En el parque de El Retiro, de Madrid, un rincón al que me gusta siempre volver es la Fuente del Ángel caído (1885), de Ricardo Bellver. En ella, sobre un pedestal de bronce y granito, un excelso ángel de desnudas formas hercúleas trastabilla hacia atrás, la cabellera encrespada y un grito de dolor o de furia vencida en la boca, las grandes alas a punto de quebrar, protegiéndose con un brazo del rayo que quizá se abate sobre él: la ira de Dios expulsándolo del Edén.
El Ángel apenas puede apoyarse en una serpiente que se enrosca en su propio cuerpo, prefiguración del aspecto repulsivo que después tomaría para tentar al primer hombre y a la primera mujer («y seréis como dioses», les dijo al ofrecerles el fruto del Árbol del Bien y del Mal).
Es a pesar de todo un Ángel magnífico, quizá porque está inspirado en el Lucifer de El Paraíso perdido, de Milton, que lo veía como a un arcángel derrotado pero siempre majestuoso, que no perdió nunca su original esplendor aunque viera oscurecida su excesiva gloria.
Ese Ángel caído de Bellver ha provocado que se repita hasta la saciedad que Madrid es la única ciudad del mundo que alberga una estatua dedicada al Diablo, pero en los claustros de no pocos de nuestros conventos y monasterios, en las arquivoltas de las portadas de no pocas de nuestras iglesias y catedrales, existen representaciones numerosas de demonios que son también representaciones del Demonio; a menos que con aquella afirmación primera quiera hacerse hincapié en que la de Bellver en Madrid es la única representación del Diablo en su aspecto originario, como Ángel de Luz, antes de que el pecado corrompiera su aspecto. (Entonces acaso pueda añadirse que también por primera vez una representación de Satanás mereció una medalla en una Exposición de Bellas Artes).
Imagen superior: en 1877, el escultor madrileño Ricardo Bellver (1845-1924) realizó en yeso la obra llamada ‘El Ángel Caído’. Un año más tarde, ganó con ella la Medalla de Primera Clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes, celebrada en Madrid. | Wikimedia Commons.
Hijo de la Aurora
En otra ocasión te hablaré con más pormenor del Diablo, pero no de esas representaciones bufas que lo disfrazan de reptil grotesco o de macho cabrío carnavalesco con barbas, cuernos, rabo y pezuñas retorcidas, de ojos inyectados en sangre y piel rojiza tenebrosa, ese monstruo extravagante con el que los hombres, a través de distintas épocas, apenas han alcanzado a representar la fealdad de quien se tornó el más horrible de los monstruos como consecuencia de su pecado, pese a que en su origen fue el más hermoso de los seres creados por Dios.
No te hablaré de ese Satanás, sino de otro que yo considero más auténtico, el que a mí me descubrió Giovanni Papini, el Ángel luciferino, mucho más atractivo como personaje maldito; por ende, un personaje más auténtico en la mitología hebrea (y al que siempre le doy el aspecto del Ángel caído de Bellver).
Ahora debes saber al menos que Lucifer era el principal arcángel de Dios, un querubín que por su belleza esplendente era llamado Hijo de la Aurora, cuyo cuerpo refulgía como la cornalina y el topacio, su cabello como la esmeralda y el diamante berilo, sus ojos como el ónice y el jaspe, sus labios como el zafiro y el rubí.
Dios lo había nombrado Guardián de todas las Naciones y, durante un tiempo, se comportó de forma humilde, agradecida y discreta, aunque secretamente se viera henchido de orgullo. Después su sabiduría se corrompió a causa de su esplendor, la soberbia lo trastornó y aspiró a elevar su trono por encima de las estrellas de Dios, sin calcular bien hasta qué punto Éste no consentía rivales en su gloria.
Papini, que consideraba que comprender es una predisposición para amar, intuyó que Lucifer era la criatura más desgraciada de toda la Creación y se propuso comprenderlo. Guiado por un sentimiento de caridad y misericordia, indagó las verdaderas causas de la rebelión de Lucifer (no creía que fueran las comúnmente admitidas, no creía que fuera la envidia de Dios, sino los celos del hombre, criatura creada por Aquél a Su imagen y semejanza).
Estudió las verdaderas relaciones entre Dios y el Diablo (que descubrió mucho más cordiales de lo que hasta ahora nos veníamos imaginando, hasta el punto de que de El libro de Job extrajo la conclusión de que Satanás era un agente de Dios, al que Éste admitía en su presencia para que le informara de los actos de los hombres, para que los enjuiciara y acusara, como si fuera un acusador o investigador público, un procurador del Rey del cielo). Concibió, en fin, la posibilidad de que los mismos hombres hicieran volver a Satanás a su primer estado, liberando así a la humanidad de la tentación del mal.
Expulsado del Paraíso
Papini creyó ver en el comportamiento de Lucifer —basándose en los propios textos sagrados, leídos con otra mirada— una sombra de amargura, un acento de añoranza, un deseo inconfesado de volver a la felicidad.
Hizo suyas unas palabras de Graham Greene: «Uno se siente tentado a creer que el mal no es más que la sombra producida por el bien, en su perfección, y que nosotros llegaremos un día a comprender también la sombra».
Al fin y al cabo, cómo no comprender el dolor de un padre que ha sido repudiado por su hijo dilecto, cómo no comprender la frustración de un hijo que cree haber perdido el favor de su padre. Es fácil, bajo esa perspectiva, comprender, y sentirse inclinado a perdonar, al Lucifer hijo que ha quedado de repente desamparado, que se ve reprobado, por un error que ha ofendido al padre y que le desgarra de él.
Es fácil sospechar que ese hijo, enrabietado de algún modo infantil, con sus actos infames intenta recabar de nuevo, como un niño airado, la atención de su progenitor.
Bien mirado, quizá ese Ángel caído de Bellver que tan paradójica pero acertadamente habita el Retiro, es una señal insospechada que tiene el valor de un designio: el Paraíso está siempre cerca y quien fue expulsado de él puede seguir, en su proximidad, aspirando a ingresar de nuevo.
Copyright del artículo © J. Miguel Espinosa Infante. Este artículo es un fragmento de Mapa del tesoro (Fragmentos para mi hijo). Publicado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.