¡seis!) extraídos de aquel álbum de debut, grabado entre junio del año 88 y febrero del 89 y producido por John Leckie. El primero había tenido en la cara A una canción que podría competir como la mejor de la historia con ella: Made of stone Y el último sencillo era el de I am the resurrection, otra barbaridad pop. En su versión para el elepé dura casi cinco minutos, pero en la del single transcurre durante solamente 3 minutos y medio sencillamente perfectos. El bajo lo toca Gary Mounfield, más conocido como Mani, la batería corre a cargo de Allan Wren (Reni), que también hace coros, la guitarra es la de Squire y la voz principal la de Brown.
“No tengo que vender mi alma. / Él ya está en mí. / No necesito vender mi alma.
Él ya está en mí, / quiero ser adorado, / quiero ser adorado.
No tengo que vender mi alma. / Él ya está en mí. / No necesito vender mi alma.
Él ya está en mí, / quiero ser adorado, / quiero ser adorado.
Adorado: / quiero ser adorado.
Tú me adoras. / Tú me adoras. / Tú me adoras.
Quiero, quiero… / Quiero ser adorado. / Quiero, quiero… / Quiero ser adorado. /
Quiero, quiero… / Quiero ser adorado. Quiero, quiero… Tengo / que ser adorado. / Quiero ser adorado”.
Brown/Squire
En 2006, la prestigiosa y muy vendida revista musical británica Q, en su vigésimo aniversario dedicada al pop mensualmente, publicó una lista de las 100 mejores canciones de la historia (de la música pop, añado yo). I wanna be adored estaba en el puesto 32. Inmediatamente antes que ella se situaban las fascinantes Creep, de Radiohead, y Strawberry fields forever, de The Beatles; y justo después Karma Police, también de Radiohead, y Walk this way, de Run DMC y Aerosmith.
Nos hacemos una idea del tipo de lista que es esta cuando vemos las diez primeras, por supuesto también (casi) todas ellas británicas (Live forever, de Oasis; Wonderwall, otra de Oasis; Smells like teen spirit, de Nirvana, la única estadounidense; A day in the life, repiten The Beatles; One, de los irlandeses U2; Bohemian Rhapsody, de Queen; Love will tear us apart, de Joy Division; Stairway to heaven, de Led Zeppelin; la tramposa Bitter sweet symphony, de The Verve; y, uanmortaim, Radiohead con Paranoid android).
John Bush escribió de I wanna be adored en Allmusic que “no es solamente la apertura de uno de los mejores álbumes británicos de todos los tiempos”, sino que por encima de eso “es la tormenta sublime de una canción que presentó al público general la revolución clasicista de los Stone Roses, una actualización completa de la psicodelia de los años 60 en consonancia con la era del acid house”. Comienza con medio minuto “de retroalimentación atmosférica, que recuerda a un tren fantasma que llega a la estación”. A continuación, la “ágil línea de bajo de Gary Mounfield”, antes de que John Squire le dé el eco con “su guitarra igualmente sublime, y el baterista Reni entre a su vez unos compases más tarde con una percusión contundente y cargada de eco”. Dos minutos después de empezar la canción, Ian Brown finalmente arranca con “una anhelante interpretación vocal de la enigmática letra No tengo que vender mi alma / Él ya está en mí”. Lo que viene acto seguido son Brown y Squire elevándose “sobre la sección rítmica, entrelazando la voz y la guitarra en una espuma ligeramente vertiginosa antes de que la banda alcance una especie de clímax contenido”. La voz de Brown sigue flotando “gradualmente para repetir el título una y otra vez con más energía hasta que él y el grupo alcanzan su punto máximo al mismo tiempo, solo unos segundos antes del final de la canción”. Es maravilloso, me lo sigue pareciendo después de haberla oído cientos de veces.
No está mal la versión que el grupo danés The Raveonettes hizo en 2013 por encargo de la marca de botas Dr. Martens.
Doce años antes, Death Cab for Cutie incluyó una interpretación suya en directo de I wanna be adored en la versión deluxe de su The photo album.
Y ahora yo, que hace unos años escribí estos versos con reminiscencias de aquella canción inmortal:
¿para qué sirve un poema?
¿es algo así como un clavo o como una persiana?
o es más bien un etéreo suspiro de delicadeza marmórea
o tal vez un rotundo mazazo de espléndida sutilidad
¿sirve para fijar en un muro lo que la memoria olvida?
¿es útil como disolvente de la tristeza insolente?
o no es más que un agujero negro donde dejarse ir
o quizás una nube fascinante donde ser adorado y adorar
¿para qué nos sirve la poesía?
¿es tan necesaria como la música o como lo son los latidos?
o ni siquiera es más que el sueño de un demente fascinado
o no es sino un menguado alimento de nuestra alma dolorida
de nuestro espíritu de ángeles caídos a la espera de la noche
El segundo elepé de Stone Roses, Second coming, apareció en 1994 y a mí me encantó, pero a muchos de sus seguidores les desilusionó. Yo los vi en un directo que sí me resultó algo decepcionante el 7 de mayo de 1995 en la madrileña sala Aqualung, porque Ian Brown fue un borracho sin gracia ni arte. Lo de la vez que escuché I wanna be adored una noche muy noche ya noche tardía y cercana al amanecer en un bar de copas y pista de baile madrileño según yo entraba en él y me fui como loco a bailarla y la bailé junto a Marta Sánchez, que estaba allí en aquella pista bailándola, como yo, cerca de mí, eso no lo había contado nunca. Hasta ahora. Sí, Marta Sánchez: ¿cómo te quedas?
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