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El otro Freud

Más allá de la clínica y más acá del tiempo, hay en Sigmund Freud un perdurable antropólogo y un crítico de la cultura. En efecto, podemos hablar del hombre freudiano: un ser para siempre separado de su deseo por las instituciones de la civilización, indispensables a fin de hacerlo sujeto. Dicho con su palabra: un neurótico.

No es pobre definición de la condicionada humanidad. Somos imperfectos, buscamos curar esta incurable carencia y esa búsqueda nos hace humanos.

Judío de familia, criado por un aya católica, escritor en un económico y certero alemán, lector de clásicos griegos, Freud se inscribe en el cruce de numerosas culturas a las que interroga y convoca a dialogar, sobre el paisaje de la sociedad patriarcal en crisis. Su teoría del Estado, la de Tótem y tabú, nos remite al origen mítico de la ley: el parricidio del primer padre, convertido en dios tribal, cuya culpa expiamos pagando nuestra deuda al Estado, es decir, al prójimo institucional.

Y otro tanto ocurre con las religiones, encarnación del Eros que nos inmortaliza y obsesiva liturgia que nos asiste en nuestra ansiedad de muerte. Freud, en El futuro de una ilusión, muestra sus entretelas de libido pero, a la vez, señala su necesaria perduración.

Tampoco es desdeñable su lectura del arte como sueño diurno y como juego que vuelve a la infancia o, por mejor decir, a la inventada infancia del adulto llamado artista. Jugar es despojar a las cosas y las palabras de su carga cotidiana y convertirlas en instrumentos de una libre asociación. Así en El poeta y la fantasía. ¿Cuánto no aprendió Freud de psicoanálisis leyendo a Shakespeare (Hamlet es el «padre» de Edipo), SófoclesDostoievskiDescartes y Goethe? ¿Cuánto no obtuvo del ateo Nietzsche y del panteísta del deseo Schopenhauer, aunque, a menudo, olvidó mantener las comillas?

En cualquier caso, confió siempre en el saber que postulan las artes y, en especial, esa rama de la literatura llamada filosofía. Freud vincula saberes ajenos de especialistas y pesquisas para ponerlos en armonía, la que ellos no proporcionan. Une lo disperso, como el Eros. Y su mundo es un género literario sin generalidades: el ensayo. Ensayar, intentar, probar, como los fundadores Montaigne y Pero Mexía, metidos en la selva de la varia lección.

No es casual que la carrera del escritor Freud culmine con una novela, la alegórica biografía de Moisés, ese egipcio que llevó el monoteísmo cerca de Tierra Santa. Un fundador de religiones, un legislador que se trataba en secreto con Jehová y dio a su Palabra las palabras de la tribu humana.

Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en ABC. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")