La ilustre costumbre de construir ciudades es relativamente tardía en nuestra especie. Sin entrar en detalles, cuenta con unos 10.000 años. Más tardío aún es otro hábito también exclusivo de los humanos: besarse en la boca. Los antropólogos registran la escena, al menos y tal vez no más allá, de los 6.000 años. Podría llegar a pensarse que se trata, asimismo, de un rasgo ciudadano, una muestra de urbanidad.
En efecto, el beso, aunque mudo, es un signo muy expresivo. Besar en la mejilla significa fraternidad, trato igualitario, participación de ancestros. Besar manos o pies: sumisión, servicio, obediencia, reconocimiento de jerarquías. Según se ve, besar y ser besado son ejercicios de sociabilidad, de asociación. Pero besarse en la boca complica un tanto estos códigos, aparentemente tan sencillos y elocuentes.
La boca es un pasaje fundamental de nuestro cuerpo a la vez que un espacio de intenso simbolismo. Por la boca nos alimentamos, incorporamos el mundo (Mund, mundus parecen de la misma familia), lo empezamos a transformar en beneficio de nuestra supervivencia. Además, por la boca hablamos, gritamos y cantamos, emitiendo los signos también privilegiados de nuestra capacidad simbólica.
Ahora bien: ¿qué pasa cuando nos besamos en la boca, cuando ella no nos vale para comer ni para hablar? ¿Estamos más allá o más acá de la ingestión y el verbo? Puede ser que ambas cosas al mismo tiempo. Lo que no podemos articular lo sellamos con esa intensa mudez en un gesto de suprema elocuencia. A la vez, el otro o la otra acepta y hace lo mismo. Y, por si fuera poco, hay un entrevero de labios y lenguas que hacen devorable al ser besado que besa y viceversa. Hemos averiguado el sabor de la piel pero el morreo nos informa de a qué sabe la intimidad corporal del semejante. En fin: se trata de una experiencia extrema que une la mundanidad con la interioridad. Y parece exclusiva de los sapiens sapiens, constructores de ciudades que son una imagen del mundo y una red de lugares privados, de intimidades, de casas.
Estas líneas intentan enfatizar la trascendencia del morreo, si por trascender queremos decir ir más allá, pues el abrazo y la caricia están detenidos por la piel pero la saliva es comunión y muestra de confianza. Me abro y te abro para averiguar tu gusto más personal, el apellido de tu alma, si cabe la figura. Besamos, entonces, aunque sin palabras, con toda el alma, con toda la callada música del aliento y el ronroneo.
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