La guerra nos viene acompañando a los humanos desde el neolítico o, si se prefiere, digamos que nosotros la acompañamos a ella. Resulta, entonces, compatible con nuestras ilustres civilizaciones y así lo muestra el siglo XX, el más civilizado de todos a escala planetaria y, a la vez, el más destructivamente belicoso. Esta dualidad ha estimulado a Fernando Castillo a escribir Fervor del acero. Cuatro testimonios de la guerra de Europa 1914/1939 (Renacimiento, Sevilla, 2023, 290 páginas).
El libro se centra en cuatro ejemplos de luchadores voluntarios que, además, escribieron sobre sus experiencias. Se los puede considerar, en grados diversos, igualmente escritores. Para llegar a ellos, el autor traza un rápido esquema de la tipología guerrera porque, a través de la historia, aunque la guerra se altera como concepto y como técnica, conserva y arrastra algunos índices invariables. Si la guerra del siglo XVIII fue aristocrática, monárquica e ilustrada, la del siglo XIX lo fue plebeya, popular y romántica. Al término de la centuria se ve el modelo luego impuesto en el siglo XX, el de la guerra industrial y técnica, basada en duelos de artillería de enorme carga aniquilante pero en los cuales el enemigo es impersonal y está disuelto por la distancia.
Con medidas y matices distintos, los cuatro convocados conservan, aparte de lo ya dicho, ciertos rasgos comunes. Aman la guerra hasta la vocación y tratan de mostrarla como un espectáculo moralmente bello. Matar y morir, en heroica palestra, es hermoso y merece y obliga a la hermosa literatura. De tal modo desfilan Benito Mussolini, inventor del fascismo; Ernst Jünger, un místico de la guerra cósmica, caballeresca y del soldado errabundo y solitario; Ernst von Salomon, para quien la identidad del soldado y el obrero (o a la inversa) lo conduce a identificar guerra y revolución social, y Rafael García Serrano, un falangista juvenil e idealista que halla en la guerra civil el ejercicio sangriento más entrañable, una patética fiesta de familia.
Los cuatro pertenecen al espacio de las ideologías que fusionaron nacionalismo, belicismo, militarismo y esa curiosa revolución que Thomas Mann describió como bolchevismo pequeño burgués de derecha, por oposición al bolchevismo proletario de izquierda que fue el régimen soviético. Se ve que Castillo ha ido en pos de una de las convulsiones sociopolíticas del siglo XX pues Mussolini es su doctrinario y su teórico, en tanto Jünger y Salomon conviven con el nazismo luciendo algún margen de sospecha e incomodidad, en tanto García Serrano cree, entusiasta, que está peleando en memoria de José Antonio cuando en rigor lo está haciendo por Franco.
En definitiva: es de agradecer el minucioso trabajo documental y la rigurosa tematización que Castillo cumplió en el presente libro. Se trata de subrayar uno de los caminos por los cuales transitó el siglo XX, tan civilizado y tan bárbaro.
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