Puede que para los lectores más jóvenes resulte difícil imaginarlo, pero hubo un tiempo en el no existían los comic-books. Éste fue un formato que se inventó en los años treinta como respuesta a la demanda de las tiras cómicas que aparecían diariamente en los periódicos. Hubo un momento en que el material protagonizado por los personajes ya establecidos no bastó para cubrir esa demanda, por lo que fue necesario empezar a crear series y personajes totalmente nuevos. ¿Cómo hacerlo? Porque, sencillamente, las editoriales de cómics no existían. Hubo que inventarlas y, con ellas, nació una nueva forma de narrativa gráfica.
El cómic que analizamos en esta entrada nos lleva a esos momentos trascendentales en la historia del medio. ¿Y quién mejor para contárnoslo que alguien que no sólo vivió aquellos tiempos, sino que maduró y se forjó entonces como autor integral, comenzando una carrera que le llevaría a ser reconocido como maestro de maestros y creador de toda una forma de narración visual: la novela gráfica.
Will Eisner nació en Brooklyn, Nueva York, en 1917, hijo de un matrimonio de inmigrantes judíos. Ya de niño se sintió atraído por el arte, seguramente gracias a que su padre había ejercido de pintor. Ese interés empezó a tomar forma y canalizarse participando en el diseño gráfico de las revistas y anuarios de su escuela.
Tras la graduación, Eisner se afilió a la Liga de Estudiantes de Arte de Nueva York, donde conoció a su mentor, George Bridgman, uno de los principales profesores de la Escuela de Arte de esa ciudad y por cuyas clases se dice que desfilaron 70.000 alumnos. Sus enseñanzas, junto a los contactos que Eisner forjó en esa institución, le sirvieron para convertirse en ilustrador comercial y dibujante para las revistas pulp tan de moda entonces. Desde ese momento, su vida se convirtió en una continua carrera por mejorar como narrador gráfico, abrir nuevos caminos al mundo del cómic y dignificar el medio.
Empezó como artista autónomo para luego, a los 19 años, fundar un estudio con Jerry Iger (aunque decía tener 25 para pasar por un dibujante más experimentado). Persiguiendo su sueño de alcanzar un público más adulto, abandonó tres años después ese negocio para pasar a la siguiente fase de su vida artística como dibujante de comic-books de contenido más maduro. Al entrar Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, fue reclutado con el encargo de dibujar cómics didácticos para las tropas.
Tras ser desmovilizado, retomó con éxito el personaje que había creado antes de incorporarse a filas: The Spirit, con el que revolucionaría el cómic durante una década antes de retirarse durante unos años y volver en los setenta para crear un nuevo formato que abrió la puerta al cómic a otras posibilidades gráficas y temáticas: la novela gráfica.
Ya en vida, Eisner se ganó el respeto de innumerables profesionales, la alabanza incondicional de los críticos y la lealtad de todos aquellos capaces de apreciar un buen cómic. Tanto es así que en 1988 se instauraron los Premios que llevan su nombre, considerados los más prestigiosos de la comunidad tebeística. Eisner asistió a todas las ceremonias de entrega hasta su muerte en 2005, tras toda una vida dedicada a explorar el cómic, enseñar sus técnicas y luchar por su reconocimiento como forma artística.
En 1986, Eisner ya había probado todas las opciones que ofrecía la industria y decidió publicar una suerte de autobiografía en viñetas: El soñador, en el que narraba sus primeros años en la industria.
La historia nos presenta a Billy Eyron (en lugar de usar los verdaderos nombres de los artistas y editores que marcaron aquella época, decidió recurrir a fáciles anagramas que cualquier aficionado podría descifrar. Así, Billy Eyron no es sino el propio Will Eisner), un joven artista que no sólo tiene talento gráfico y vista para los negocios, sino algo aún más importante: un sueño. Sus comienzos a finales de los años treinta no son fáciles. Los efectos de la crisis económica aún no han desaparecido y no tiene más remedio que ir aceptando los encargos que consigue, le gusten o no, desde diseños comerciales a tiras humorísticas.
Tras un par de traspiés trabajando para dos compañías que no consiguen hacerse un sitio en el emergente mercado de los comic-books, decide combinar su sueño artístico y su iniciativa para los negocios y dar un paso adelante importantísimo. Asociado con Jimmy Samson (Jerry Iger), abre un taller de dibujantes, un lugar en el que él escribirá los guiones y elaborará los bocetos de una gran variedad de comic-books que serán finalizados en diferentes estilos gráficos por los artistas en nómina. Una verdadera cadena de montaje del cómic que abastecía a las editoriales que en ese momento querían aprovecharse del boom del comic-book pero que no deseaban contratar a sus propios guionistas y dibujantes, ya que nadie pensaba que aquella moda fuera a durar mucho. Entre los artistas que por allí desfilan están Bob Kane (creador de Batman, llamado en el álbum Ken Cord), Jack Kirby (uno de los padres creativos del Universo Marvel, en la historia Jack King), Alex Blum (Armand Budd, futuro pilar de Classics Illustrated), la guionista Audrey «Toni» Blum (Andrea Budd, una de las primeras mujeres profesionales del medio)…
El final del álbum es el final de una época y no pillará de sorpresa a quienes conozcan algo de la biografía de Eisner: Billy abandona la sociedad con Samson para aceptar un desafío que le catapultará al mercado nacional y a las casas de millones de lectores: la elaboración de un comic-book que se incluirá en la edición dominical de los periódicos y la propiedad de los derechos sobre los personajes que allí aparezcan.
Lo único que cambia en el cómic respecto a lo acontecido en la vida real son los nombres –y ni siquiera éstos son irreconocibles–. Tras su fructífera asociación con Jerry Iger, Will Eisner abandonó el estudio que él mismo había creado, para encargarse, a finales de 1939, de un personaje de su propia creación con el que alcanzaría la inmortalidad: The Spirit. La época de los talleres de cómic no tardaría en desaparecer. El boom de los cómics de superhéroes que se produjo a raíz del éxito de Superman en 1938, llevaría a las principales editoriales a dotarse de su propia plantilla, no necesitando ya más del suministro masivo y regular de este tipo de proveedores creativos externos.
El soñador es, como hemos dicho, una autobiografía y una visión personal de un momento histórico dentro de la evolución del cómic como industria. Pero también es un tributo a aquellos que se atrevieron a soñar con algo que el resto del mundo consideraba una actividad infantil e incluso poco digna. Eyron sueña con convertirse en un gran autor; Donald Harrifield (anagrama de Harry Donenfeld, fundador y propietario de DC Comics) sueña con hacerse un nombre como editor; Vincent Reynard (en realidad Victor Fox) desea fundar su propia compañía tras abandonar un puesto de contable en DC; y los variopintos dibujantes que pasan por el estudio que fundan Billy y Jimmy Samson son, cada uno a su manera, soñadores.
Hoy todo el mundo ha oído hablar de Marvel o DC y, al menos, de dos o tres de sus más insignes personajes. El cómic ha alcanzado una cuota de dignificación y prestigio inédita en tiempos pasados. El sueño de aquellos artistas pioneros, muchos de ellos anónimos, se ha cumplido. Los cómics son objeto de cuidadas ediciones y sesudos análisis en los medios de comunicación de masas, son llevados al cine en forma de superproducciones y algunos de sus creadores (Alan Moore, Neil Gaiman, Frank Miller, Bill Watterson…) gozan de un reconocimiento impensable para el joven Will Eisner que trataba de abrirse paso en el difícil mundo editorial de los años treinta. Y todo ello no hubiera sido posible sin la perseverancia e ilusión de aquellos creadores que Eisner retrata en este álbum y de muchos otros hoy olvidados por todos excepto para los estudiosos del medio.
Y hay que tener en cuenta que soñar en aquellos años con convertirse en artista de cómic no era en absoluto equivalente a lo que es hoy. El futuro del medio era incierto, tal y como afirma uno de los personajes: «Yo estoy aquí por dinero. ¿quién sabe los motivos de los demás? Quizá crean que esto es un lugar de paso, pero hay poco futuro en los comic-books. ¡Es una moda! ¡Arte de encargo en papel de periódico!».
Eisner es, ya lo hemos dicho, una celebridad en el mundo del cómic, uno de esos nombres que todo el que quiera adentrarse en el medio debe conocer forzosamente. Es por ello de agradecer que el autor no cayera nunca en el divismo y fuera capaz de conservar su integridad a la hora de revisar su propio pasado. Cuando nos cuenta su vida en aquellos años lo hace con honestidad y humildad, sin pretender que él o sus colegas estuvieran realizando obras de gran calidad, una hazaña de tintes heroicos o marcando un hito en el mundo de la cultura ppular. En cambio, Eisner se retrata a sí mismo y a quienes conoció en esos años con realismo, mostrando sin pudor tanto su ingenuidad en lo sentimental como su ilusión en lo profesional o su esfuerzo e iniciativa en los negocios. Y aunque el único protagonista verdadero es Bill Eyron, Eisner se las arregla para insuflar la necesaria personalidad a los diferentes individuos que van entrando y saliendo de su vida. Son personajes cercanos, verosímiles y cotidianos que tratan de ganarse la vida haciendo aquello que les gusta, aunque no siempre en las condiciones en las que desearían. Sin caer en histrionismos la historia integra momentos melancólicos, humorísticos y tragicómicos.
Además de ver la evolución vital y profesional de Eyron al compás de la aparición de una nueva industria, se tocan otros temas interesantes. El primero, los compromisos y dilemas que surgen cuando el arte llega al mundo de los negocios. Muchos de los primeros editores de cómic carecieron de escrúpulos a la hora de plagiar y arrebatar a los creadores cualquier derecho sobre sus obras. También se observa el tránsito de las novelas baratas o pulp al cómic, tránsito al el que irían aparejados los géneros tratados por aquellas. Y, en tercer lugar, la creación de un concepto innovador: el comic-book como formato para publicar historias inéditas en lugar de soporte para la reedición de tiras o planchas de cómics previamente aparecidas en los periódicos..
El talento de Eisner como narrador gráfico consiste, precisamente, en que no lo parece. La experiencia ha pulido su capacidad de síntesis hasta el punto de que es capaz de introducir en las 44 páginas del álbum una sorprendente cantidad de información, tanto factual como emocional.
Su dibujo es engañosamente sencillo. Su trazo es flexible, frecuentemente caricaturesco e incluso esquemático. Sin embargo, todas las figuras quedan bien definidas por su rostro y su gestualidad y el lector siempre puede distinguir perfectamente la identidad de los personajes en cada escena, lo que hacen y dónde lo hacen. Ejemplo perfecto de cómo presentar a varios personajes en un mínimo espacio (y tiempo) y con un máximo de humanidad son las páginas 22 a 27. En ellas se expone rápidamente el pasado y motivaciones de varios de los artistas de plantilla que trabajan para Eyron y Samson. En un conseguido equilibrio entre texto e imagen y sin resultar tedioso, Eisner revela al lector la razón por la que cada uno de esos dibujantes decidió entregarse a su sueño de convertirse en creador. Una secuencia breve, pero sin duda de las mejores del álbum.
Y cuando se analiza con detenimiento El soñador página a página, se descubre que, pese a que se trata de una historia de corte cotidiano en la que no hay acción física ni escenas espectaculares y que es narrada en páginas uniformes de seis a nueve viñetas, el autor utiliza un extensísimo arsenal de recursos narrativos –algunos de los cuales inventó él mismo–: difuminación o eliminación de los límites de la viñeta, utilización de claroscuros para enfatizar el dramatismo o focalizar la acción creando una combinación dinámica de espacios positivos y negativos, uso de las ventanas como marco de la acción, globos de diálogo que rompen la viñeta, reducción de los fondos a la mínima expresión para aligerar el ritmo…
Pero Eisner no utiliza ese despliegue de talento para impactar al lector y jactarse de su capacidad narrativa sino como mera herramienta para contar su historia. De hecho, es fácil leer el álbum de principio a fin dejándose llevar por su ritmo fluido sin que nada llame especialmente la atención. El interesado en el lenguaje del cómic dispuesto a realizar una lectura atenta, sin embargo, encontrará aquí un enriquecedor catálogo de ideas y recursos.
Si nunca has leído nada de Eisner, quizá este álbum no sea el mejor sitio por donde empezar. Pero aunque no sea una de las más innovadoras obras del autor, es una pequeña joya de su carrera a menudo e injustamente pasada por alto. El soñador es, en definitiva y en su sencillez, un excelente e inspirador trabajo que nos abre las puertas a un pasado más ingenuo en el que unos individuos se atrevieron a soñar, cambiando con ello el curso de la cultura popular.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.