La costumbre de matar a los reyes de manera ritual nos puede parecer insólita hoy en día, pero está atestiguada en culturas de todo el mundo. De hecho, es uno de los mitemas o temas mitológicos favoritos de estudiosos como Robert Graves o James Frazer, quien nos recuerda que en Esparta los oráculos advertían contra un “reino cojo”, es decir un rey que fuera cojo, y que “aun hoy” (Frazer se refiere al final del siglo XIX e inicios del XX):
“El sultán de Wadai no debe tener ningún defecto corporal visible y el rey de Angoy no puede ser coronado si tiene solamente un defectillo tal como un diente roto, desenfilado o la cicatriz de una herida antigua. Según el Libro de Acaill y muchas otras autoridades, ningún rey que estuviera maculado por un sencillo defecto podía reinar en Irlanda, en Tara, y por esta causa el gran rey Cormac Mac Art, que perdió un ojo en un accidente, abdicó en seguida”.
Veamos un pasaje en el que Frazer habla de los cafres del reino de Sofala: “Fue antiguamente costumbre de los reyes de este país suicidarse tomando un veneno cuando caía sobre ellos algún desastre o defecto físico natural, tales como impotencia, enfermedad infecciosa, pérdida de un diente frontal, por lo que quedarían desfigurados o sujetos a cualquiera otra deformidad o aflicción. Para poner término a tales defectos se mataban a sí mismos, diciendo que el rey debe estar libre de cualquier tacha o, si no, era mejor para su honor morir y buscar otra vida donde estuviera entero, pues allí todas las cosas son perfectas”.
La causa de este asesinato ritual es fácil de intuir: si el rey o chamán es un dios, entonces no puede tener ninguna imperfección. Si resulta que tiene una imperfección, eso significa que ya no es un dios, o que no lo fue nunca.
Podemos ver un ejemplo de esta costumbre en la película El hombre que pudo reinar (1975), de John Huston. La acción transcurre en un mítico reino greco-indio del Kafiristán, supuestamente fundado por Alejandro Magno, donde dos aventureros británicos, interpretados por Michael Caine y Sean Connery acceden al poder, al creer los nativos que Danny (Connery) es un dios encarnado, Sikander II (Sikander procede de la forma persa de Alexander Megas, es decir, Alejandro Magno).
También puede suceder que no considere que el rey o chamán es un dios, sino simplemente que tiene la protección de los dioses. Si el rey envejece, se debilita o enferma, entonces, del mismo modo que en el caso de los dioses encarnados, se deduce que los dioses ya no le protegen, que ha perdido el favor divino y que su lugar en el trono ha de ser ocupado por el actual elegido de los dioses, que suele ser el heredero legítimo al trono real, aunque no siempre.
En estas costumbres, a pesar de estar muy influidas por la cultura y reguladas por mitos y ritos, no es difícil reconocer un comportamiento puramente animal, como el de las manadas de lobos, de leones o de gorilas, donde el jefe de la manada, viejo, enfermo o debilitado, es desafiado por un rival más joven, que le sustituye, no siempre de manera tan cruenta como en el caso de los dioses sacrificados.
El cambio de una costumbre bárbara
Aunque son muchísimos los mitos que justifican el sacrificio del viejo rey, también existen algunos mitos o tradiciones que explican el fin de esta costumbre. Frazer recuerda el relato de un viajero portugués que tuvo la rara suerte de presenciar el fin de esa tradición entre los cafres de Sofala:
“El Quiteve [rey] que reinó cuando yo andaba por aquellos lugares no imitó a sus predecesores en esto, siendo discreto y respetable como era, pues habiendo perdido un diente incisivo, ordenó que se proclamara por todo el reino para que todos fuesen sabedores de haber perdido un diente y que así pudieran reconocer al rey cuando le vieran sin él, y si sus antecesores se mataron ellos mismos por tales cosas, fueron muy necios y él no quería hacerlo; al contrario, estaría muy triste cuando, pasado el tiempo, llegara para él la muerte natural, pues su vida era muy necesaria a la conservación del reino para defenderlo de sus enemigos. Y recomendaba a sus sucesores que imitasen su ejemplo.”
Ante este ejemplo estupendo, comenta Frazer: “El rey de Sofala que se atrevió a sobrevivir a la pérdida de su diente delantero fue así un reformador intrépido semejante a Ergamenes, rey de Etiopía”.
Este rey Ergamenes de los kushitas de Etiopía parece que en el siglo -III decidió dejar de cumplir una costumbre que consistía en que llegaba un momento en el que los sacerdotes de Napata, de influencia egipcia, enviaban al rey un mensaje, que ellos habían recibido a su vez de algún dios, en el que se decía que ya había terminado el tioempo del rey actual y que por tanto debía morir, suicidándose, y dejar paso a su sucesor.
Ergamenes, contemporáneo del rey greco-egipcio Ptolomeo II de Egipto (285-246 a.C.), había recibido, según cuenta Diodoro Sículo, educación griega, por lo que se negó a seguir la costumbre tradicional: “Con la digna determinación de un rey, llegó con una fuerza armada al lugar prohibido en donde fue situado el templo de los etíopes y masacró a todos los sacerdotes, aboliendo esta tradición e instituyendo prácticas según su propia discreción”.
Una manera un poco bárbara de acabar con una costumbre bárbara, sin duda.
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