En 1931, Salvador de Madariaga publicó en Argentina España. Ensayo de historia contemporánea, un libro que amplió en sucesivas ediciones. Además de escritor, Madariaga (1886-1978) fue ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes y de Justicia de la Segunda República. Tras la Guerra Civil, desde su exilio en Inglaterra, desarrolló una amplia labor intelectual, enfrentándose a dos dictaduras: la soviética y la franquista.
Creo que Madariaga es una de las mentes más agudas a la hora de examinar lo que significa nuestro país, y como todo buen analista histórico, sabe incluir en su obra aportes de distintas ciencias sociales. Los nuevos lectores ya no están acostumbrados a interpretar su pasado a través de intelectuales tan profundos como él. Ni Julián Marías ni Claudio Sánchez-Albornoz ‒por citar otros dos ejemplos ‒ le sirven al español de hoy para interpretar su identidad. Y no le sirven porque la cuestión nacional se ha reducido a las simplezas y disparates que circulan por las redes sociales y por las tertulias televisivas.
De ahí que no se impongan hoy las reflexiones de Madariaga o de Sánchez-Albornoz, identificados con las virtudes de España, y al mismo tiempo, críticos con sus defectos. Lo que hoy funciona mejor es una adaptación tuitera de la Leyenda Negra, con la que se suscribe un nuevo pacto de veracidad. De ese modo, creer que España es una construcción fantasmal, o una vergonzosa maquinaria que nunca funcionó, o incluso un invento ultraderechista y nostálgico, ayuda a muchos a desentenderse de su pasado real, de su destino y de sus posibilidades.
Las opiniones tienden entonces a nivelarse por efecto de la corrección política, y llegamos así al incomprensible disparate de identificar lo español con lo facha. Supongo que hay otros ejemplos de ignorancia colectiva en la era de internet ‒la conspiración lunar, el terraplanismo, el movimiento antivacunas…‒, pero este caso es llamativo: un país diverso, apasionante y complejo, con una larguísima historia común, y además con una evidente influencia en el devenir del resto del mundo, decide acurrucarse en el diván del psicoanalista para decir: «Soy un auténtico desastre y preferiría ser como cualquier otro. Pero no como soy yo».
Si no te dejas llevar por ese fatalismo, de inmediato eres sospechoso de reaccionario. Vamos, lo que se dice un facha. Seas de izquierda o de derecha, conservador o progresista, te llamarán facha ‒aunque sea de broma‒ en cuanto vayas a contracorriente. Y eso ocurre en el mismo país donde la banda terrorista que ha defendido un nacionalismo xenófobo ha sido de ultraizquierda.
Como deslegitimar con ese insulto a quien piensa de otro modo es lo habitual, Emilia Landaluce ha escrito un libro a modo de respuesta. Responde, para empezar, a las falacias y mitos negrolegendarios que difunden los nuevos radicales, los adictos a la posverdad y los defensores del nacionalismo excluyente.
Ya nos decía el filósofo Julián Marías que la terminación médica -itis designa una inflamación o infección, y que su equivalente en política sería -ista. Por eso mismo, él se veía español de forma natural, si mayores complejos, y se sentía cómodo con su nación sin ser nacionalista. He aquí un matiz que, en esta era de bipolaridad e infantilismo, no es fácil de captar.
El de Landaluce no es un libro que vaya a gustar a los extremistas ni a quienes entienden la política como si fuera el botón de reinicio en un ordenador. En sus páginas, desmonta prejuicios y tópicos sobre nuestra historia de manera muy accesible, y finalmente, nos conduce a ese territorio en el que chochan la realidad y la percepción de la realidad.
Permítanme un ejemplo tomado de la cultura pop. En los noventa, David Bowie lucía un chaquetón diseñado por Alexander McQueen. Aquello venía a ser la bandera de Inglaterra convertida en tendencia. Lo sé, parece trivial, pero, ¿se imaginan algo parecido entre nosotros? ¿Saben el tipo de críticas que recibiría quien se tomase esta libertad sobre un escenario?
Emilia Landaluce describe, a medio camino entre el periodismo, el testimonio y la divulgación, un fenómeno transversal: la reacción de muchos españoles, de distintas tendencias, ante el discurso monocorde que los tilda de fachas en cuando expresan sus sentimientos nacionales. Sobre todo, cuando lo hacen en los mismos términos en los que lo haría un francés, un argentino o un inglés. ¿El contexto? El desafío independentista que, rompiendo la legalidad democrática, ha colapsado la convivencia en Cataluña, y en particular, la manifestación del 8 de octubre de 2017, en la que nos interpelaron desde Barcelona los catalanes que no quieren ser partícipes de ese delirio.
Sinopsis
«No somos fachas, somos españoles». Este fue el grito expresivo y unánime más coreado en la manifestación del 8 de octubre de 2017 en Barcelona. Cerca de un millón de personas salió a las calles para mostrar el hartazgo de un país y para decir lo evidente: que Cataluña es España y que el nacionalismo no tenía derecho a decidir por el resto de los españoles.
Un libro en el que Emilia Landaluce analiza los motivos por los que tantos ciudadanos, de todas las ideologías, perdieron sus complejos y se unieron en una única voz sin miedo.
Emilia Landaluce es columnista de El Mundo y una de las firmas habituales de su sección Nacional. Anteriormente escribió para ABC. También es comentarista habitual de Es la Mañana de Federico en esradio.
En La Esfera publicó también su primera incursión en la novela histórica, Jacobo Alba.
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