Ya no podemos leer a Verne como ficción científica. Sus cálculos y prospecciones han sido contradichos o confirmados por la ciencia moderna y sus tecnologías. En el primer caso, han resultado fantásticos; en el segundo, trivializados por la realidad.
En efecto, la televisión, el cohete espacial o el submarino fueron asombrosos y son cotidianos. Navegando en el impredecible río de la historia, Verne sigue siendo, no obstante aquellas verificaciones, una seductora lectura.
Quitada la película de lo científico-literario, queda una maraña de símbolos, propios de una invención poética. Verne nos instala en sus historias extraordinarias con la confortable sospecha de que todo saldrá bien y volveremos a tierra firme sanos y salvos, maestros y discípulos. Pero también nos señala que se trata de un intervalo extraordinario de nuestra ordinaria existencia, que cada una de esas historias es una ceremonia iniciática, muerte y resurrección simbólicas.
La isla, la nave subacuática, la peregrinación por tierras vírgenes, son sus expresivos escenarios. Si intentamos alcanzar el centro de la Tierra o el Polo Norte, sabremos que no son accesibles, que estamos apartados y alejados para siempre de ellos, como de todo lo sagrado.
Tampoco volveremos al origen, pues nos define como humanos el haberlo perdido para siempre. Así, el filólogo extraviado en una aldea africana, entre altos tallos selváticos, sólo conservará de su inmersión originaria la palabra madre.
Los náufragos que sobreviven al nuevo diluvio no sabrán cómo acomodarse a las condiciones de vida primitivas que ha traído la catástrofe. Son hijos de la historia, no podrán olvidarla, no habrá un nuevo Adán.
La aldea aérea de Verne es, tal vez, una enésima alegoría de la escritura y la clave de su encanto como escritor. Es una nave espacial hecha de papel, que sobrevuela el mundo de los habitantes terráqueos. Los mira con interés pero desde la distancia. Es la palabra que se ocupa de las gentes pero no las toca. Flota como el lector flota sobre la página que flota sobre el mundo. Cree flotar sobre el impredecible río de la historia y es ese río.
Imagen superior: ilustraciones de N.C. Wyeth para «La isla misteriosa» y «Miguel Strogoff»
Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en Cuadernos Hispanoamericanos. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.