Aunque siempre ha sido una práctica habitual, el aprovechamiento de un bombazo taquillero ajeno para vender productos baratos que lo “toman como inspiración” estuvo en auge entre finales de los 70 y principios de los 80.
Los reyes de ese tipo de explotación fueron los productores italianos y Roger Corman, muchas veces actuando en equipo. Es cierto que la mayoría de estos subproductos eran más bien bochornosos y algo fraudulentos –los maravillosos carteles prometían espectáculo y sensaciones que nunca llegaban–, pero también se generaron algunas joyitas nada desdeñables.
Así, por ejemplo, del éxito de Tiburón (1975) nació Piraña (1978) y de La Guerra de las Galaxias (1977), Los 7 Magníficos del Espacio (1978), dos películas divertidísimas y muy dignas, con astutos guiones de John Sayles y con unos títulos de crédito repletos de futuros talentos.
Otra película imitada hasta la saciedad, con resultados casi siempre nefastos, fue Alien: el octavo pasajero (1979). El productor Roger Corman no tardó en apuntarse al carro, fabricando dos películas muy interesantes: Galaxia Prohibida (1982) y La Galaxia del Terror (1981).
Esta última se parecía a Alien en la ambientación siniestra y en la aparición de criaturas alienígenas viscosas, pero en realidad su guión estaba más cercano al de Planeta Prohibido (1956) o a más de un episodio de The Twilight Zone.
La película nos sitúa en un futuro distante –o quizá en una galaxia muy lejana, hace mucho tiempo–. El Maestro –un líder al que no vemos la cara porque su cabeza está cubierta por un extraño brillo– envía una nave al planeta Morganthus en una misión de rescate, o al menos eso es lo que les hace creer.
En esa nave viaja un grupo variopinto de tripulantes, que irán cayendo uno a uno víctimas de extraños seres y apariciones, relacionados con sus miedo y traumas más profundos. Como en Planeta Prohibido, estos “monstruos del inconsciente” parecen ir unidos a la cercanía de una inquietante construcción alienígena, en este caso, una enorme pirámide.
¿Qué secreto oculta la pirámide? ¿Tendrá algo que ver en todo esto el Maestro Gusiluz? ¿Quedará al final alguien vivo? ¿Es posible pasarlo bien con una oruga del tamaño de una vaca? A estas y muchas más preguntas invertebradas responde la tenebrosa trama del film.
La Galaxia de Terror combina una soberbia atmósfera fantasmagórica –posiblemente deudora de El Planeta de los Vampiros (1965), de Mario Bava– con los golpes de efecto más rotundos. No falta el gore, claro está, pero tampoco las sorpresas e incluso un momento sórdido y desconcertante entre una las tripulantes y gusano gigante, secuencia que se ha convertido en la más famosa de la película.
La película no trata de ser tan “seria” como Alien, pero logra alcanzar un perfecto equilibrio entre el buen terror y la ciencia-ficción ligera, de libros de bolsillo. A su favor también cuenta con un montón de colaboraciones interesantes para el aficionado, incluyendo un reparto en el que figuran nombres como Zalman King (futuro productor de películas de erotismo soft como 9 semanas y media), Sid Haig (todoterreno de la serie B, célebre por su Capitán Spaulding en los films de Rob Zombie), Robert Englund (futuro Freddy Krueger) o Ray Walston (secundario en un millón de películas y series).
Detrás de las cámaras, un director poco prolífico o conocido, Bruce D. Clark, apoyado por un joven James Cameron a cargo de la segunda unidad y del diseño de producción.
La entrega del canadiense fue tal que, además de dejar patente su particular estilo en el aspecto visual del filme, sus múltiples recursos en el rodaje se vieron recompensados con una primera película como director (la descacharrante producción italiana Piraña II: los vampiros del mar: por algo hay que empezar).
Hay muchos momentos en los que La Galaxia del Terror es esclava de su época, presupuesto e intenciones, y puede provocar más de una sonrisa por ello, pero esos momentos de humor involuntario, o quizá no tanto, forman parte del encanto de una película única, a ratos desasosegante, a ratos impactante, recomentable para ese aficionado que busca tesoros entre la chatarra y no sólo carcajadas condescendientes.
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