Cuando muchos comentaristas analizan los primeros años de la ciencia-ficción como género ya bien establecido, a menudo son víctimas de sus prejuicios contra la vulgarización que en Norteamérica se llevó a cabo de aquella utilizando el formato pulp (básicamente relatos cortos de escasas pretensiones estilísticas y centradas en el puro entretenimiento), en contraste con la tradición más intelectual y eminentemente novelística que se cultivaba en Europa y entre cuyos nombres más ilustres se contaban H.G. Wells, Julio Verne, Aldous Huxley, Yevgueni Zamiatin, Fritz Lang, Olaf Stapledon o Karel Čapek.
Ahora bien, no se puede olvidar que los pulps, con todos sus defectos, construyeron una ciencia-ficción positiva y fronteriza con la fantasía que fue acogida con entusiasmo tanto por la izquierda europea como por los fordistas norteamericanos. Para situar adecuadamente la literatura pulp (por mucho que a algunos les parezca pretencioso utilizar el término literatura para la prosa de los pulps) es preciso ahondar en el lugar que científicos e ingenieros ocupaban en el imaginario colectivo norteamericano de comienzos de siglo, tanto en los momentos de auge como de crisis económica, la consolidación del papel de la ciencia dentro del sistema corporativo capitalista y el papel redentor que se otorgó a la tecnología en el drama nacional de recuperación tras el derrumbe bursátil del 29. Y es que muchas de las críticas que se le han hecho al pulp son meramente intelectuales y carecen del necesario contexto cultural para una correcta aproximación a esta forma de literatura popular.
Entre los autores más inusuales que se adscribieron al pulp se encuentra John Taine, seudónimo de Eric Temple Bell y de quien ya hablamos en un artículo anterior. A diferencia de muchos de sus colegas, no sólo tenía una educación científica sino que vivía de ella (era profesor de Matemáticas en el CalTech y divulgador). Esa base se deja notar en algunas de sus obras, como la que ahora reseñamos, la primera en la que se utilizó la expresión corriente temporal, término que además da título a la historia.
Esta extraña narración que mezcla el romance y la aventura científica, comienza en un punto temporal indeterminado (pasado o futuro) pero en cualquier caso muy alejado de nuestro siglo XX. El planeta Eos –muy similar a la Tierra– alberga una avanzada civilización científica. Una mujer, Cheryl, exige el derecho a casarse con el hombre que ama aunque los análisis biológicos a los que se ha sometido muestren que sus posibles hijos no tendrán la genética considerada deseable. Es la ya clásica falsa utopía: un mundo aparentemente desarrollado y feliz que, sin embargo, se rige por repelentes comportamientos autoritarios.
Pero entonces, uno de sus mejores amigos descubre que en Eos existió una civilización incluso más poderosa, hace tiempo destruida cuando la bestia fue desencadenada. El amigo cree que esta bestia podía desatar las pasiones humanas y avisa a Cheryl de que su actitud podría amenazar la estabilidad de su mundo. Cuando ella exige una prueba, sus amigos se embarcan en una búsqueda por todo el planeta, buceando en la historia y la ciencia, tratando de hallar respuestas.
La cosa se complica al existir otra Cheryl y otros amigos en nuestra Tierra, en el siglo XX. Todos ellos emprenden un experimento que les hace entrar en la corriente temporal, aunque desconocen su destino. ¿Viajan hacia el futuro o hacia el pasado? Llegan a Eos y también a lo que parecen ser otros planetas pero que bien podrían ser momentos del futuro o del pasado del nuestro. Sin embargo, en todos ellos, Cheryl se mantiene firme en su elección del hombre que ama, convencida de que el amor revelará el camino correcto. ¿Causará su actitud inflexible el fin de la especie humana? ¿O su comienzo?
La corriente temporal fue serializada en cuatro partes en la revista Wonder Stories en su número de diciembre (como era norma en aquellos tiempos, la versión en libro no apareció hasta mucho tiempo después, en este caso en 1946). Fue la primera novela de ciencia-ficción en la que el tiempo se interpretaba como un flujo, idea proveniente del interés de Taine por la física cuántica. Interés que ya venía de antiguo, por cuanto una nota manuscrita del autor fechaba esta historia diez años atrás, en julio de 1921. Y es que durante todo ese tiempo el matemático fue incapaz de encontrar un editor que pensara que el concepto de flujo o corriente temporal (esto es, serie de acontecimientos pasados, presentes y futuros concebidos como una línea o corriente a través de la cual uno pudiera desplazarse) fuera vendible en una narración popular.
John Taine la describía así: «El más mínimo exceso de esfuerzo puede alterar el equilibrio de la corriente en cualquiera de sus puntos, enviándolos hacia atrás en el tiempo o hacia delante, al futuro, independientemente de my voluntad». Resulta curioso que precisamente aquel año, 1931, otro autor, Clifford D.Simak, utilizara también el mismo término en una historia titulada El mundo del sol rojo, publicada asimismo en Wonder Stories: «Estás viajando en el tiempo amigo (…) Ya no estás en el espacio, sino en una corriente temporal». Habrían de pasar doce años hasta que otro escritor de ciencia-ficción (A.E. van Vogt) volviera a recoger la expresión que hoy nos es tan familiar.
Ambiciosa más allá de las posibilidades reales de Taine como escritor de ficción, The Time Stream es quizá algo confusa, pero gracias a su aproximación novedosa al viaje temporal contribuyó a ampliar el marco conceptual de la ciencia-ficción pulp.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.