La India se ha convertido en el destino favorito de los turistas espirituales que buscan emociones intensas y trascendencia rápida. Han descubierto la religión como un producto más en el estante del supermercado intelectual, especialmente apreciado cuando contiene gotas de mística exótica. En ese espiritualismo no oscurecido por las sotanas de los curas, el turista místico encuentra argumentos contra el consumismo occidental, alimentando de este modo una de las grandes pasiones de todo buen burgués consumista: creerse mejor que los burgueses y consumir ávidamente anticonsumismo.
Así que los turistas espirituales pagan cantidades desorbitadas, pero al alcance de sus bolsillos del primer mundo, para pasar unas semanas en un ashram de la India, en el que encuentran la paz de la mente que tanto echan de menos, una paz que se diluye en cuestión de días en cuanto regresan a su hábitat natural, entre los ruidosos automóviles y las prisas de las ciudades modernas, lo que demuestra, una vez más, que la vulgar materia siempre se impone al sublime espíritu. Porque este maravilloso orgasmo espiritual funciona sólo cuando las condiciones materiales son las de un privilegiado que no tiene que preocuparse de nada, como sucede en un ashram para turistas o en un balneario en las montañas de Suiza.
Imagen superior: mujeres en Mahabalipuram (Wikimedia Commons).
Los turistas místicos recorren la India y, aunque ven miseria a su alrededor, regresan elogiando la entereza de esas gentes, su dignidad y su extraordinaria espiritualidad y religiosidad, sin detenerse a pensar en la responsabilidad de la etérea espiritualidad en esa miseria, en la perpetuación del sistema de castas, en el maltrato a las mujeres, que incluyen sacrificios de las propias hijas si un rito mágico lo prescribe, en la concertación de bodas de hijos e hijas o en la persecución de los homosexuales. Al contrario, los turistas iluminados nos revelan que en un pueblo se adora a los transexuales, obviando que esa costumbre tan llamativa no puede ocultar que en la India rural ser homosexual es tan arriesgado como chapotear en un río lleno de cocodrilos.
Nos hemos acostumbrado a pensar en la India como la tierra de la mística, la espiritualidad y los mil y un dioses, hasta el punto de que resulta difícil imaginar que por aquellas tierras paseara algún escéptico o materialista. Sin embargo, los había y los hay, aunque su vida nunca ha sido fácil, ni antes ni ahora.
Imagen superior: culto al dios Ganesh (Wikimedia Commons).
Pero como dice el racionalista indio G. Vijayam (nada que ver con el racionalismo cartesiano, por cierto): «India no es sólo una tierra de religión, superstición y creencias ciegas, sino también de ateísmo, racionalismo, humanismo, escepticismo y agnosticismo. Es una tierra de ilustración, de búsqueda filosófica de la verdad y aplicación práctica de los principios racionalistas para el bien común. Es el lugar de nacimiento de Buddha y Majavira, y también de los carvakas y lokayatas, y de la filosofía samkhya».
Cada vez más autores reivindican a estos pensadores, tradicionalmente despreciados y que aparecen en los libros clásicos tan sólo para ser atacados como herejes, demonios o inmorales. O las tres cosas.
Así que ha llegado el momento de descender a los infiernos para conocer a estos terribles demonios. Lo haré en próximos artículos.
Página del autor sobre el escepticismo: Sabios ignorantes y felices.
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