Tras medio siglo de la muerte de su fundador, el general Juan Domingo Perón, no hay en la Argentina ningún partido llamado peronista. Sin embargo, sí hay una multitud de peronistas pues, como él mismo decía, todos los argentinos somos – uso el nosotros por mi origen – peronistas. En efecto, lo que él fundó no es un partido sino un movimiento, una masa amorfa de la cual surgen izquierdas y derechas, vanguardias y retaguardias, extremistas y morigerados, ortodoxos y heterodoxos, activos y contemplativos. Así es como hubo gobiernos que, en nombre del peronismo, cumplieron políticas proteccionistas y neoliberales, populistas que repartieron y austerizantes que ajustaron. De tal modo, ahora hay sectores muy enfrentados dentro de aquella masa que, lejos en el tiempo y cerca en la memoria, invocan al fundador como santificador de todos ellos. En una novela de Osvaldo Soriano, No habrá más penas ni olvidos, la viñeta ejemplar resulta patética. A punto de caer fusilado, alguien grita “¡Viva Perón!” y los fusiladores gritan también “¡Viva Perón!”
Cierto sector del movimiento organizó un recordatorio en la quinta de San Vicente, antigua propiedad del general donde yacen sus restos. Al haberlos trasladado desde el cementerio donde reposaban, hubo forcejeos y cayó baleado un hombre. Antes, el cadáver había sido violado y cortadas sus manos. Nunca se esclareció el curso de esta violación pero entre tanto, murieron misteriosamente algunos de los que podían haber conocido la verdad.
Estas situaciones funerarias han sido constantes en la historia argentina. Afectaron, por ejemplo, a las huesas de Evita Perón, el general San Martín y el brigadier Rosas. Sabe Dios qué ocurrirá con el gran escritor nacional Borges, que descansa en un cementerio suizo. Es como si esos muertos no hubieran muerto del todo y jugaran a un eterno retorno a la vida de los supervivientes. De algún modo, el pasado sigue vivo y no puede convertirse en un objeto llamado la Historia. Conserva la vivacidad de los mitos, que siempre vuelven al ritmo de las fechas, las conmemoraciones y los ritos. La Argentina tiene una grave dificultad para historizarse y, en cambio, celebra la eternidad de sus míticos retornos. En sus crisis periódicas se repite el mismo esquema crítico y en estos tiempos se reitera dramáticamente en un escenario con su constante libreto y sus actores igualmente constantes.
Todo esto acredita la inteligencia política de Perón que – caso único en la historia – volvió a su país tras dieciocho años de ostracismo en Madrid, para ser presidente de la nación por tercera vez y fallecer honrado hasta por sus más destacados adversarios. Entre tanto, el movimiento, acaso el Movimiento por antonomasia, sigue moviéndose. Tal vez hacia ninguna parte, tal vez hacia la destellante meta de un eterno retorno.
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