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Crítica: «Marea letal» («Dark Tide», 2012), de John Stockwell

Como tantos otros devoradores, el tiburón blanco vagará por el imaginario de la serie B hasta que un heredero de Spielberg repita la hazaña de situarlo nuevamente en el lugar que le corresponde.

Mientras tanto, supongo que tendremos que conformarnos con producciones tan desvergonzadas como Raging SharksSharktopus o Shark Attack 3: Megalodon, que nos han acostumbrado –mal– a la idea de que los tiburones sobreviven con una dieta de carne humana.

Es probable que cualquier seguidor del subgénero en su vertiente más desvergonzada se sienta decepcionado por los escualos de Dark Tide. Lo digo porque en este drama, el gran blanco es una bestia imponente y letal, pero no un depredador de cine gore. En otras palabras: el realismo y los conflictos personales sustituyen aquí a las vísceras y al sálvese quien pueda.

En la filmografía del realizador John Stockwell (Into the BlueTuristasBlue Crush) se alternan dos elementos: el mar y el suspense. Teóricamente, esos antecedentes debieran haber respaldado la calidad de Dark Tide. Pero claro… en el mundo del cine, dos más dos a veces suman tres. El guión original cambió de línea (sólo hay que ver lo distintas que son las sinopsis que han ido llegando a la prensa), hubo modificaciones para realzar el montaje, y a pesar de ello, las dudas han sido la tónica dominante durante el proceso de realización y lanzamiento del film.

En esta oportunidad, Stockwell cuenta con Halle Berry como protagonista, en la piel de Kate, una bióloga marina que se dedica al estudio de los tiburones.

Pese a que aún sigue traumatizada por una trágica experiencia con una de esas criaturas, los problemas económicos la llevan a escuchar a su marido, un documentalista francés (Olivier Martinez) que aún tiene planes para ella.

Llevan tiempo distanciados, y sin embargo Kate, empujada por las deudas y por las facturas sin pagar, está dispuesta a aceptar esa propuesta que le hace su esposo: acompañar a un arrogante potentado inglés (Ralph Brown) hasta una zona infestada de escualos donde él y su hijo (Luke Tyler) pretenden disfrutar del panorama y de sus riesgos.

Todo queda bien claro durante la reunión que mantienen en una cafetería de Ciudad del Cabo. Kate ha necesitado diez años para salir de la jaula protectora y nadar entre tiburones. El millonario que la contrata quiere conseguirlo de inmediato, a golpe de talonario.

Pese a su falta de originalidad, el de Berry es un personaje atractivo en medio de un grupo humano bastante lamentable y sin un asomo de empatía. De hecho, tanto el británico como su hijo tienen la misma mentalidad y la misma lógica darwinista que las de los típicos secundarios de un slasher (Ya saben, ésos que se empecinan en celebrar una fiesta dentro de un caserón habitado por psicópatas.)

Pese a que algunas secuencias son de indiscutible eficacia (por ejemplo, la que sirve de arranque a la cinta, la de la manada de focas, o ésa en la que el millonario y Kate realizan una peligrosa inmersión), el resto del metraje oscila entre la inconsistencia y la languidez.

Dado que el material dramático tampoco es de primera y que el terror brilla por su ausencia, uno se explica por qué la película sólo se comercializa en Estados Unidos a través del DVD.

Aunque hablamos de una ficción, Dark Tide funciona incomparablemente mejor en su faceta documental. Stockwell tiene mucha experiencia en rodajes submarinos, y eso queda de manifiesto en las tomas con tiburones reales que animan el metraje.

De hecho, la acción se sitúa en la zona conocida como Shark Alley, cerca de Gansbaai, en Sudáfrica. Allí, al igual que los protagonistas de la cinta, se concentran los turistas de aventura para admirar el poderío asesino del gran blanco.

Así pues, si el espectador disfruta viendo en la gran pantalla cómo un enorme tiburón salta fuera del agua como un delfín, y tritura entre sus fauces a una foca, es muy posible que reconozca la habilidad del realizador para captar ese aspecto cruel y devastador de la naturaleza.

En este sentido, quizá Dark Tide hubiera tenido mejor fortuna comercial con otro enfoque: olvidándose de Halle Berry para seguir la estela de aquel fabuloso documental que fue Agua azul, muerte blanca (Blue Water, White Dead, 1971), de Peter Gimbel y James Lipscomb.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes © 2011 Magnet Media Productions, Mirabelle Pictures, Temple Hill Entretainment, 1984 Films, Lipsync Productions y Social Capital. Cortesía de DeAPlaneta. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.