La historia del barco de Teseo comienza en la época legendaria de Atenas, cuando el rey Egeo, preocupado porque no tenía heredero, decidió viajar a Delfos para consultar el oráculo del dios Apolo.
Antes de continuar, hay que advertir al lector que los oráculos de la antigua Grecia eran célebres por sus respuestas ambiguas y confusas. Cuando el rey Creso de Lidia visitó el oráculo de Delfos para saber si debía invadir el reino de los persas, la respuesta fue: «Si cruzas el río Hallis, destruirás un gran reino». Creso cruzó con su ejército el río Hallis y la profecía del oráculo se cumplió: fue su propio reino el que fue destruido por los persas. Por si esto fuera poco, ya antes de decidirse a atacar a los persas, Creso había consultado al oráculo acerca de la conveniencia de iniciar algún conflicto con otras potencias. El oráculo le respondió:
«Escucha, cuando un mulo sea rey de los medos, entonces, lidio de afeminado andar, allende el pedregoso Hermo huye; no te quedes ni te avergüences de ser cobarde».
Creso, que quizá debería haber desconfiado al escuchar aquella alusión a su afeminamiento, pensó que era imposible que un mulo llegase a ser rey de los medos, pero no se dio cuenta de que el oráculo se refería a Ciro, rey de los persas y vencedor de los medos, que era hijo de una mujer rica de origen medo y de un padre humilde de origen persa. La ambigüedad de los oráculos se sostiene casi siempre en la noción de identidad: «Ciro» y «mulo» designan al mismo ente, a pesar de las apariencias. En Nada es lo que es examino en detalle el truco de la pitonisa de Delfos, en relación con el lógico Gottlob Frege.
Volvamos al rey de Atenas. Cuando Egeo consultó al oráculo de Delfos para averiguar cómo podía tener un heredero, la respuesta no resultó tan ambigua como las que había recibido Creso, sino que fue casi incomprensible:
«No debes abrir la boca de tu repleto odre de vino hasta que llegues al punto más alto de Atenas si no quieres morir de pena un día».
Bastante confundido, Egeo regresó a Atenas, pero en el camino se detuvo en Corinto, donde conoció a la bruja Medea, que le prometió que tendría un hijo gracias a su magia. Continuó su viaje y llegó a Trecén, donde contó al rey Piteo la respuesta del oráculo. Piteo comprendió lo que significaba, pero, sin decir nada a su huésped, le sirvió un odre de vino tras otro. Tras vaciar Egeo todos los odres de vino, llenando el suyo a rebosar, Piteo ordenó a su hija Etra que se acostara con el recién llegado. Al día siguiente, Egeo se despertó en el lecho con Etra, tal vez con una tremenda resaca, pero también pensando que de aquello podía resultar un heredero. Escondió bajo una roca su espada y sus sandalias y le dijo a la joven que si nueve meses después tenía un hijo le criase y educase hasta los dieciséis años. Entonces debía llevarle junto a la roca, para que cogiese la espada y las sandalias y se encaminase hacia Atenas.
Dieciséis años después, Teseo, el hijo que Etra había concebido aquella noche, levantó la roca, cogió la espada y las sandalias y se dirigió hacia Atenas. En vez de viajar por mar, eligió a propósito la ruta más larga, atravesando el istmo de Corinto, pues deseaba imitar las hazañas de su admirado Heracles (el Hércules de los romanos). Tras acabar con un buen número de monstruos y bandidos, Teseo llegó a Atenas y fue reconocido por su padre gracias a la espada y las sandalias. Egeo le proclamó su heredero y expulsó de la ciudad a su última esposa, que no era otra que Medea, y al hijo que había tenido con ella, Medo.
Egeo, como se ve, había logrado tener no uno, sino dos hijos. Ahora bien, el oráculo le había dicho que si vaciaba su repleto odre de vino antes de llegar al punto más alto de Atenas acabaría muriendo de pena. Esa advertencia, ¿era todavía una amenaza futura? No resultaba fácil saberlo, porque había dudas acerca de a qué odre de vino se refería el oráculo. ¿A los odres de vino que Piteo ofreció a Egeo?, ¿al estómago del propio Egeo?, ¿a su órgano sexual? ¿Y cómo interpretar aquello de «el punto más alto de Atenas»? Hay que suponer que Egeo se hizo estas y otras preguntas poco después de reconocer a su nuevo hijo y heredero, pero tal vez no tuvo tiempo, porque el anciano rey tenía que ocuparse antes de un problema mucho más urgente.
Cuando Teseo llegó a Atenas, la ciudad se hallaba en grandes dificultades porque cada año debía pagar un cruel tributo a los cretenses, que por aquel entonces eran la potencia dominante en el mar Egeo. El tributo consistía en siete muchachas y siete muchachos, que los atenienses debían enviar cada nueve años a Knossos, la capital de Creta. Los jóvenes eran encerrados en el Laberinto construido por Dédalo y quedaban a merced del terrible monstruo que lo habitaba, un ser con cuerpo de hombre y cabeza de toro, el Minotauro. Era la tercera vez que Atenas enviaba este tributo humano a Creta. Teseo decidió que sería la última y se ofreció como víctima para el Minotauro.
Teseo desembarcó en Creta, mató al Minotauro y escapó del Laberinto, gracias a la ayuda de Ariadna, hija de Minos. Cuando regresó a Atenas, su felicidad era tanta que olvidó un acuerdo al que había llegado con su padre antes de iniciar el viaje: si lograba vencer al monstruo, regresaría con velas blancas, pero si la nave llevaba velas negras eso significaría que Teseo había muerto. Cuando Egeo, que se pasaba los días en la Acrópolis (el punto más alto de Atenas) esperando el regreso de su hijo, divisó en el horizonte las velas negras, pensó que Teseo había muerto y se arrojó al mar, que desde entonces recibió el nombre del rey suicida: Mar Egeo. Así se cumplió el oráculo.
El lector sagaz tal vez habrá supuesto que la relación del barco de Teseo con el problema de la identidad se debe a lo del cambio de velas: ¿es el mismo barco con velas negras y con velas blancas? Si el lector ha pensado eso, se ha equivocado, porque el asunto no tiene nada que ver con las velas. La verdadera relación entre la identidad y el «barco de Teseo» se debe a que el barco en el que Teseo regresó a Atenas se dedicó desde entonces a viajes de ida y vuelta a la isla de Delos:
«La nave de treinta remos en la que con los mancebos navegó Teseo, y volvió a salvo, la conservaron los Atenienses hasta la edad de Demetrio Falereo, quitando la madera gastada y poniendo y entretejiendo madera nueva; de manera que esto dio materia a los filósofos para el argumento que llaman aumentativo, y que sirve para los dos extremos, tomando por ejemplo esta nave, y probando unos que era la misma, y otros que no lo era».
En época histórica el barco todavía se hallaba en Atenas, pero todo el mundo estaba de acuerdo en que no conservaba ni un sólo fragmento de aquel navío en el que Teseo regresó de Creta. Fue reparado y recompuesto tantas veces que, como explica Robert Graves, «los filósofos lo citan como un ejemplo cuando discuten el problema de la identidad continua».
El problema de la identidad continua es, por supuesto, el mismo que el de la identidad cambiante: qué es lo que hace que una cosa siga siendo la misma cosa a pesar de los cambios. Para muchos atenienses, aquel barco ya no era el de Teseo, porque no conservaba ni un solo pedazo del original. Para otros, sí que lo era, porque su forma era la misma.
Nota
El análisis del problema de la identidad cambiante continúa en mi libro Nada es lo que es.
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