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La invención de la República Libre de Liberland

Desconozco cuándo, en qué preciso instante, fallaron los profetas globalistas. A los pocos meses de caer el muro de Berlín, justo al comenzar el derrumbe del bloque soviético, muchos se apresuraron a pronosticar un futuro a lo Star Trek. Interconectado a la manera de una federación, con una economía abierta, liberal, hipertecnológico y con una hegemonía cultural estadounidense.

Cuando se hacen esas predicciones ‒lo sabemos ahora, pero no lo sabíamos entonces‒, entre lo que se cumple y lo que no se cumple media la misma distancia que entre el deseo y la realidad.

En fin: el paso del tiempo siempre será una historia inagotable, llena de sorpresas, y me imagino que pocos futurólogos podían anticipar en 1991 un planeta con tres focos de influencia ‒China, Rusia y Estados Unidos‒, polarizado, populista, geopolíticamente inestable, hiperburocratizado y con las puertas de la incertidumbre abiertas de par en par.

Frente a esa perplejidad planetaria, el nacionalismo sirve hoy de consuelo a muchos. Y no me refiero aquí a la defensa sensata de logros o rasgos comunes, ni a la protección de derechos compartidos por una comunidad histórico-cultural, sino a un nuevo tipo de nacionalismo que, en el fondo, blinda privilegios, inventa diferencias y explota el filón del victimismo y el aislamiento. Más o menos, como el niño que se tapa con una manta para protegerse de los espectros de la noche.

La balcanización que prosperó tras la caída de la Unión Soviética fue un problema que casi se ha convertido en costumbre. Por un lado, forma parte del Gran Juego ‒divide y vencerás al adversario‒, y por otro, consolida la corriente individualista e identitaria que tanto agrada a los políticos oportunistas y a los nostálgicos del postcolonialismo.

A la hora de buscar ejemplos más o menos absurdos de esta tendencia, no se me ocurre otro mejor que una micronación de siete kilómetros cuadrados, proclamada el 13 de abril de 2015 en una tierra de nadie, entre Serbia y Croacia.

La República Libre de Liberland es, en realidad, un invento del checo Vít Jedlička (1983-). Este personaje, Jedlička, sabe lo que es nadar en aguas turbulentas. Durante la crisis de 1997, su familia bordeó la bancarrota, pero él logró prosperar en el mundo financiero y en el área de las nuevas tecnologías. Asimismo, entendió las claves de la política nacional. Tras su paso por una formación de centroderecha, el Partido Democrático Cívico (Občanská demokratická strana), en 2009 ingresó en las filas del Partido de los Ciudadanos Libres (Strana svobodných občanů), el grupo euroescéptico y libertario fundado por el economista Petr Mach.

Para entendernos: en clave internacional, Jedlička no está muy lejos de las posiciones del estadounidense Ron Paul. Como considera que la Unión Europea empieza a parecerse a un protectorado, asume que la solución es el libertarismo. Esto es, la filosofía política y legal que asume la propiedad y el mercado como las claves que garantizan la libertad individual.

Al igual que sus referentes norteamericanos, Jedlička defiende la disminución de impuestos y la ausencia de regulaciones. Decir que critica el modo en que se gestiona en Europa el Estado de bienestar sería quedarse cortos.

Otros políticos libertarios se limitan a defender sus posiciones en parlamentos, medios de comunicación o universidades, pero Vít Jedlička fue más original. No podía llegar al Gobierno, y así tener una mayoría suficiente como para tomar sus tres medidas estrella: desregular el comercio, privatizar los servicios estatales y negar la intervención del Estado en los acuerdos privados. Por eso, decidió poner en marcha su plan B.

¿Que cuál era ese plan? Pues crear un nuevo país.

El escenario elegido tiene su interés. Gornja Siga es un pequeño territorio deshabitado, que aún se disputan Serbia y Croacia. En realidad, es lo que se conoce en derecho internacional como terra nullius. Más o menos, como Bir Tawil ‒un terreno entre Egipto y Sudán, reclamado por otra micronación, el Reino de Sudán del Norte‒ o como la Tierra de Marie Byrd, en la Antártida.

El paisaje de Gornja Siga se parece a otros puntos del Danubio: bosques y arena, bajo un cielo que sólo surcan las águilas. El caso es que donde otros solo veían un simple páramo, únicamente poblado por jabalíes, Jedlička supo ver el futuro. Más en concreto, el suyo.

Tras unas elecciones presidenciales en las que participaron su madre, la que entonces era su novia ‒la actual primera dama de Liberland‒ y un amigo, Jedlička hizo el recuento electoral.

Le votaron, por cierto, y de modo arrollador. Animado por esos tres o cuatro votos, su primera decisión fue invitar a otros ciudadanos del mundo a ser paisanos en su micropaís. La propuesta cayó en gracia, y a través de internet, llegaron 200.000 solicitudes de nacionalidad.

Hay dos reglas que deben cumplirse en Liberland: respeto a los derechos individuales y a la propiedad privada. La única prohibición para los aspirantes a ser liberlandianos es de carácter político: se niega la nacionalidad a quienes hayan sido militantes nazis o comunistas.

Poco después de los comicios de 2015, el nuevo presidente Jedlička explicó a la prensa cuál era su verdadera inspiración: «El ciudadano modelo de Liberland sería Thomas Jefferson, y por eso fundamos nuestro país el día de su cumpleaños. Como él dijo, los ciudadanos tienen derecho a buscar la felicidad, y este es el lugar donde podemos hacer que esto suceda. Aquí los impuestos serán opcionales y las personas solo financiarán proyectos de desarrollo específicos. Tenemos que ver cómo reaccionan los ministerios de relaciones exteriores. Debemos explicarles el tipo de prosperidad que podemos aportar a la región. Traerá dinero de todo el mundo: no solo a Liberland, que sería un paraíso fiscal, sino a toda la zona. Podríamos convertir este lugar en Mónaco, Liechtenstein o Hong Kong. Hemos decidido comenzar desde cero y mostrar qué poco Estado se necesita para que la sociedad funcione. Los medios nos consideran derechistas, pero no lo somos. No estamos aquí para los ricos. Tampoco estamos aquí por los pobres. Estamos aquí para todos. Este proyecto tiene algo para todos, y eso es lo que tiene de fantástico».

Más allá del entusiasmo inicial de Jedlička, la gran pregunta es si puede surgir de la nada, en el corazón de Europa, un nuevo país del tamaño de Gibraltar.

De momento, la respuesta es no.

Nadie ha reconocido diplomáticamente esta invención política, a excepción de otros pintorescos microestados: Somaliland, el Reino de Sudán del Norte, el Reino de Enclava y el Principado de Sealand, a los que tampoco reconoce ninguna institución internacional.

Quizá haya llegado ya el momento de tomarnos la ocurrencia de Jedlička con un poco de fantasía. Podemos comparar su minipaís con reinos ficticios como Ruritania o Syldavia. O bien podemos hacer caso a otras opiniones más autorizadas y serias, que hablan de Liberland como una utopía inviable, una broma que se fue de las manos, una insolencia pasajera o un simple truco de márketing.

En todo caso, felicitemos a Jedlička. Sus amigos y su familia lo vistieron de hombre de estado, abrió una frontera de atrezzo y ahí sigue, tan feliz, en ese país virtual donde quizá me anime a vivir por unas horas. Lo decidiré mañana.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.