Un consejo: si estás deprimido, no leas este cómic. Porque siendo como es una excelente historia de ciencia-ficción, es también una obra que llena de desazón. Y es que si las historias anteriores de Horacio Altuna relacionadas con este género dejaban cierto espacio para la ternura (El último recreo) o el humor (Ficcionario), en los seis capítulos en que se divide Chances no hay resquicio alguno para la esperanza o el alivio.
En gran medida, la ciudad distópica que nos presenta Altuna es la misma que ya vimos en Ficcionario: estrictamente dividida en barrios según las clases sociales. En la zona A, los más acomodados, rodeados por un sólido perímetro de seguridad y protegidos por una policía que no es más que un ejército privado a su servicio. Aunque no se nos muestra su barrio, sí se nos dan pistas que nos indican su calidad de vida, su desprecio por los menos favorecidos y su distanciamiento físico y emocional de éstos. En la zona B viven –mejor dicho, malviven– todos los demás. Es un entorno urbano opresivo, superpoblado, invadido por la basura, los charcos de agua sucia, las ratas y la degeneración material y moral.
Los ricos disponen de centros médicos en los que desarrollan y custodian clones de sí mismos, a la espera de necesitar sus órganos cuando llegue el momento del inevitable deterioro de los propios. Uno de esos clones condenados a morir jóvenes, Riff, escapa de la clínica cuando va a ser «utilizado» por su padre genético. Su objetivo inicial es encontrar a un tal Marcos, un supuesto revolucionario que anima en sus panfletos clandestinos a la revolución y la lucha contra el régimen. No tarda Riff en encontrar a su idealizado héroe, sólo para descubrir que es un intelectual cobarde que no se atreve a llevar a cabo lo que tan incendiariamente proclama a escondidas.
Riff inicia entonces su particular viaje a los infiernos por las zonas más oscuras e inquietantes de la megaurbe. Habiendo pasado sus 18 años de vida en un laboratorio, ignora la realidad de lo que va a encontrar. A través de sus ojos, de los personajes que encuentra, de las situaciones que experimenta, descubrimos una sociedad desesperanzada, degenerada y violenta.
Mientras huye de la policía que lo busca para devolverlo al centro de clonación, Riff conocerá a otros personajes que, de modos diferentes, tratan de sobrevivir empozoñándose lo menos posible: Lobo conserva un rincón de honestidad que le impulsará a tender una mano a Riff y guiarlo en sus primeros pasos por ese difícil mundo; Malena, la prostituta que bajo su cinismo esconde aún sentimientos y que inicia al clon en el sexo (“Entre el sexo por amor y el sexo por dinero…siempre el sexo por dinero sale más barato”), “El cura”, un chocante beato que llama “Dios” a su perro y ha optado por vivir entre los pobres, tratando de mantener una débil chispa de caridad combinada con rebeldía (“Contra el poder hay que ir por libre, no entregarse, es la manera de resistir y joderlo”).
Pero esos breves encuentros no son suficientes para compensar la marea de sordidez, decadencia, cruel conformismo y corrupción física y moral que parece inundarlo todo. Las imágenes que van desfilando ante los ojos de Riff son estremecedoras: un adolescente que se suicida en un fotomatón mientras los viandantes contemplan las fotos disparadas por la cámara, unos gamberros acosando sexualmente a una jovencita acompañada de su madre, violaciones en grupo, drogadictos que se chutan en plena calle, pederastas, desguaces de coches convertidos en residencias habituales de familias deshauciadas, snuff movies con jovencitas, tráfico de cadáveres,… ¿Cómo sobrevivir aquí, no ya física, sino mentalmente? Está el pobre anciano que esconde una baratija como si fuera una obra de arte, aferrándose a la belleza que ve en ella y creándose la ilusión de ser especial, diferente a la chusma que lo rodea, hasta el punto de que prefiere morir a perderla; o el padre que se vuelca totalmente en su hijo, un adicto terminal, por quien roba y se deja matar intentando conseguir heroína.
¿Es la vivencia de Riff un viaje iniciático? Puede que sí, pero también es un viaje terminal. A diferencia de lo que suele ser norma en este tipo de relatos, el protagonista, en su aventura, no aprenderá a sobrevivir, no mejorará como persona, no encontrará una meta y superará todos los obstáculos para alcanzarla. Al contrario, aterrorizado por lo que ve, incapaz de hallar algo a lo que aferrarse para salvar su humanidad –o siquiera continuar viviendo–, el único escape que encuentra, sin trabajo, sin dinero, solo y bombardeado por un panorama desolador donde impera la ley del más fuerte, el más insensible y el más corrupto, será la drogadicción y la violencia asociada a ella. Al final, ni eso será suficiente, y preferirá entregarse a la policía para su inevitable destino. Sus primeros pasos en la vida real son también los últimos.
La brutalidad de la zona marginal, la zona B, tiene una refinada imagen especular en la zona A: los fríos médicos encargados de asesinar a los clones para extraerles los órganos charlan sobre apartamentos en la playa al tiempo que utilizan un lenguaje distanciado respecto al horrible oficio que están desempeñando: “espécimen clonado Riff desvitalizado. Procedan a desidentificación”. Ellos, en sus impolutas batas blancas, o el estirado comisario de policía que detiene a Riff, hablan de trabajo honesto, de sacrificio, de cristianismo, de honestidad… mientras golpean y asesinan sin piedad, remordimiento ni duda alguna.
Resulta lamentable que en todas las historias de la ciencia-ficción, en las que se detallan todo tipo de obras literarias, películas o series de televisión, se omita invariablemente el ámbito del cómic cuando éste ha dado abundantes pruebas de ser un medio ideal para desarrollar historias de este género. Chances es un buen ejemplo de ello. La desasosegante belleza de sus páginas no tendría en absoluto la misma fuerza si quisiéramos trasladarlo a palabras y frases. Los dibujos entran directamente en contacto con la parte emocional de nuestro cerebro sin necesidad de un proceso intelectual previo. Y, al mismo tiempo, su traducción a la imagen real propia del cine, convertiría sus viñetas en escenas demasiado escabrosas como para poder recrearse estéticamente en ellas. En cambio, el talento de Altuna consigue mantener el difícil equilibrio entre la armonía que desprende un dibujo bien perfilado, una página diestramente compuesta y una narración fluida por un lado; y la brutalidad del tema que en ellas se trata por el otro.
Como todo buen maestro del comic, Altuna sabe que no es necesario abusar del texto cuando la imagen puede hacer el mismo papel con más eficacia. Así, Riff habla poco y no hay globos de pensamiento que nos revelen lo que pasa por su mente. No hace falta. Sus ojos son los nuestros y sus pensamientos los ponemos nosotros. Las secuencias mudas son tan elocuentes que cualquier texto añadido no podría mejorarlas.
Como en Ficcionario, sus viñetas están repletas de detalles, pero a diferencia de aquél, aquí la aplicación del color ayuda a diluir el duro contraste de blanco y negro, de sombras y luz.
La inclemencia y desesperanza que emanan de Chances (publicado originalmente en Francia por la editorial Dargaud y disponible actualmente en España a través de una edición de Norma Comics) no le impidió ser reconocida como una de las mejores obras de aquel año, recibiendo el prestigioso Premio Yellow Kid del Salon de Lucca al mejor Autor Internacional.
Han pasado nada menos que más de dos décadas desde su publicación y Chances no ha perdido un ápice de actualidad. Hoy se puede leer y disfrutar con la misma intensidad que cuando fue dibujada; sólo los clásicos pueden presumir de ello. Es, sin duda, una de las obras más logradas de su autor y, al mismo tiempo, una de las más duras y despiadadas visiones del futuro que puedan leerse en la ciencia-ficción.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, con licencia CC, y editado en TheCult.es con permiso del autor. Reservados todos los derechos.