En el número 2 de Sur (1931) contesta Ocampo a un epílogo de Ortega, en el que el filósofo español le pide que siga escribiendo sobre Dante. De manera modesta, ella responde a la petición con un excelente artículo.
En un momento dado, establece una comparación entre el viejo tiempo y el nuevo que se acerca (en el mundo político o social) con la mudanza a una nueva casa. Este tipo de comparaciones pueden resultar artificiosas, pero en este caso se lleva adelante con ingenio y precisión, a pesar de que se extiende en la comparación durante muchos párrafos. Ocampo dice recurrir a este metáfora tan concreta porque no se siente preparada en el terreno de la filosofía. En el número 3 de la revista he leído otro artículo donde Ocampo muestra esa misma modestia e insistencia en que no es escritora. Pero sin duda lo es, y muy buena. O al menos eso me ha parecido en estas primeras catas de sus textos.
“Vivimos un momento difícil. Este momento que apenas dura en el curso de los siglos, durará, sin embargo, toda nuestra vida”.
Ocampo desarrolla su artículo en diálogo con La conquista de la felicidad, un libro de Bertrand Russell que también a mí me gustó mucho cuando lo leí. No sé que pensaría Ortega de Russell, pues siempre fue más proclive a los filósofos alemanes y franceses.
A pesar de mis coincidencias con Ocampo, creo que tiene razón Ortega en el asunto de la relación entre el cuerpo y el espíritu, cuando, según asegura Ocampo, dijo: “Yo pido que organicemos una nueva salud y esta es imposible si el cuerpo no sirve de contrapeso al alma.”
Ocampo propone invertir la frase y creo que ahí está el mayor error de su texto. Llevado al extremo, es obvio que el lugar al que apunta Ocampo es correcto, porque ella parece querer evitar el extremo de la carnalidad sin alma. Pero ese es un extremo que cada persona puede y quizá debe evitar por sí misma, mientras que la espiritualidad sin cuerpo era en aquella época y lo siguió siendo durante mucho tiempo (y lo sigue siendo en gran parte del mundo musulmán y en otros lugares), no una elección del individuo, sino una imposición del poder, que provoca enfermedades, carnales y espirituales, devastadoras.
Me parecen muy interesantes las reflexiones de Russell acerca de la envidia como agente del cambio social. Es cierto que la envidia lleva al deseo de cambio, dice Russell y comparte Ocampo, pero es un agente peligroso y puede llevar también a lo peor, a la venganza, a la crueldad, al abuso por parte de los que ayer sufrían ese abuso: “No puede esperarse que algo bueno salga de un sentimiento tan bajo como la envidia. Por tanto, aquellos que en virtud de razones ideales desean que se operen profundos cambios en nuestro sistema social, deben desear que sean otras fuerzas, distintas de la envidia, las que sirvan de instrumento a ese cambio”.
Y no cabe duda de que los temores de Russell y Ocampo se cumplieron poco tiempo después.
Hace una buena observación acerca de fotografiar la Pampa: es necesario traer algún objeto al primer término, lo que es especialmente aplicable cuando usamos un gran angular, no sólo en la Pampa. Pero incluso sin gran angular, lo que dice Ocampo es muy cierto, porque la Pampa pierde casi toda su grandeza sin objeto de comparación. Cuando se trata de una fotografía, claro, porque cuando estás allí esa llanura y esa planicie inmensa impresiona, incluso sin objetos en primer término.
Para terminar, una frase que no sé si es una cita de Dante o de la misma Ocampo, pero que me parece buena: “Mis ojos, que tocan el firmamento, sonríen al mirar mi mano; porque mi mano, que conoce la dulce piel de las frutas, es ciega a las estrellas”
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