Uno de los libros que estoy leyendo estos días es también uno de los más hermosos que recuerdo, las memorias de Nina Berbérova, tituladas El subrayado es mío.
A cada página que leo me asombro y conmuevo al observar su inteligencia y su sensibilidad. Son las memorias de un tiempo difícil, dificilísimo. Berbérova vivió los últimos años de los zares, a los que detesta, los primeros de la Revolución, las purgas, las persecuciones, el exilio afortunado que la salvó del barbarie, y el terror. Y, a pesar de todo, se declara feliz por haber vivido en el único siglo en el que una mujer podía ser libre: “Cuando llegué, todo estaba ya en su sitio. Los tesoros se extendían a mi alrededor, sólo había que cogerlos. Soy libre de vivir donde y como quiera, de leer, de pensar lo que quiera, de escuchar a quien quiera. Soy libre en las calles de las grandes ciudades cuando, perdida entre la multitud, deambulo sin rumbo fijo bajo una lluvia recia, murmurando versos; cuando paseo por el bosque o a orillas del mar, sumida en una soledad beatífica, mecida por mi música interior; cuando cierro la puerta de mi habitación tras de mí. Elijo a mis amigos. Me llena de contento que los enigmas de mi juventud se hayan dilucidado. Nunca finjo ser más inteligente, más bella, ni mejor de lo que soy. Vivo en medio de una increíble e indescriptible abundancia de preguntas y respuestas y, para ser absolutamente sincera, diré que las desdichas de mi siglo más bien me han servido: la revolución me liberó, el exilio me templó y la guerra me proyectó hacia otro mundo”.
En las primeras páginas, Berbérova intenta explicar las razones para escribir su autobiografía. Son páginas de una belleza inusual, que nacen de la sencillez con la que dice las cosas más importantes y de la claridad y profundidad de su juicio: “Me he esforzado por buscar el sentido de la vida, sin idea preconcebida alguna. Intento, simplemente, comprenderme, a mí misma y a mi pasado, y, para ello, relato los hechos y las reflexiones que me han inspirado”.
Confiesa también, sin falsa modestia, lo importante que ha sido para ella observarse a sí misma, conocerse: “Nunca he sido capaz de observar a los demás con la atención y la profundidad con que me observo a mí misma. A veces he intentado hacerlo, sobre todo en mi juventud; pero con poco éxito. Quizá haya gente capaz de conseguirlo, pero no he conocido a nadie. Lo cierto es que nunca he conocido a alguien que supiera ahondar en mí más que yo misma. El conocimiento de mí misma ha sido un factor constante en mi vida, pero no sabría decir en qué momento lo alcancé. Recuerdo muy bien, por el contrario, en qué momento supe que la tierra era redonda, que las personas mayores habían sido niños en su día, que Lincoln había liberado a los negros (durante mucho tiempo, al contemplar el rostro triste y sombrío de Lincoln, creí que era negro), o que mi padre no era ruso. Hasta donde alcanza mi memoria, siempre he intentado conocerme, de manera diferente según la edad, por supuesto. A veces, esa preocupación se amortiguaba y sólo pervivía en mí de un modo vago, como entre mis veinte y treinta años; otras, guiaba mis pasos de manera firme y rotunda, como durante mi primera infancia y después de la cincuentena. Ahora permanece en mí más enérgica y urgente que nunca”.
Imagen superior: Nina Berbérova y su esposo, el escritor Vladislav Jodasévich en Sorrento (1925)
Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.