La palabra noticia va ligada a la idea de novedad. En algunas lenguas la nueva –la buena nueva o la mala nueva– se usa indistintamente como noticia. Forzando un tanto la semántica, en español podemos efectuar la misma sinonimia. Parece paradójico, pero esto de que la historia aporta novedades nos viene desde los tiempos mesiánicos: la llegada del Redentor inaugura los Tiempos Nuevos, que en ciertos idiomas son el equivalente de lo que llamamos modernidad. Sin duda, las fechas van de atrás hacia adelante, conforme sostiene Pero Grullo. En cambio, los tiempos históricos también registran recaídas, tropiezos y lugares comunes, es decir lugares conocidos a los cuales volvemos con un sentimiento de sorpresa ante lo inédito, que siempre es, al menos, alentador.
Esta divagación viene a cuento de una experiencia de fechas superpuestas. Las maniobras chinas en torno a Taiwán me produjeron un insight de mi infancia. Yo coleccionaba sellos postales y los de la China Nacionalista traían la cara de Chang-Kai-Chek, entonces su presidente. Esta cara, ante mi vista e imaginariamente, se volvió a imprimir en la hoja del periódico. Ya entonces había maniobras de la otra China y anuncios de una tercera guerra mundial. Es decir: como ahora mismo.
En vez de sellos postales, me di a anotar, acaso a coleccionar, viejas novedades. Incidentes en la frontera de Gaza con Israel. El retorno de Afganistán a la más dura dureza de la sharía y la imposibilidad de las potencias occidentales para arraigar en el país. Los sellos evocados traían los retratos del zar de Rusia y la reina Victoria de Inglaterra. Las izquierdas se dividen y se subdividen, a la vez que insiste quien decide fundar la Nueva Izquierda. Ya en 1889 la Internacional Obrera se partió entre los anarquistas de Bakunin y los socialistas de Marx. Las crisis empiezan con una escasez de suministros, siguen con la inflación, con el dólar como moneda refugio, con un enfriamiento general de las economías, una subida de los tipos de interés y una caída de la demanda que provoca una caída de los precios y una feliz salida por medio del ajuste. Los economistas discuten siempre lo mismo aunque invocando a unos apellidos variables: hay que actuar desde la demanda o actuar desde la oferta, nunca desde las dos a la vez.
¿Qué provoca este envejecimiento de la novedad, este aparente anacronismo de la idea de noticia, de nuevas buenas o malas? Los pesimistas vuelven a tener razón: la historia se repite. Los optimistas también vuelven a tenerla: de las crisis reiteradas se aprende a no reiterarlas. Los escépticos, es decir quienes admiten que lo que se cree verdad puede no serlo, que el error es su contrafaz, enumeran todo lo que la humanidad ha conseguido con el tiempo en cuanto observamos cantidades, algo que se pueda medir. Hay guerras, nos seguimos matando unos a otros pero nunca ha habido tantos humanos vivos como hoy, con mayor esperanza de vida y una lista de enfermedades otrora incurables que hoy pueden superarse. Y etcétera. La pregunta sigue en pie: ¿hace falta que esto o aquello cambie para que todo siga igual? ¿Qué es lo que sigue igual y torna ineficaces las novedades, las mal llamadas últimas noticias como si no estuvieran seguidas de otras igualmente últimas? Es cuando los periodistas, los economistas, los políticos, los ricos y los pobres sospechan que el cambio y la permanencia son como la luz y la sombra de un mismo día que, empecinadamente, se inaugura para caducar y acaba para que empiece otro día. ¿El nuevo día, según quiere el tópico?
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