En la edad de oro de la ciencia-ficción de serie B, abundaron los invertebrados gigantes y las amenazas de otros mundos, para la alegría de los pequeños que iban al cine sin que se enteraran sus padres.
Entre este maremágnum de cintas de bajo coste, destaca Invasores de Marte (1953). El film narra una pesadilla infantil cuya puesta en escena resulta fascinante por su minimalismo onírico, fruto del escaso presupuesto, el formato 3D en que fue rodada la cinta y el talento del realizador William Cameron Menzies, en cuyo currículo se cuenta la dirección artística de clásicos tan visualmente impactantes como El ladrón de Bagdad (Raoul Walsh, 1924).
Los escenarios de la película son extraordinariamente sencillos, con unos pocos elementos básicos, frecuentemente sobredimensionados, y abundancia de perspectivas forzadas que casi convierten a los planos en viñetas de cómic añejo. A ello contribuyen los vivos colores de la fotografía, que usa la tecnología denominada SuperCineColor para crear una atmósfera opresiva e irreal.
A lo inquietante de las imágenes hay que sumarle el acierto en la temática del guión, basada en miedos tan básicos para los niños como que nadie les crea o que sus propios padres se vuelvan contra ellos, en este caso por culpa de una conspiración marciana en la que los humanos se convierten en esclavos de los alienígenas a través de un proceso quirúrgico.
Si bien la paranoia reinante se va disipando a medida que avanza la película, y el niño protagonista va recibiendo el apoyo de los científicos y el ejército estadounidense –al fin y al cabo, la Guerra Fría siempre estaba presente en este tipo de producciones–, la visita a la base subterránea de los marcianos sigue resultando fascinante, en especial por la presencia del comandante extraterrestre, una cabeza con tentáculos recluida en una esfera de cristal y poseedora de poderes telepáticos.
Todo el que la ha visto en su infancia tiene cariño a esta cinta, cuyo desarrollo y desenlace crean desasosiego y fascinación en cualquier corazón infantil.
Al retomarla en la edad adulta, es imposible no advertir la ingenuidad del guión y las carencias presupuestarias, en especial los disfraces de los marcianos mutantes –anchos monos de felpa con visibles cremalleras–, pero son detalles que no desvirtúan la sabiduría artesanal de William Cameron Menzies.
Hay quien verá este film con la idea de disfrutar de una «buena mala película», riéndose de los marcianos y considerándola un clásico del «cine cutre», pero en realidad es, considerando sus intenciones nada trascendentes, una extraordinaria muestra de suspense surrealista.
Sinopsis
Apasionado de la astronomía, el pequeño David, se despierta a medianoche al oír un ruido insólito. Desde la ventana de su habitación asiste al aterrizaje de un platillo volante que desaparece rápidamente en el suelo. David intenta convencer a sus padres de lo que ha presenciado. Al día siguiente su padre desaparece misteriosamente en el lugar del aterrizaje.
Cuando reaparece, su comportamiento ha cambiado; es frío y parece no tener sentimientos. David sabe que los marcianos han poseído su cuerpo y que se preparan para invadir la Tierra. Pero, ¿quién creería este tipo de fantasías si saliesen de la boca de un niño?
Platillos volantes, marcianos verdes y humanos lobotomizados se dan cita en este clásico de la ciencia ficción de los años 50. Una película extraña y paranoica de William Cameron Menzies (director de Things to Come de H. G. Wells y decorador premiado de Lo que el viento se llevó), sostenida por una angustiosa partitura musical y destinada a todos aquellos que han conservado sus almas de niño.
Título original: Invaders from Mars
Año: 1953
Director: William Cameron Menzies
Actores: Helena Carter, Arthur Franz, Jimmy Hunt, Morris Ankrum, Hillary Brooke, Leif Erickson, Morris Ankrum, Max Wagner, Milburn Stone
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