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Cada vez mejor, cada vez peor

Hace un siglo, día más o menos, que Paul Valéry dirigió lo que él llamaba “miradas sobre el mundo actual”. Señalo la figura del intelectual que echa una mirada sobre eso que está ahí afuera como si su posición normal fuese de ensimismamiento y reflexión. A menudo, leyendo o escuchando las opiniones similares de otros colegas de Monsieur Valéry, la imagen se repite en mi memoria.

Diría que hay dos sectas extremas de mirones sobre el mundo actual. Una es la optimista: cada vez vivimos más, hay menos proporción de pobres, mayor proporción de humanos que acceden a las primeras letras, la vivienda fija y las aguas corrientes. Cada vez hay más medios para combatir enfermedades, en especial las endemias. Las técnicas en materia de alimentación, transporte y limpieza de lugares públicos, prosperan y se abaratan. Hemos llegado a la Luna, estamos por llegar a Marte, nuestros satélites alcanzan ya a Saturno.

Los pesimistas, en cambio, señalan que la humanidad se está encerrando en monstruosas metrópolis de atmósferas pestilentes, consume cada vez más drogas residuales y tóxicas, padece burbujas financieras y crisis cíclicas, y se compone de individuos producidos en serie, incomunicados, consumidores que han perdido su individualidad y su ciudadanía. Nos dominan poderes anónimos que no controlamos, las fortunas están en manos escasas y aumentan de volumen, distanciándose cada día de quienes tienen menos.

Los optimistas sostienen que no importa cuánto tenga el de arriba sino que el de abajo, el extremadamente modesto, tenga un mínimo digno para sobrevivir y que los servicios públicos mejoren su nivel y bajen de precio.

Los pesimistas señalan la persistencia de las guerras, el tráfico de armas, de prostitutas y de niños que trabajan por monedas o son sacrificados para vender sus órganos.

Los optimistas ven un futuro donde los peores trabajos estarán cumplidos por robots y la humanidad dispondrá de mayor tiempo libre para gozar y cultivarse.

Los pesimistas imaginan un porvenir de un planeta sucio y superpoblado, en el que los hombres nos mataremos por un mendrugo o un sorbo de agua potable.

Propongo un balance provisorio y tan veloz como los dictámenes anteriores. Al optimista le observo que cuando expone sus estadísticas mundiales no matiza las diferencias entre zonas del planeta, es decir entre gentes y pueblos. Si hablamos de la pobreza en Zamora no estamos hablando de la pobreza en Tombuctú. A mi vez, al pesimista le sugiero que observe la serie histórica, pues con frecuencia se refiere a unos tiempos pasados que resplandecen con destellos de oro en la lejanía de las fechas pero que, por entonces, también estuvieron provistos de pesimistas como él.

Final del apólogo: es evidente que cada vez estamos mejor, o sea peor, y que estamos peor, o sea mejor.

Imagen superior: Chevrolet EN-V 2.0, el vehículo diseñado para recorrer las calles futuristas de Tianjin Eco-City © GM.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")