A veces, en una página impresa, una frase continua centelleando en el recuerdo como un cristal luminoso, un anuncio de neón.
Deambulaba por la exposición « Sonia Delaunay. Arte, diseño y moda» cuando empecé a leer con dificultad, un artículo marrón grisáceo, colgado en la pared como un crepúsculo. Pertenecía a una revista de modas, pero el paladar reconocía la escritura de Ramón Gómez de la Serna.
Evocaba sus años en París, las noches iluminadas por la oscuridad de la poesía, en un lugar imaginado junto a los Delaunay: «La barraca de los poetas» donde a través de la palabra todo esplendía. Y junto a ella «La barraca del prestidigitador». Nada dice de ella, pero es imposible no imaginarla como una sala de máquinas, una especie de turbina de las acciones que metamorfosea la ciudad, extendiendo por ella “el simultaneísmo vital” con el que Sonia Delaunay extrajo colores y formas de los cuadros y los propagó por vestidos y objetos, vallas y escaparates, inundando la ciudad opaca y burguesa de color.
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