Tosca de Puccini y La Traviata de Verdi son sin duda las óperas más representadas a lo largo y ancho del mundo lírico. Dos obras con historias femeninas de diferente contenido pero de similar conclusión: en las dos muere la heroína que le da título.
En 2018 hubo oportunidad de asistir vía pantallas cinematográficas a dos representaciones de la partitura pucciniana, una desde el Metropolitan neoyorkino, otra desde la Royal Opera londinense. Inevitable la comparación.
Cines como el Palacio de la Prensa madrileño convocaron una buena cantidad de público, ávido de soportar de nuevo las vicisitudes de esa cantante celosa, histérica, apasionada, impulsiva y enérgica que responde al nombre de Floria Tosca y que Victorien Sardou ideó al servicio de su actriz predilecta, Sarah Bernhardt, en 1837. Acaba de cumplir, pues 130 años; los lleva bien sobre todo gracias a la música de Puccini presente en los escenarios desde el 14 de enero de 1900.
En el equipo norteamericano: Sonya Yoncheva, esa soprano búlgara capaz de pasar sin detrimento de ningún tipo de la Norma a Mimì, de Elisabetta di Valois a Iris, o sea del bel canto romántico al verismo, sin olvidar a algún Monteverdi o Mozart, fue una Tosca (en debut) generosa de medios y certera de temperamento, susceptible en algunos casos de mejoras en el recitato pucciniano tan exigido de una justa matización que ella valoró más por exceso que por defecto. Se sintió motivada es de suponer por el apasionado Cavaradossi que tuvo a su lado: el siempre entregado Vittorio Grigòlo, quizás como siempre demasiado extravertido aunque esta sea su característica más importante, la que le da personalidad y autonomía entre tanto intérprete pasado y actual del revolucionario pintor romano. Una individualidad que no suele ser bien recibida por parte del aficionado, según comentarios leídos y escuchados en esta y otras ocasiones, capaces de llegar incluso a restarle una categoría profesional cercana a la de un simple amateur. Más su Cavaradossi, muy bien actuado, cuidadoso del matiz bastante más que otros colegas en litigio actual, transmitió esa inquietud política propia de la juventud (su atractivo físico obra a favor) amén de la agitada y apasionada relación sentimental que mantiene con la protagonista.
Željko Lučić (sustituyendo al originalmente previsto Bryn Terfel) fue un Scarpia de buen material sonoro, convincente presencia actoral y sobrio de modalidades dramáticas. El papel, en este sentido, da para mucho más de que quiso expresar el barítono serbio.
La nueva producción de David McVicar fue, como era de esperar en obra de sus características, conforme a la época en que se desarrolla la acción y acorde con los lugares reales en los que la misma ocurre. Espectaculares por ende los decorados de John Macfarlane (también el vestuario), sobre todo el del acto I en Sant’Andrea delle Valle.
Para las representaciones londinenses se echaba mano de la producción del suráfricano Jonathan Kent que hace una década (exactamente en 2006) sustituía a las anteriores de Zeffirelli y John Cox, y repuesta posteriormente ocasionando presencias tan seguras como las de Angela Gheorghiu, Marcelo Alvarez, Bryn Terfel o Jonas Kaufmann, siempre con Antonio Pappano en el foso. La EMI, en su última etapa de actividad como tal, publicó la producción DVD en 2011.
Entre los trabajos operísticos de Kent, que van de Rameau a Britten, merecería destacarse el estreno en 2009 de The Letter de Paul Moravec, obra basada en la novela de Somerset Maughan que en el cine, bajo dirección de William Wyler, interpretaron Bette Davis y Herbert Marshall. En Santa Fe, 2009, estrenó la parte de Leslie Crosbie la extraordinaria Patricia Racette, presente estos días en Madrid con motivo de las representaciones de Street Scene de Kurt Weill. Moravec, pues, se ha embarcado en la moda actual de poner notas a películas (o temas que en cine se han difundido más que por otros medios), como asimismo han hecho Heggie, Battistelli, Paulus, Landowski, Bolcom, Previn y algunos otros compositores más. La moda parece que tendrá mucho más futuro.
El concepto de Kent sobre Tosca va por lo tradicional aunque se tome algunas libertades y busque colocar sus originalidades. El acto primero, con decorados de Paul Brown (fallecido el año pasado), nos presenta una iglesia cualquiera, italiana o no, sin referencia directa a la original del libreto pucciniano, con una capilla situada en una especie de subsuelo al que se llega a través de una escalera en arco que han de transitar a menudo con bastante incomodidad los cantantes. El acto del palacio Farnese tampoco tiene mucho que ver con la sala del edificio auténtico tan como se pudo ver en la versión filmada en 1992 por Giuseppe Patroni Griffi (con Malfitano, Domingo, Raimondi y Mehta), aunque el decorado fuera apenas visible dada la oscuridad envolvente, planteando serios problemas de captación visual para el director Jonathan Haswell.
El tercer acto, el del Castel Sant’Angelo (por el ángel espadachín que lo domina) no ofreció ningún elemento que aluda a ese ser alado, solo un espacio amplio con un cielo estrellado donde nunca amanece pese a estar indicado en la música y en el libreto. Al menos, el vestuario del mismo Brown es el que corresponde a la historia.
La reposición fue encargada a Andrew Sinclair con la sensación ambigua de no saber si sólo indicó a los actores los más elementales movimientos o si estos, en especial el terceto principal, no supieron seguir unas indicaciones más precisas. Especialmente, en el acto II la torpeza actoral de soprano y barítono a menudo fue lamentable.
El lugar de Pappano lo ocupó Dan Ettinger, un músico sólido, de aprovechada experiencia pese a su juventud que, si bien no destaca por una personalidad especial, sabe su oficio y el lugar que ha de ocupar en una representación operística por mucho oportunidad que tenga, como en esta ocasión, de exhibir la rica orquestación que Puccini coloca en los atriles. Así, estuvo atento tanto a esto como al trabajo de los cantantes en una lectura sin altibajos narrativos, pero bastante rutinaria. Es fácil que lo que ocurría en la escena fuera incapaz de despertarle o potenciar su imaginación
Adrianne Pieczonka lleva unos diez años cantando Tosca. Es una actriz modesta que salió adelante con dignidad en el más lírico acto I pero no supo entrar en el papel en el II donde vocalmente tuvo algunos problemáticos agudos; no mejoró su prestación en el III. Dio en conjunto un pálido reflejo de la heroína pucciniana, pese a su indudable buena voluntad.
Joseph Calleja tampoco dio a Cavaradossi un perfil (vocal y actoral) digno de ser alabado; cantó como pasando por encima por la partitura durante toda la obra, poniendo un poco más de entusiasmo en E lucevan le stelle para, seguidamente, ofrecer un Amaro sol per te m’era il morire tan mal fraseado, tan desganado como la mayor parte del resto de su participación. Gerald Finley se entregó con más entusiasmo que sus compañeros en un Scarpia para el que no encontró el tono apropiado, ya que lo pintó como un malvado de culebrón o guiñolesco. Era su debut; en el futuro podrá mejorarlo o decididamente dejarlo de lado, siendo el barítono canadiense en otros y diversos territorios (Mozart, Gluck, Rossini, Debussy, Britten, Strauss, etc. sin olvidar su extraordinario Doctor Atomic de Adams) un cantante de excepción.
Entre el resto del equipo, en extremos habría que señalar el espléndido Sacristán del veterano Jeremy White, descrito dentro de la mejor tradición, y el pintoresco Spoletta de Aled Hall, un tenorino que parece cantar siempre en plan cómico (escúchese el Osburgo de La Straniera de Bellini grabada en 2007 para Opera Rara). Edward Hyde fue el pastorcito, Simon Shibambu un Angelotti de voz poderosa, Jihoon Kim Sciarrone y John Morrsey el Carcelero.
En definitiva, la Tosca del Met ganó a la de la ROH por una enorme goleada. Porque si bien Clemency Burton-Hill presentó muy bien la velada, guapísima y elegante como siempre, en Nueva York Isabel Leonard conquistó por su belleza, naturalidad, encanto y saber estar.
Imagen superior: Vittorio Grigòlo (Cavaradossi) y Sonya Yoncheva (Tosca) © Ken Howard. Cortesía de Metropolitan Opera.
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