“Te volveré una muñequita, tendrás escolta, las camionetas y hasta piscina” (Tema principal de Las muñecas de la mafia).
Lo más interesante de las series colombianas es que, por idiosincrasia de su propia sociedad y por ausencia voluntaria de mesura, contienen unas dosis de realidad y dureza moral imposibles de concebir en una serie estadounidense o inaceptables en una española. De hecho, para un espectador español resulta increíble y abrumadora la cantidad de violencia injustificada, brutalidad gratuita y machismo desaforado que inunda sus producciones.
El caso de Las muñecas de la mafia se revela particularmente despiadado, dado que cuenta la historia de cinco muchachas relacionadas por voluntad propia o a la fuerza con el lujoso y desalmado mundo del narcotráfico, y cómo esa inmersión en una mafia sádica y sanguinaria hará trizas su inocencia y abocará sus vidas a sendas de perfidia que, como dice el cliché, no les permitirá volver a ser jamás las mismas. En este caso, el cliché se cumple a rajatabla.
Las muñecas de la mafia termina por ser una versión moderna e hispanoamericanizada de Justine o los infortunios de la virtud del Marqués de Sade, no solamente porque narra la pérdida de la virtud (sexual, ética y emocional) de cinco amigas bellas e inocentes, sino porque también pone en solfa, con retorcida lógica, hasta qué punto la inocencia no es culpable última de los “infortunios” que desata; e incluso la serie adopta, como hiciera el propio Marqués, la forma de “cuento moral”, didáctico y edificante, para desplegar una galería con las mayores atrocidades, perrerías y bajezas humanas que hoy día se pueda imaginar un espectador moderno del Primer Mundo.
Las muñecas de la mafia (2009) es una producción de Caracol TV, basada en el libro Las fantásticas (fantástico título) de Juan Camilo Ferrand, quien se ocupa del brillante guión formando efectivo tándem con Andrés López López… como ya hicieran con el megaéxito El cartel de los sapos. La dirección corre a cargo de un equipo coordinado por el incansable e inefable Luis Alberto Restrepo, responsable de la realización de las dos temporadas de El cartel (de hecho, Las muñecas la hicieron entre ambas) y de la megacélebre Sin tetas no hay paraíso.
Dos características a tener en cuenta de las series colombianas: 1) Cada temporada dura el doble ¡o el triple! que las estadounidenses. Así, Las muñecas de la mafia cuenta con 92 episodios de extensión variable (casi siempre, 22 minutos por capítulo), lo cual arroja una duración total cercana a los 2.000 minutos. Eso significan más de treinta horas de ficción… 2) La realización corre a cargo de un director asistido por varios directores auxiliares: de esta forma, el estilo de grabación siempre es homogéneo (al contrario de lo que suele ocurrir con la manera de trabajar estadounidense, que dispone un director distinto al frente de cada capítulo) y eficaz. Las series de Restrepo suelen estar muy bien concebidas de dirección, siempre con un mínimo de tres cámaras cubriendo las secuencias, aunque a veces el sonido es más precario de lo deseable. Pero a la velocidad que deben de rodar, ¡lo contrario sería asombroso!
En cuanto a Las muñecas de la mafia, su postulado es aún más cruel que el de Sin tetas no hay paraíso, puesto que se ceba en las descripciones del marasmo mafioso que ésta solamente apuntaba, siempre desde el punto de vista de sus protagonistas femeninas. La serie nos permite responder a la respuesta: ¿Qué saben las mujeres y amantes de los negocios de sus hombres? También es menos telenovelera, aunque las tramas amorosas sí le dan un toque más “romántico” que el mundo de macho men que poblaba El Cartel.
Como siempre en la TV colombiana, los personajes son lo mejor del conjunto:
Brenda es el único personaje 100% positivo y transparente de la serie: una chica sencilla de la ciudad de El Carmen, educada en la filosofía del esfuerzo y solidaria con sus amigas, a las que siempre saca de mil líos y embolados. Su único defecto: enamorarse hasta el tuétano de Don Braulio, el mayor capo de la droga en la región.
Angélica Blandón, la actriz que encarna a Brenda, despliega un show de simpatía, encanto y dulzura: el espectador se enamorará de ella y deseará que todo le salga bien. Me ha chocado especialmente su brillante composición, en contraste con lo discreta que fue su intervención en El Cartel II, donde su personaje era mucho más ortodoxamente melodramático. Un 10 para Angélica.
Otro 10 para Katherine Escobar por su interpretación de la pérfida e insoportable Olivia, la amiga que no piensa estudiar en la universidad ni dar palo al agua en su vida, pues su sueño es liarse con un narco que le pague todo y la haga vivir una vida de lujo. Esteretípicamente malvada y consentida, la Escobar lo hace tan bien que el espectador no logra dejar de odiarla cada vez que aparece en pantalla… ni de apiadarse de Braulio cuando ella consigue casarse con él, enemistándose con la noble Brenda. Sus impresionantes pechos son también la mejor coartada erótica de la serie.
Yuli Ferreira es Renata, la “bobita” de Las muñecas de la mafia. Por estupidez y pura mala estrella, Renata se come muchos marrones (y hasta bolas de coca): empieza casándose con un humilde muchacho que termina siendo “contador” (contable) de la mafia y regentando un prostíbulo… y la pobre acabará violada por un vecino que la chantajea, de prostituta de un burdel en Bogotá y de mula para los narcos en EEUU. Ferreira es una de las mujeres más hermosas que he visto en tiempos y merece ella sola una serie que saque partido de su carisma natural.
Pamela es, junto a Olivia, la otra “muñeca” que se deja corromper por el dinero fácil y la explotación de su belleza. La esforzada Andrea Gómez da vida a esta jovencita que comienza liándose con un narco, Erick, cuyos celos enfermizos terminan involucionando hasta derivar en un acoso constante y amenazas de muerte: para huir de él, Pamela se lía con Asdrúbal, otro pez más gordo (en todos los sentidos) del narcotráfico… pero si el primero se lía a puñetazos con sus compañeros de universidad por el sólo hecho de mirarla, el segundo la trata como una res, marcándole el trasero con su nombre tatuado y obligándola a aumentárselo quirúrgicamente. Además, acostarse con él le resulta a la pobre niña una experiencia repugnante… El destino de Pamela es de los más claramente moralistas y ejemplarizantes del asumido por las cinco chicas.
La Violetica “mil colores” (como la llama su novio Giovanni) resultará la más engorrosa de las cinco “muñecas”, sobre todo cuando asume el rol de vengadora implacable por una muerte familiar. Hija de Don Gregorio, uno de los narcos de El Carmen, Violeta quiere integrarse en el negocio de su padre y convertirse en una narco grande. El conflicto entre sus ansias de poder & venganza y el amor que siente por su honrado novio marcará toda su trayectoria. Alejandra Sandoval posee una belleza a lo Linda Fiorentino que con seguridad agradaría en el mercado anglosajón.
Finalmente, Amparo Grisales es la madura Lucrecia, la descarada y divertísima ex esposa del narco Braulio. Cada vez que aparece en escena, las risas y la indignación están garantizadas. La actriz (una diva absoluta de la escena colombiana) tiene esa personalidad fuerte y masculina de una María Félix o una Concha Velasco, y le va como anillo al dedo eso de hacer de “loba”, y en este caso de “loba vieja” (pero con un glamour y savoir faire incomparable). Su rol en la serie es fundamental, pues ejerce de bisagra entre el mundo de Braulio y sus “muñecas” con el resto del panorama criminal, dado que nada más divorciarse de su marido se lía con el otro gran narco local, Don Nicanor. Otro 10 para la Grisales.
El veterano Fernando Solórzano (a quien ya vimos en El cartel de los sapos con un papel más comedido) es Braulio, el poderoso narcotraficante de El Carmen. Braulio ejemplifica el personaje masculino que está en el centro de todas las idas y venidas muñequiles, el Charlie de estos ángeles (y demonios). Actúa con la hipocresía típica de estos estereotipos mafiosos: está enamorado de Brenda pero se casa con Olivia; mata al primer novio de su hija porque no le parece buen partido, pero después exige juego limpio cuando a ella la secuestran… Solórzano le proporciona ese toque de campechanía y sinvergonzonería latina que contribuye a que el personaje te caiga bien, pese a todas sus perrerías. Y así ocurre, dado que de no caer bien, la serie no funcionaría.
Norman, el lugarteniente de Braulio, es uno de los personajes más inolvidables de esta ficción. Sobre sus espaldas carga el peso de encarnar al villano “oficial”, pero gracias en gran medida al trabajo de Diego Vásquez, Norman es mucho más: se trata de un mayúsculo perverso, siempre animado a lubricar sus trapacerías y crímenes con los fluidos de su voluptuosidad libidinosa. Capaz de azotar con el cinturón a su esposa Noelia mientras le canta la canción de Nino Bravo o de obligar a la esposa de su jefe a acostarse con él enmedio de una cama inundada de billetes, las vilezas de Norman son de tal catadura que le elevan al panteón de villanos viperinos por méritos propios. Chapeau, Sr. Vásquez.
Camaleónica y magistral, sólo así se puede definir la actuación de Julián Román en el papel de Erick, la mano derecha de Norman y el criminal más loco y desalmado de la serie. Su personaje es un auténtico psicópata hijo de mala madre, sin ninguna posibilidad de redención ni ningún momento de debilidad emocional. Cada vez que aparece en pantalla, es para echarse a temblar, y con razón (especialmente cuando agarra la motosierra). Para calibrar hasta qué punto la transformación del actor resulta pasmosa, vean cualquier secuencia de Erick en Las muñecas de la mafia y después comparen con el modosito actor que le da vida, en esta entrevista promocional. Un 11 para Román.
Giovanni es el “bueno” de la serie, casi el único personaje masculino sin ningún matiz oscuro, y la única posibilidad de redención de su novia Violeta. Lincoln Palomeque (otro de esos nombres imposibles de inventar para un escritor español) es el actor que le da vida, con mucho desparpajo y naturalidad, representando junto a la voluntariosa Brenda “los ojos del espectador”, horrorizado ante todo lo que ocurre en ese violento submundo.
Juan Pablo Franco es Leonel, el marido de Renata, un contable de perfil bajo que se gana la vida honradamente hasta que se mete a llevar los asuntos de don Braulio y se deja corromper por la ambición. Leonel representa el típico arribista que intenta trepar en un mundo que no es el suyo, tratando de dárselas de duro cuando en el fondo no es más que un pobre desgraciado dominado por sentimientos básicos y patéticos: enamorado de una prostituta, se dejará arrastrar por el deseo de asesinar a su propia esposa. Probablemente se trate del personaje más desagradable de Las muñecas de la mafia y Franco hace tan buen trabajo a la hora de insuflarle vida, que cada vez que aparece en pantalla da grima: tanto así, que hasta cuando sale al lado de Erick, ¡éste cae bien por comparación!
Asdrúbal es un narco asociado con Braulio, uno de los más razonables, al menos cuando no le ponen una mujer delante. Mauricio Vélez construye una excelente caracterización para su personaje, capaz de provocar risas y ternura cuando se desenvuelve en alguna escena cómica, y a renglón seguido despertar escalofríos y repulsión al comprobar la manera en que trata a su amante Pamela.
Don Gregorio es, paradójicamente, el único narco “honrado” de la trama. Asume una serie de cualidades morales (buen marido, padre ejemplar, hombre recto y cumplidor) que causan estupor al estar asociadas a un narcotraficante: es el Michael Landon de los narcos. Orlando Valenzuela también hace un buen papel, logrando esquivar siempre el empalago.
El actor cubano Félix Antequera es Don Nicanor, el máximo rival de Braulio en el negocio de la “merca”. Erigido en principio como sombra terrible y amenazante, una vez lo conocemos más al compás de su relación con Lucrecia, descubrimos un “hombre de negocios” pragmático y sin grandes complicaciones emocionales: cruel cuando el negocio lo exige, cariñoso con su gente de confianza y, dentro de lo que cabe, un hombre de palabra. Dentro de lo que cabe, claro…
La pareja apodada Los Carmensos, y conocidos individualmente como Uña y Mugre (para definir que dos amigos son inseparables, la expresión “carne y uña” ha evolucionado hasta convertirse en “uña y mugre”, o sea, uña y roña), son probablemente los personajes más controvertidos de Las muñecas de la mafia: planteados como alivio cómico de la serie, una especie de Gordo y Flaco que ejercen funciones de subalternos de Don Braulio, protagonizan sin embargo escenas altamente perturbadoras, como cuando intentan violar a Pamela aprovechando que ésta se ha emborrachado en una fiesta, de camino a su coche. Una acción así haría imposible en cualquier serie occidental que estos personajes fueran considerados como “simpáticos”, pero aquí rigen otras reglas cívicas. Julián Caicedo y Jairo Ordóñez despachan su cometido con gracia y sin complejos.
Como siempre, lo peor del elenco son los actores estadounidenses (la parte “policial” de la DEA y los fichajes de Miami) que, como en El cartel, parecen escogidos en una fiesta barbacoa de algún productor. ¡Y en esta ocasión ni siquiera podemos disfrutar del inefable e inimitable Sam Matthews!
Las muñecas de la mafia está disponible para su visionado tanto en la web de la productora Caracol TV como en YouTube. Para abrir boca, os dejo con la canción oficial de la serie, donde las “muñecas” expresan lo que quieren en la vida: “Todo lo que se consigue con una mini Uzi: una finca grande con jardín y jacuzzi”.
Como termina diciendo la propia letra: “Papi, ¿y qué quería?”.
Sade estaría orgulloso.
Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.