Cuando un famoso ya no está entre los vivos, se le apuntan innúmeros amigos íntimos. Evitaré el contagio tratándose de Umberto Eco, pero no resisto una pequeña evocación. Recuerdo un par de cursillos suyos a los que asistí, cuaderno en mano, allá por 1970, en la Fundación Di Tella y en la galería Rubbers de Buenos Aires.
También llevaba para ser autografiada, la primera edición de La struttura assente, que sigo considerando el breviario más lúcido de toda una época intelectual, la del llamado Imperio de los Signos o Semioticolandia.
Eco era enormemente seductor y didáctico en sus exposiciones. Explicaba su semiótica con una bolsa de panes o un mazo de naipes de póker. De la bolsa extraía unos cuantos panes diversos: pan francés, flauta, pebete, pan criollo, hogaza. Señalaba que eran todos igualmente panes y diversamente panes, individualidades y género, la dispersión gramatical y la armonización sintáctica. Y así lo aplicaba a signos verbales y musicales. En efecto, en la música hallaba la gramática de la melodía y la sintaxis de armonía, reunidas en el fraseo de apariencia sintáctica y contenido gramatical. Se quedaba absorto, desde luego, ante la música atonal y la pintura abstracta pero salía del paso apelando a la verosimilitud y nos mostraba diversos dibujos de distintas épocas, muy diferentes y con el mismo título.
Pero lo más granado y, si se quiere, pintoresco, estaba en la timba de don Umberto. La gramática eran la figura –rey, dama, infante, as, números– y la sintaxis, en los palos –corazones, picas, diamantes y tréboles‒. No obstante la similitud con la panadería, aquí hallaba Eco un elemento indisoluble, distinto y problemático: el jóker (el loco, el bufón), una carta que no tiene ninguna determinación de figura ni palo pero que actúa como un comodín, pudiendo significar cualquiera de aquéllos y aquéllas. Es un significante hueco, puro y abstracto. Aparentemente, un elemento semiótico volátil, flexible y omnipotente. Eco veía en el –y sigue viendo a través de nosotros– una clave para leer la historia humana. Las distintas interpretaciones que suelen construirse a su respecto tratan de rellenar ese hueco, de concretar esa abstracción, de identificar a ese agente que puede significar a todos los demás sin ser significado, eludiendo ser significado. Así la lucha de clases, la libertad, el inconsciente, Dios.
En eso estábamos cuando Eco nos concitaba en torno al paño verde –algún color hay que darle– de su timba semiótica. Y ahí seguimos estando mientras él nos sigue incitando a apostar: “Hagan juego, damas y caballeros.”
Imagen superior: Umberto Eco, el 22 de mayo de 1984. Fotografías de Rob Bogaerts / Anefo. Cortesía del Nationaal Archief, La Haya, CC.
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