Estoy convencido de que se puede hacer toda una tipología del ocio contemporáneo sólo con encender el ordenador. No en vano, los gurús de las nuevas tecnologías aconsejan que ocupemos nuestro tiempo libre con las múltiples distracciones que se dan cita en la pantalla del portátil o del smartphone.
El WhatsApp, las redes sociales, los juegos online… Entretenimientos para un usuario que, como dice Nicholas Carr en Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet en nuestras mentes? (Taurus, 2011), corre el riesgo de aislarse en el narcisismo, en la adicción y en la trivialidad.
«Durante los últimos años —escribe Carr en Superficiales— he tenido la sensación incómoda de que alguien, o algo, ha estado trasteando en mi cerebro, rediseñando el circuito neuronal, reprogramando la memoria. Mi mente no se está yendo —al menos, que yo sepa—, pero está cambiando. No pienso de la forma que solía pensar. Lo siento con mayor fuerza cuando leo. (…) Ahora mi concentración empieza a disiparse después de una página o dos. Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer».
Frente a esa «máquina de interrupciones constantes», como la llama Carr, nos quedan otras opciones. Por ejemplo, usar las nuevas tecnologías con buen criterio, sin volvernos adictos, alternándolas con pasatiempos que pueden resultar más nobles, como la lectura, el arte, el deporte o el contacto con la naturaleza.
Esto último, a mi modo de ver, se ha vuelto una necesidad justo en este momento en el que lo digital domina el panorama, condicionando el modo en que nos desenvolvemos cuando nuestro trabajo termina.
La cuestión es aún más grave entre los más jóvenes, cautivos de la virtualidad digital, cada vez más aislados en entornos on line, ensimismados en actividades que atrapan su interés de forma casi obsesiva.
Este tipo de rutinas que reclaman constantemente nuestra atención han sido analizadas por Rachel y Stephen Kaplan, profesores de psicología en la Universidad de Michigan.
Los Kaplan proponen una terapia frente a las repercusiones de este comportamiento rutinario. Dado que un exceso de atención ‒como el que, por ejemplo, exige la pantalla del ordenador‒ conduce a la fatiga mental, estos investigadores subrayan los beneficios del contacto continuado con la naturaleza.
En 1993 demostraron que los oficinistas que podían ver vegetación desde su edificio mejoraban tanto su estado de ánimo como otros marcadores psicológicos. El resultado de esa investigación quedó resumido en el artículo «The role of nature in the context of the workplace» (Landscape and Urban Planning, 26, 1: 193–2019).
El corolario de veinte años de investigaciones de los Kaplan figura en el libro The experience of nature: A psychological perspective (Cambridge University Press, 1989), en el que especifican de qué modo las interacciones entre el ser humano y la naturaleza tienen una correlación psicológica.
Un autor que ha desarrollado todo un movimiento social a partir de esas conclusiones es Richard Louv, un prestigioso periodista y divulgador medioambiental, que colabora en medios como el New York Times y la CBS.
Louv, cuyos libros han sido traducidos a trece idiomas, destaca que la sociedad contemporánea está pagando las consecuencias de lo que él llama «un déficit de naturaleza». Para contrarrestarlo, ha puesto en marcha una organización, Children & Nature Network, ideada para conectar a distintas comunidades con el mundo natural.
Dice Louv que los niños que han crecido en la era digital ‒cuyas secuelas también denuncia Carr‒ padecen en mayor grado depresión, problemas de atención y obesidad. En su obra Last Child in the Woods plantea la solución: exponer a la infancia, física y emocionalmente, al impacto saludable y educativo de la naturaleza.
Los consejos de Louv pueden llevarse a efecto en la escuela y en el hogar, y contribuyen al bienestar tanto de los pequeños como de los adultos.
Una fecha decisiva en su estudio fue 2008. Cuando terminó ese año, ya había en Estados Unidos más gente viviendo en las ciudades que en el medio rural. Cuenta Louv que ello le inspiró una dramática alternativa: o bien dejamos que la conexión entre el ser humano y la vida silvestre se desvanezca, o bien comenzamos a diseñar un nuevo tipo de ciudad, en la que las plantas, la fauna, y en general los espacios verdes, tengan un saludable protagonismo.
Entrevistado por Brian Clark Howard en National Geographic, Richard Louv nos da pistas acerca de los resultados que ha generado su proyecto: «La Fundación Kaiser publicó que los niños pasan una media de 53 horas a la semana enganchados a algún medio electrónico. Imagino que eso también sucede con los mayores. Tengo un iPhone y un iPad, y me paso mucho tiempo frente a la pantalla. Por eso estoy convencido de que cuanto más penetre en nuestra vida la alta tecnología, más necesitamos a la naturaleza para recuperar el equilibrio vital. (…) Escribí otro libro, Volver a la naturaleza (RBA, 2012), en el que la idea del trastorno por déficit de naturaleza se aplica a los adultos. La verdad es que no dejaba de oír a gente que también se veía afectada. En ese momento, había muchos estudiosos importantes haciendo un gran trabajo en torno a la estas cuestiones, pero en los medios de comunicación ese tema no figuraba ni en un segundo ni en un primer plano. Ignoraba que llegaría a tener el impacto que ha conseguido. Si ahora visitas la web de Children & Nature Network, encontrarás todo tipo de buenas noticias al respecto, tanto en nuestro país como en el resto del mundo. Los centros para preescolares unicados en la naturaleza ya son una realidad. Hay en marcha 112 campañas regionales, provinciales y estatales, en los Estados Unidos y Canadá, que están trabajando para llevar a los niños al aire libre».
Louv concluye con una afirmación que debe hacernos pensar con mucha seriedad sobre este problema y sobre sus soluciones: «Nadie quiere pertenecer a la última generación en la que era normal que los niños pasaran su tiempo al aire libre».
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