Nuestros libreros se ven cada vez más apurados cuando se trata de clasificar las secciones de sus locales. Les resulta difícil mantener un apartado de filosofía, en especial porque la escasa enseñanza de la materia en nuestros actuales currículos ha hecho decaer la demanda de los textos pertinentes. En otro sentido, una dificultad de género hace que muchos libros no se puedan situar cómodamente como filosofía o ensayo.
Parece evidente que son dos problemas distintos y que el segundo apunta más a la literatura que a la filosofía y, de paso, a preguntarnos por enésima vez si ambas disciplinas o actitudes ante el lenguaje son diversas o variantes de una misma. En efecto, antes de Aristóteles no hay un lenguaje técnico de la filosofía como el que identificamos en tanto tal, paralelo a los léxicos tecnológicos: electrónica, química orgánica, sociología, suma y sigue. Antes que el maestro andariego, lo que hoy consideramos filosofía eran aforismos, poemas, relatos o escenas, incluidas las dialogadas por Platón.
Una larga tradición ha hecho filosofar a escritores que prescindieron de cualquier tecniquería: Pascal, Lichtenberg, Valéry, Ortega, D’Ors, los heterónimos de Pessoa y Antonio Machado o María Zambrano, difícilmente pueden ser considerados sucesores de Aristóteles, los teólogos medievales o los grandes constructores de sistemas modernos. No obstante, uno de los más eminentes de ellos, Immanuel Kant, aconsejó no hacer filosofía sino filosofar. Si mal no traduzco: no ceñirse a la institución filosófica, a la filosofía como una especialidad de los filósofos diplomados, ya que la filosofía, amor al saber, es una actitud y no una especialidad. En efecto, si trata de algo es de lo que hace a lo problemático de la vida, una característica humana. No filosofan cualesquiera seres vivos sino sólo el hombre, que no únicamente lo hace sino que sabe que lo hace y sabe que sabe hasta el infinito.
Dice Hegel que pensamos apenas hablamos. La filosofía nace cuando nos damos cuenta de ello, cuando la palabra intenta explicitar la palabra. ¿Hace algo muy distinto un poeta? Se diría que no. En cambio, mala y pobremente filosofan los así llamados ensayistas que encuadernan textos donde se repiten los tópicos del periodismo y los consejos para vivir mejor. Aquí sí, en caso de ser yo un librero, me las vería mal para clasificar volúmenes y ordenar estanterías.
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