El mitólogo Joseph Campbell (1904-1987) decía que el humano contemporáneo es un ser siniestro. En su pasividad, ha abandonado el camino de la sabiduría. Ha renunciado a indagar el sentido de la vida que transmiten leyendas y mitos, y en su lugar ha decidido revolcarse en el lodo de las evasiones vacías de significado.
Compartía el profesor estadounidense la certeza de muchos de que las escuelas ya no educan. Simplemente, se limitan a vomitar información. Se ha roto la cuerda con la que bajar al pozo de esa ancestral sabiduría de la que siempre bebieron el resto de civilizaciones pasadas.
Aun así, Campbell siempre conservó la esperanza de que Occidente recuperase eso que se dio en llamar filosofía perenne, y que ésta continuara su evolución hacia una mitología planetaria, sobre todo tras el interés que había comenzado a despertar en la antropología y la psicología: «Las mitologías no se inventan, se encuentran. Así como no podemos saber cuáles serán nuestros sueños esta noche, nadie puede inventar un mito. Los mitos provienen de la región mística de la experiencia esencial.» (Mitos de la luz)
El cineasta George Lucas, gran admirador de Campbell, interviene en un homenaje al prestigioso mitólogo. El momento se recoge en el documental «The Hero’s Journey: A Biographical Portrait Joseph Campbell» (1987) © Acorn Media
Esencia del mito
El mito no es un relato fantasioso. Es un compendio de experiencias directas, donde la metáfora y el símbolo son la mejor manera de transmitir un saber que sólo cobra sentido pleno cuando se vive en primera persona. Se trata de enseñanzas que permiten llevar una vida plena en cualesquiera circunstancias en que uno se pueda ver envuelto. Y esto es así, dice la psicología analítica inaugurada por Jung, porque explican el comportamiento de estructuras psíquicas que no pertenecen al individuo sino que son compartidas por toda la humanidad. Escribe Campbell: «Durante toda mi vida como estudioso de las mitologías, he trabajado con esos arquetipos, y puedo decirles que existen y son los mismos en todo el mundo. Están diferentemente representados en las diversas tradiciones; como, por ejemplo, en un templo budista, en una catedral medieval, en un zigurat sumerio o en una pirámide maya. Las imágenes de divinidades varían en las diferentes partes del mundo de acuerdo a la fauna, flora, geografía y rasgos raciales locales. Los mitos y ritos tendrán diferentes interpretaciones, diferentes aplicaciones racionales, diferentes costumbres sociales a fin de convalidarse y reforzarse. Y aún así, las formas e ideas arquetípicas y esenciales serán las mismas, a menudo asombrosamente parecidas. Y entonces, ¿qué son? ¿Qué representan?» (Los mitos, su impacto en el mundo actual)
Para Jung, esas estructuras son los “arquetipos del inconsciente colectivo”. Colectivo no porque haya una suerte de magia que une a todos los humanos en una noosfera con esencias místicas, sino porque no es el resultado de la simple experiencia individual. Las profundidades de la psique son, según esto, la manifestación del sistema instintivo de la especie, que, como también defiende Campbell, “reside en el cuerpo humano, en su sistema nervioso y en su maravilloso cerebro”.
Los mitos encierran, pues, una serie de instrucciones psíquicas en que se origina el comportamiento de los seres humanos de todas las épocas, cada una vestida con sus imágenes propias, formadas con lo que cada cultura percibe del medio. Es el equivalente al instinto animal propio de cada especie:
«En nuestra especie, la mitología cumple una función biológica exactamente comparable, aunque aparentemente no es un producto natural. Al igual que el nido de un pájaro, la mitología va tomando forma a partir del medio local, aparentemente de forma consciente, pero de acuerdo a una arquitectura inconscientemente dictada desde el interior. Y la verdad es que no importa si sus imágenes de consuelo, alentadoras o de guía son las apropiadas para un adulto. No se dirige a los adultos. Su función es promover y alentar a que la psique no dispuesta alcance la madurez, preparándola para enfrentarse al mundo.»
Esta preparación a que se refiere Campbell es lo que se conoce como el “segundo nacimiento”, un suceso propio del héroe mitológico que se da en toda cultura mediante un ritual de iniciación, ya sea bautismo, circuncisión o cualquier otro tipo de prueba física que simboliza la entrada del individuo en un nuevo estadio existencial.
Imagen superior: en «El héroe de las mil caras» (1949), Campbell definió las etapas del viaje del héroe. Gracias a un analista de guiones de la compañía Disney, Christopher Vogler, y al propio George Lucas, este esquema hoy forma parte de la rutina de muchos guionistas de cine, cómic y televisión, que usan esta fórmula esencial para llegar al gran público. En ese ciclo inmemorial, el héroe pasa por doce estadios en su aventura.
Cuando llega la crisis
Los mitos, que son la expresión de lo inconsciente, no pertenecen a la mente racional. Por tanto, no pueden ser interpretados en clave lógica o histórica. Explica Campbell:
«Pienso que aquí en Occidente, lo que ocurre con nuestra mitología es que los símbolos mitológicos arquetípicos se han interpretado como hechos. Jesús nació de una virgen. Jesús resucitó de entre los muertos. Jesús fue al cielo mediante la ascensión. Desafortunadamente, en nuestra era de escepticismo científico, sabemos que en realidad estas cosas no sucedieron, y por ello las formas míticas se consideran falsedades. Actualmente, la palabra mito significa falsedad, y así hemos perdido los símbolos y aquel misterioso mundo al cual se referían. Pero necesitamos los símbolos, y por ello aparecen en sueños perturbados y pesadillas que luego son tratados por los psiquiatras. Fueron Sigmund Freud, Carl Jung y Jacob Adler quienes se dieron cuenta de que las figuras de los sueños son realmente figuras de la mitología personal. Uno crea su propia imaginería referida a los arquetipos.» (Mitos de la luz)
El contenido mítico explica los rituales de iniciación. Todo mito encubre una transformación de la conciencia: primero se piensa de una forma determinada común al grupo, pero llega un momento en que la mente descubre nuevos significados sobre la existencia que la hacen trascender los límites de la vida ordinaria, liberándola de los deseos, aversiones y preocupaciones del día a día, y abriéndola a una nueva realidad.
El rechazo de este aspecto de la vida, asegura Campbell, hace imposible el segundo nacimiento necesario para entrar en la vida adulta, y es sustituido por sucedáneos sin contenido explicativo: “Es como si pidiéramos a los jóvenes canguros que permanecieran para siempre en la bolsa de su madre”. Surgen así las crisis, sobre todo las de la mediana edad, “cuando la vida empieza a extinguirse sin preparación en una inconsciencia improvisada, y uno se encuentra allí ahogado”:
«Hubiera sido una situación más fácil de llevar si, durante su época infantil, le hubiesen grabado los mitos de la infancia, para que cuando llegase la hora de este retroceso, esta inmersión en la edad madura resultase algo más familiar. Al menos tendría nombres y tal vez incluso armas para hacer frente a los monstruos que hallará, pues es un hecho –y muy importante—que las imágenes mitológicas que en la infancia se interpretan como sobrenaturales y externas, en realidad son símbolos de poderes estructurales (o, como los llamó Jung, arquetipos) del inconsciente, y será a ellos y a las fuerzas naturales que representan –las fuerzas y voces interiores del alma (Sila) del universo—, a las que se regresa cuando se realiza la inmersión descrita anteriormente, que un día le llegará, tan seguro como que debe morirse.»
La inmersión en el inconsciente comienza por una sensación de desintegración: “La persona ve al mundo partirse en dos: una de las partes se aleja, mientras él permanece en la otra. Éste es el principio de la crisis y del flujo regresivo”. Externamente, el individuo adopta el papel del loco, el tonto avasallado por las circunstancias. Internamente, se manifiesta el sabio, “el héroe escogido para un destino”.
Joseph Campbell y el periodista Bill Moyers en «The Power of Myth» (21 de junio de 1988-26 de junio de 1988) © PBS
El destino del héroe
En una serie de entrevistas para la televisión pública de Estados Unidos, The Power of the Myth, Campbell definía al héroe como alguien que ha subordinado su vida a un propósito superior que está más allá de los ámbitos de la personalidad. Cada una de las pruebas que ha de superar suponen un paso en el camino del desvanecimiento del ego. No se trata sólo de una aventura, sino del enfrentamiento del individuo con sus demonios interiores, donde se reflejan las fuerzas inevitables que gobiernan la vida desde el inconsciente. Si se las vence, el ser será libre. Si no, vivirá sometido a la corriente de tales poderes y, tarde o temprano, cuando la vida le sea menos favorable, surgirá la crisis y/o la neurosis.
El objetivo final del héroe es lo que el budismo llama nirvana. Se trata de un estado psicológico de la mente, la condición por la que ésta se sitúa en el centro del ser y no se deja azotar por los vientos del deseo y la aversión. El camino hacia ese centro del ser es la meditación, entendida ésta no como una experimentación de sensaciones agradables, sino de sensaciones «reales», es decir, de lo que hay, no de lo que uno quisiera que hubiera.
Determinadas enseñanzas esotéricas relacionan este proceso meditativo con una carta del tarot: la rueda de la fortuna. En ella, criaturas con vestidos humanos giran desesperadas, arrastradas por un movimiento incesante y ajeno a su voluntad.
Conviene recordar aquí que la eternidad no es un “tiempo” extendido, sino la ausencia del mismo. Y eso es lo que representa el eje de la rueda. Desde el no-tiempo, que es el centro del ser, contemplamos los dos lados de la vida con mirada ecuánime, lo positivo y lo negativo, lo bueno y lo malo, entendiendo la impermanencia de tales cualidades, pues no son inherentes a la existencia, sino etiquetas que varían de una época a otra, de una cultura a otra, de un ser humano a otro.
Campbell cuenta la leyenda del samurái que tiene que vengar la muerte de su señor y, en el último momento, envaina su espada y se marcha dejando vivo al asesino. De haberlo matado, habría sido un acto gobernado por la ira y el odio, algo que es absolutamente contrario al código samurái, según el cual un guerrero nunca deberá dejarse llevar por un interés personal al ejecutar una acción.
En esta misma dirección, los mitos de las diferentes culturas dan sentido trascendente a la caza y presentan al cazador como parte del ritual de la naturaleza, de ahí las ceremonias de respeto al animal muerto, a cuya alma se le pide perdón y se le muestra agradecimiento por proporcionar alimento. Nunca se entiende como actividad ociosa o como muestra del dominio de la naturaleza por parte del hombre.
La esencia de todo mito es que existe un mundo invisible sobre el que se apoya el visible. Expresa la relación que existe con lo eterno en un espacio y tiempo concretos. La desconexión del lenguaje mitológico es la ruptura con esa dimensión trascendental y primigenia. Para evitar esta ruptura, es necesario un lugar que sirva de portal simbólico hacia el universo interior.
El lugar sagrado es aquel donde no existe comunicación con el exterior, donde el individuo se encuentra a solas consigo mismo hasta perder la noción del tiempo e incluso del espacio.
Tras un largo y duro proceso de olvido de la personalidad, el iniciado experimenta en sí la epifanía, la manifestación del resplandor divino. Se trata de una experiencia por la que no se desea poseer ni se siente aversión alguna, un momento en el que el ser se limita a observar e intuye el leve roce de la eternidad. Tal es el fundamento de la mística cristiana y la contemplación oriental. En esa experiencia, se trasciende toda ética y moral, desaparecen el bien y el mal, lo positivo y lo negativo.
Y entonces, aparece el monstruo que habita en la divinidad, su aspecto destructor que acaba con el mundo, con el espacio y el tiempo, con la personalidad. Sólo así, a través del “fin del mundo”, se conoce la infinitud sustancial de la existencia.
Tiene lugar aquí la experiencia de los sublime, algo muy superior a la experiencia de lo bello, algo tan prodigioso que cualquier síntoma de individualidad desaparece y se conoce la fusión con las fuerzas elementales de la naturaleza, a través de una mezcla de fascinación y terror, pues el auténtico viaje al interior del ser obliga a un encuentro con el terror de sentir desaparecer el ego, con el cual pasamos la vida identificados. Por ello, la agonía del ego es agonía del individuo hasta que se trasciende a otro estado en que se pierde esa identificación, como en el ejemplo del samurái.
El resultado de ese encuentro con lo terrible encuentra buen ejemplo en el Jesús crucificado y trascendido en Cristo: el aspecto “divino” del ser manifestado plenamente en la materia, cuando placer y sufrimiento carecen de todo valor y dejan de afectar a la conciencia.
Es entonces cuando se alcanza el centro del círculo, el eje de la rueda, el punto estático desde el que se contempla el movimiento de la noria sin participar del mismo.
En Los mitos, su impacto en el mundo actual, Campbell cuenta la sorpresa que se llevó al comprobar que las imágenes que aparecían en los sueños y fantasías de pacientes esquizofrénicos se correspondían con las figuras simbólicas comunes a todas las mitologías. Esto lleva a pensar que el loco es un individuo que, perdido su contacto con la sociedad, se sumerge en un viaje interior que culmina en el inconsciente colectivo, más allá del subconsciente personal y los motivos simbólicos relacionados con la propia vida del sujeto: «En pocas palabras: la característica usual es, en primer lugar, una ruptura o partida del orden social local y del contexto; luego, una larga y profunda retirada interior y hacia atrás, hacia atrás, como en el tiempo, e interior y profunda en la psique; una serie caótica de encuentros en ese ámbito de oscuras y aterradoras experiencias, y (si la víctima es afortunada) encuentros presentes que vuelven a centrar, colmando, armonizando y otorgando nuevo vigor; y finalmente, en estos casos afortunados, un viaje de regreso y renacimiento a la vida. Y ésa es también la fórmula universal del viaje mitológico del héroe, que describí en mi propio estudio: 1) separación, 2) iniciación, y 3) regreso.»
Los pacientes se encuentran en una situación de aislamiento tal que las imágenes filtradas por su conciencia han alcanzado el territorio de lo universal y primigenio.
«Los arquetipos son expresiones de una biología heredada, común a la especie, frente a las memorias personales reprimidas que forman el inconsciente personal, abastecido por miedos y frustraciones de la biografía del individuo y de los condicionamientos sociales: “Gran parte de nuestros sueños y dificultades cotidianas derivan, claro está, de esta última; pero en la inmersión esquizofrénica se desciende hasta la “colectiva”, y la imaginería que allí se experimenta es sobre todo del orden de los arquetipos del mito.»
En ese viaje, aparece inevitablemente el horror. Cuando se desprenden las capas de lo social, los velos de la civilización que protegen al individuo de su naturaleza primera, surge el monstruo al que todo héroe se ve obligado a enfrentar. De fracasar en el intento por controlar las fuerzas caóticas representadas por el loco, éstas se hacen con el control de la existencia, como tan brillantemente supo reflejar Conrad en El corazón de las tinieblas, la novela sobre la que se elevó la película de Francis Ford Coppola, Apocalypse Now. «El chamán es una persona (masculina o femenina) que en su tierna adolescencia pasó a través de una grave crisis psicológica, lo que actualmente se llamaría una psicosis. […] La única sabiduría verdadera, dijo Igjugarjuk, vive lejos de la humanidad, en la gran soledad, y sólo puede ser alcanzada mediante el sufrimiento. Sólo la privación y el sufrimiento abren la mente de un hombre a todo lo que permanece escondido para los demás.» (Los mitos, su impacto en el mundo actual)
Campbell se hace eco de los estudios del doctor Siverman, que distinguía entre esquizofrenia esencial y esquizofrenia paranoica: «…y sólo es en la esquizofrenia esencial donde aparecen las analogías con lo que hemos denominado “la crisis del chamán”. En la esquizofrenia esencial, el rasgo característico es una retirada de los impactos de experiencia en el mundo exterior. Existe poca preocupación y atención al respecto. El mundo objeto cae y se aleja, la persona se ve invadida y sobrepasada por el inconsciente. Por otro lado, en la “esquizofrenia paranoica”, la persona permanece alerta y extremadamente sensible al mundo y sus acontecimientos, interpretándolo todo, sin embargo, en términos de sus propias fantasías, miedos y terrores proyectados, y con una sensación de estar en peligro a causa de asaltos.
¿No pareciera que nuestro mundo estuviera afectado por esta última esquizofrenia?»
La diferencia entre el chamán y el esquizofrénico de nuestro mundo es que el primero concilia su mundo interno con la realidad social de su comunidad, la cual hace propio su sistema simbólico, mientras que el segundo está “perdido y aterrorizado por las quimeras de su propia imaginación, a la que es totalmente extraño”, pues el sistema simbólico en que vive interiormente ha sido rechazado por el sistema social en que ha sido educado y en el que se desarrolla su experiencia vital: «El místico, dotado con talentos nativos para esta clase de cosas y siguiendo, paso a paso, la enseñanza de un maestro, penetra en las aguas y se da cuenta de que puede nadar; mientras que el esquizofrénico, sin preparar, sin guía y poco dotado, ha caído o se ha sumergido intencionalmente y se ahoga.»
La primera noble verdad del budismo es que toda vida es sufrimiento. Aquí, Campbell llama la atención sobre lo importante: «¿Lo hemos escuchado bien? ¿Lo hemos comprendido? Toda vida es sufrimiento. La palabra importante es “toda”, que no puede ser traducida para significar vida “moderna” o –como recientemente he oído—“vida bajo el capitalismo”, de manera que la gente sería feliz si el orden social fuese alterado. La revolución no es lo que enseñó Buda. Su Primera Verdad Noble fue que la vida –toda vida—es sufrimiento. Y su cura tendría que ser capaz de producir alivio, sin importar las circunstancias sociales, económicas o geográficas del inválido.»
La liberación del sufrimiento, sigue Campbell, es el nirvana: «El significado literal del sustantivo sánscrito nirvana es “apagar”; y su sentido budista hace referencia a la extinción del egoísmo. Con ello también se extinguiría el deseo del ego por satisfacerse, su miedo a la muerte y el sentido de los deberes impuestos por la sociedad. Pues el liberado se mueve desde el interior, no por ninguna autoridad externa; y esta motivación externa no carece de un sentido del deber, sino que está lleno de compasión por todos los seres sufrientes.»
La figura del liberado, o iluminado, aparece en el arte indio siempre bajo forma masculina; en el Lejano Oriente, por el contrario lo hace bajo la forma de la diosa china de la misericordia, Kuan Yin (Kannon, en japonés), pues un ser de estas características trasciende los límites de sexo, y bajo forma femenina seguramente resulta más cercano a la misericordia que la masculina.
La historia budista sobre Avalokiteshvara tiene mucho en común con la interpretación que los rosacruces hacen del misterio del Gólgota: «La leyenda de este Bodhisattva explica que cuando estaba a punto de liberarse completamente del ciclo de reencarnaciones que es nuestro mundo, escuchó lamentarse a las rocas, los árboles y a toda la creación; y cuando preguntó por el significado de aquel sonido, se le respondió que su presencia había imbuido a todo del sentido de la inmanencia del éxtasis nirvánico, que se perdería una vez que él abandonase el mundo. En su compasión sin límites renunció a la liberación por la que había luchado a través de in numerables vidas, por lo que al continuar en este mundo serviría a través del tiempo, como maestro y ayuda de todos los seres. Entre los comerciantes aparece como comerciante, como príncipe entre los príncipes, incluso como insecto entre los insectos. Y está encarnado en nosotros siempre que estamos en relación con otros, instruyéndonos o bien haciendo uso de su misericordia.» (Los mitos. Su impacto en el mundo actual)
Para la filosofía rosacruz, la muerte de Jesús es el sacrificio para que la energía crística permanezca en la Tierra, de manera que sea posible acceder a ella tras el proceso de desarrollo espiritual adecuado y manifestarla desde el interior del individuo.
Encontramos aquí una explicación del sufrimiento como única manera de disolver el ego. “Gracias, Padre, por traerme donde yo no quería”, dice el Jesús místico del griego Nikos Kazantzakis en La última tentación de Cristo. Un ejemplo universal donde los haya se encuentra en el viaje del héroe de La Odisea. Toda la aventura es una sucesión de infortunios que van convirtiendo al guerrero Odiseo/Ulises en un ser humillado tras cada prueba a que debe enfrentarse, hasta culminar su regreso a casa y reconvertirse en amante esposo de Penélope y padre de Telémaco.
La psiquiatría, dice la psicología analítica, se ha equivocado al intentar curar los síntomas del viaje, cuando lo que en realidad debe hacer es acompañar al “héroe” y proporcionarle, como Zeus a Odiseo, la ayuda para que llegue a buen puerto.
Al coartar el viaje, la sociedad se vuelve, cada día que pasa, un poco más neurótica.
Copyright © Rafael García del Valle. Reservados todos los derechos.