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«El castillo de Fu-Manchú» (1969), de Jesús Franco

Cuando uno imagina productores de la vieja escuela, piensa en tipos más bien barrigudos, capaces de levantar una fortuna mientras el corazón del director latía muy fuerte, porque la sala estaba a rebosar. En realidad, este cliché era cierto solo a medias. En aquellos días, los productores de la vida real eran personajes tan sagaces como Harry Alan Towers: oportunistas, buenos conocedores del gusto popular, y por supuesto, ahorradores a más no poder.

Con una inversión modesta y alianzas financieras, Towers logró sus mayores éxitos gracias a los folletines que Sax Rohmer dedicó al pérfido Fu-Manchú. Esos cinco largometrajes son un perfecto ejemplo del cine comercial europeo de aquellos días. En este caso, un quiero y no puedo, con grandes aciertos y detalles bochornosos en el mismo paquete.

La nostalgia ha hecho que mejore nuestra percepción de estas películas, cuya calidad fue decreciendo hasta llegar a la que protagoniza estas líneas, la quinta de la serie.

Supongo que Towers conoció el lanzamiento de Emperor Fu Manchu (1959), la última novela que editó Rohmer antes de su muerte, y comprendió que aquel maestro del sadismo era ideal para que el público se retorciese de miedo en la butaca.

En estos tiempos de corrección política, no faltará quien tilde de racista esa actualización del peligro amarillo, encarnada además por un actor caucásico. Sin embargo, en su época, nadie reparaba en tales aprensiones, y pasatiempos como este eran felizmente aceptados.

Christopher Lee interpretó al supercriminal chino en todos los films de la saga: El regreso de Fu-Manchú (The Face of Fu Manchu, 1965), Las novias de Fu-Manchú (The Brides of Fu Manchu, 1966), La venganza de Fu-Manchú (The Vengeance of Fu Manchu, 1967), Fu-Manchú y el beso de la muerte (The Blood of Fu Manchu, 1968) y El castillo de Fu Manchú (Die Folterkammer des Dr. Fu Man Chu / The Torture Chamber of Dr. Fu Manchu / The Castle of Fu Manchu, 1969).

Como ya dije, esta última película, coproducida por Alemania, España, Italia, Reino Unido y Liechtenstein, es la peor de las cinco, y refleja la fatiga de una fórmula llevada al límite de su desgaste. Sin embargo, también resulta atractiva, porque sus defectos nos dan el tono de cierto tipo de productos que no estaban pensados para un estreno a lo grande, sino para el humilde circuito de sesión continua y programa doble.

Jesús Franco, que ya había rodado Fu-Manchú y el beso de la muerte, dirige El castillo de Fu-Manchú con una desidia y una arritmia que solo se justifican si pensamos en la falta de medios y en las prisas. De hecho, como sucedía en los seriales de los años treinta, en el metraje de la cinta se recicla material procedente de Las novias de Fu-Manchú, La última noche del Titanic (A Night to Remember, 1958) y La dinastía del petróleo (Campbell’s Kingdom, 1957).

La trama tiene algún toque bondiano y cuenta con personajes que no harían mal papel en una cinta de 007, como el comerciante de opio Omar Pashá (José Manuel Martín) o la rotunda Lisa (Rosalba Neri). Por desgracia, los héroes de la función ‒Richard Greene como Nayland Smith y Günther Stoll como el doctor Curt Kessler‒ no pasan del aprobado.

En cuanto a Christopher Lee, digamos que su falta de entusiasmo convierte a su personaje en una figura de cera, que saluda a la cámara por inercia y tiene la mente quién sabe dónde.

Resulta simpático descubrir que el propio Jesús Franco, con sus aires de beatnik mediterráneo, interpreta al inspector Ahmet, como si la necesidad de ahorrar presupuesto le obligase a ese pluriempleo.

Rodada en Turquía y España, con diseño de producción de Santiago Ontañón, El castillo de Fu-Manchú nunca logra hacer de la necesidad virtud. Pero al final, uno la ve como el lejano testimonio de aquellos «palacios de las pipas», donde siempre olía a ozonopino y a colonia de domingo.

La verdad, no se me ocurre ninguna otra razón para recomendarla.

«No es nuevo, desgraciadamente ‒escribía Francisco Montaner en 1972‒, que el cine se aproveche del nombre de un personaje para intentar lanzarse hacia los caminos del lucro económico. Fu-Manchú, el mítico personaje de Sax Rohmer, junto con su tradicional enemigo sir Nayland Smith, han desfilado en varias ocasiones por las pantallas, unas veces asombrando, y algunas, la que nos ocupa, aburriendo al espectador. El reunir en un personaje, Fu-Manchú, que simboliza el mal en estado casi absoluto, la circunstancia de su origen oriental, puede llevar a un guionista con ideas, o con ganas, a una serie de situaciones y planteamientos fabulosos. Pero en la ocasión que ahora hacemos referencia ni existe ingenio en el guión, ni gracia en en la fotografía, ni el mínimo interés. Lo que es realmente punible, por parte de la dirección a la hora de intentar sacar algo de provecho del asunto (?) que tiene entre manos. El papel de Fu-Manchú ‒un Fu-Manchú moviéndose en una comparsería de verdadera risa y con unos escenarios propios de la decoración de un fin de fiesta colegial‒ corre a cargo de Christopher Lee, que presta su impresionante figura (lo que no es ninguna gracia, puesto que también la prestaría en una cinta amateur, por la sencilla razón de que no puede prescindir de ella), pero permanece forzado y ausente en todo momento, como si no estuviera decidido al empleo que va a darle el dinero que obtendrá por su interpretación (¿interpretación?) y fuera esto lo único que le importara».

«¿De verdad que tras lo expuesto ‒nos pregunta Montaner‒ desean que les diga algo del argumento? Entre cabezada y cabezada, pude deducir que Fu-Manchú desea apoderarse del mundo (¡menuda novedad!) y para ello se apodera del castillo de un gobernante asiático (de aquí el tan significativo título), desde el cual moverá los invisibles y mortíferos hilos que deben sembrar el pánico en todo el orbe. Existe un cientifico raptado (el bueno de Gustavo Re), un enfrentamiento con una banda de traficantes turcos de drogas, cuyo jefe luce un hermoso pendiente en la oreja izquierda, y tiene como lugarteniente a una pseudo Bonnie (venida a menos) que va provista de metralleta y fuma puros; un Nayland Smth (Richard Greene) cuya memez es francamente insuperable y una «hija de Fu-Manchú», Lin Tang (Tsai Chin), repleta de maldad gratuita y folletinesca. [Atención, espóiler] Al final, Fu-Manchú provoca una tremenda explosión que termina con el castillo y sus moradores, mientras aparece la esperada palabra «Fin», no sin antes escuchar la voz en «off» de Fu-Manchú que nos anuncia que volverá. En verdad este anunciado regreso fue el momento que más nos llenó de terror» (Terror Fantastic, nº 14, noviembre de 1972).

Sinopsis

Fu-Manchú (Christopher Lee) está desarrollando una peligrosísima máquina capaz de helar las aguas. Con la ayuda del profesor Heracles (Gustavo Re), amenaza al mundo con su nuevo juguete por lo que Nayland Smith (Richard Greene) y su fiel amigo, el doctor Petrie (Howard Marion-Crawford), deberán volver a Londres para volver a seguirle la pista. El profesor Heracles está gravemente enfermo y necesita un trasplante de corazón. Mientras Naylan Smith y Petrie viajan hasta Estambul, Fu-Manchú se ha hecho con el mando de un castillo donde dominar el Bósforo. Pero huirá dejado un rastro de sangre y odio, cosa que permitir a Smith encontrar a un aliado en la figura de un conocido traficante de opio, Omar Pashá (José Manuel Martín). Entre los dos deberán frenar los planes de un Fu-Manchú enloquecido y obsesionado por someter al mundo entero.

Copyright de la sinopsis © Barcelona Film Commission. Reservados todos los derechos.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.