Creo recordar que siempre he militado en la fe estructuralista. Posiblemente es la ideología subyacente de mi generación (o de mi mundo). Cada vez que me he enfrentado a un problema, he utilizado el método de deconstrucción y reconstrucción característico de la creación de modelos. No he concebido la realidad como un continuum, sino que, considerándola inaprehensible, la he mirado como un agregado de componentes, como un puzle.
Nuestra época está impregnada de ello: el modelo estándar de física de partículas, la propia física cuántica. Incluso algo tan banal, aparentemente, como los píxels. En otras palabras, el hecho de que analicemos la resolución de las imágenes de forma puntillista, como anunciaban Georges Seurat y Paul Signac. Como siempre, el arte se adelanta a la ciencia.
Todo esto tiene efectos secundarios muy importantes. Desde los albores de la ciencia moderna en el siglo XVII, el pensamiento científico se ha ido decantando hacia Aristóteles, obviando a Platón. Las partes son tan importantes como el todo, se produce una relación de retroalimentación (Hegel), el tiempo es real y ajeno a la eternidad. Al pasar a ser real, mensurable, el tiempo se convierte en una “larga franja de segmentos casi idénticos” (según Henri Bergson, citado por Peter Watson en su Historia intelectual del siglo XX), y entonces, como apuntaba el cientificista Hippolyte Taine, “si todo puede descomponerse en átomos, el futuro es por definición totalmente predecible”.
Ahora bien, el propio Bergson afirmó, desde la heterodoxia, en La evolución creadora que eso era absurdo, que el futuro no existe, que “el tiempo, puesto que necesita de la memoria, tiene que ser sicológico en cierta medida”. Precisamente por esto el Santo Oficio incluyó su obra en el Índice de libros prohibidos. Estaba interfiriendo en los dominios de Dios.
En este punto es donde resulta esclarecedora una obra de Byung-Chul Han (Seúl, 1959), doctor en Filosofía por la Universidad de Friburgo con una tesis sobre Martin Heidegger y profesor de filosofía en la Universidad de las Artes de Berlín. Me refiero concretamente a El aroma del tiempo (Herder, 2015). En ella diferencia entre tiempo mítico y tiempo histórico. Según el filósofo, el tiempo mítico funciona como una imagen, el tiempo histórico como una línea que se dirige a un objetivo. En ambos casos hay una narración que da coherencia al conjunto. Esta narración se estructura mediante repeticiones, rutinas y/o rituales.
Sin embargo, en el mundo moderno la narración se basa en la producción, encaminada hacia el progreso. Se convierte en un proceso finalista, que no tiene en cuenta el propio camino, como en la narración clásica. Ello “genera una atomización del tiempo, convirtiéndolo en un tiempo de puntos”. Se trata de una sucesión de informaciones y acontecimientos, que no se apoyan en una narración: “las informaciones no tienen aroma”.
Aquí es donde nace el problema. Entre los puntos hay intervalos vacíos. Los intervalos vacíos causan aburrimiento. El tiempo de puntos necesita llenar estos espacios. Al intentarlo, las sensaciones se suceden cada vez más rápido: “Se produce una aceleración histérica de la sucesión de acontecimientos que se extiende a todos los ámbitos de la vida. La falta de tensión narrativa hace que el tiempo atomizado no pueda mantener la atención de manera duradera. Eso hace que la percepción se abastezca constantemente de novedades y radicalismos”. Este mecanismo de atomización del tiempo destruye la continuidad y genera ansiedad y frustración al no permitir “ninguna demora contemplativa”.
Una ilustración de estos conceptos la proporciona Byung-Chul Han cuando incorpora a Marcel Proust a su narración diciendo: “Su estrategia temporal frente a esta época de prisas consiste en ayudar a que el tiempo recupere la duración, el aroma.”. Con lo que evoca la magdalena en el té. “A Marcel se le concede ‘un poco de tiempo puro’. Esta esencia aromática del tiempo da lugar a un sentimiento de la duración. De ahí que Marcel se sienta completamente liberado de las meras ‘contingencias del tiempo’”. Se está contraponiendo tiempo exterior (contingente) a tiempo interior o sicológico (necesario, puro, esencial).
Luego añade: “Las tres dimensiones de la existencia, traducidas temporalmente, son: pasado (consideración), presente (atención) y futuro (intención)”. Su integración permite la existencia de la narración, es decir, la propia existencia del sujeto, el ser es tiempo. Borges en “El tiempo y J.W. Dunne” (Otras inquisiciones, 1952) remacha (con su habitual humorismo) que “Dunne es una víctima ilustre de esa mala costumbre intelectual que Bergson denunció: concebir el tiempo como una cuarta dimensión del espacio.”
La solución al conflicto que propone Byung-Chul Han es volver a (o incorporar) la vita contemplativa. Es decir, integrarla en la vita activa. Recurre a Heidegger cuando éste propone volver a la lentitud y a una prolongada mirada contemplativa. La pregunta que se nos plantea es ¿en qué puede consistir la mirada contemplativa?.
En el Tao Te Ching, un producto de la cultura (Extremo Oriente) de la que proviene Byung-Chul Han, tal vez hallemos la respuesta.
«Los cinco colores ciegan el ojo. Las cinco notas ensordecen el oído. Los cinco sabores empalagan el paladar (Apartado 12)
Mantente vacío y serás llenado (Apartado 22)
El uso del Tao consiste en la suavidad ( Apartado40)
Practica el No-Hacer (Apartado 63)
Prefiere lo que está dentro a lo que está fuera (Apartado 72)»
Es decir, reduzcamos la cantidad de información y las sensaciones que nos llegan y abruman. De esa manera, nuestros sentidos se agudizarían y podríamos percibir realidades más sutiles, más íntimas e integradas en el tapiz (o relato) de nuestra propia existencia.
Byung-Chul Han termina el libro con una cita de Nietzsche (Humano, demasiado humano, 1878): “Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie. En ninguna época se han cotizado más los activos, es decir, los desasosegados. Cuéntase por tanto entre las correcciones necesarias que deben hacerle al carácter de la humanidad el fortalecimiento en amplia medida del elemento contemplativo.”
Imagen superior: Pixabay.
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