Como las vidas en algún momento paralelas de Kidd y Roberts, también las vidas de Mary Read (1690-1721) y Anne Bonny (1698-1782) guardaron entre sí varias simetrías: las dos eran mujeres, las dos nacieron de un desliz —Anne Bonny, de una aventura extramarital de su padre; Mary Read, de una aventura extramarital de su madre—, las dos se dejaron arrastrar a la vida de los piratas, las dos amaron a un hombre.
Esas existencias dispares, pero homólogas, convergieron precisamente en virtud de esta última circunstancia: el hombre al que Mary Read y Anne Bonny amaron fue el mismo, Jack Rackham —también conocido como Calicó Jack—. Él fue, además, quien las concitó a bordo del mismo barco, el que él capitaneaba.
La historiografía insiste en el prejuicio de sospechar que Mary Read, nacida en Londres, y Anne Bonny, nacida en County Cork, Irlanda, solo pudieron hacerse pasar por hombres y solo pudieron acometer en cubierta los afanosos trabajos de la vida de los piratas porque padecían corpulencia hombruna y modales marimachos, pero yo prefiero pensar —quizá incurro en otro prejuicio— que su engaño fue hábilmente trabado, que la belleza no les era ajena y que para tirar de las drizas e izar o arriar las velas y para manejar un sable con destreza mortal les bastaban su orgullo y su agilidad femeninas.
La promesa de una vida aventurera
No se criaron en la pobreza, sino de forma acomodada, por lo que durante su niñez pudieron conocer los rasos, las puntillas y los lazos; sin embargo, mostraban un carácter pendenciero —acaso porque desde muy pronto hubieron de usar sus puños y sus uñas para defender sus orígenes bastardos—. Ya en su juventud protagonizarían numerosos amoríos con hombres de variada condición social —marineros, soldados, caballeros—.
La educación recibida en su infancia les permitió imaginar una vida más excitante de lo que su condición femenina les auguraba, y el hecho de vivir en ciudades costeras cuyos muelles quizá recorrían a menudo, con la visión de los buques saliendo de puerto mientras largaban el trapo, acaso les brindó el acicate definitivo.
Travestismo y suplantaciones
Mary Read se disfrazó y se enroló en un barco mercante, luego se alistó en la armada y más tarde se concedió el paréntesis de abrir una posada llamada Las Tres Herraduras, hasta que hastiada al cabo de un tiempo volvió a la milicia —profesó tanto en infantería como en el arma de caballería— y finalmente se embarcó hacia las Indias Occidentales, donde todavía confiaba en un destino más sugestivo.
Por su parte, Anne Bonny se casó a los dieciséis años con el apuesto marinero que le dio su apellido y que, con modales piratas, quiso apropiarse de la fortuna de su suegro. No lo consiguió, y la pareja hubo de marcharse a New Providence, donde abrieron una taberna.
Antes, al marcharse, despechada con su padre, que la había desheredado, Anne Bonny incendió las plantaciones que aquel poseía en Charleston.
Regentando esa fonda portuaria, Anne Bonny se convirtió en la reina de los muelles por su belleza belicosa y por su capacidad para confraternizar con aquella gente de estofa tabernaria. Fue entonces cuando se enfrentó a María Vargas, una española amante de un caballero adinerado a la que desafió, mató y suplantó en las preferencias de este.
No permanecieron mucho tiempo juntos, porque, invitados a una velada por el gobernador de Jamaica, la hermana de este se permitió el desprecio de calificar a Anne Bonny como la «puta del millonario», y en la refriega barriobajera que siguió, Anne Bonny le rompió los dientes a la damisela alfeñique.
El encuentro con Calicó Jack
Fue después cuando conoció a Calicó Jack, alias de Jack Rackham, llamado así por su tendencia extravagante a vestir casacas y camisas y a exhibir pañuelos estampados con vivos colores, confeccionado todo ello con tejidos traídos de la lejana Calicut.
Se trataba de un pirata de modales afectados, caballeroso y atractivo, mujeriego y exquisito —como que, según parece, es él quien inspiró al Jack Sparrow de Los Piratas del Caribe—.
Pero James Bonny, el marido de Anne Bonny, denunció a su mujer por adulterio ante el gobernador, con lo que propició que ella, perseguida por la justicia, se embarcara con su pirata y se diera a la vida salobre de los filibusteros.
Un encuentro inesperado
En algún momento —las fuentes son confusas e incluso contradictorias respecto a las circunstancias—, quizá en un abordaje, Mary Read, travestida, coincidió con Anne Bonny a bordo del navío de Rackham. De su delicado atractivo finamente masculino parece que se prendó Anne Bonny, hasta que Mary, halagada, pero sabedora de que no podía llevar hasta el final todas las fases de la seducción, hubo de confesarle su sexo.
Calicó Jack no tardó en mostrarse celoso de la cercanía entre Anne y el marinero Read —este había pasado a formar parte de su tripulación—, de modo que, en definitiva, las mujeres hubieron de condescender a ponerlo al corriente.
El triángulo amoroso entre Jack, Anne y Mary
Hay quien gusta de suponer que entre los tres se inició entonces un triángulo amoroso, pero no parece que estemos ante personajes capaces de compartir según qué cosas. Por otra parte, se sabe que, antes de que el resto de la tripulación conociera el dato del verdadero sexo de Mary Read, esta ya se había prendado en secreto de otro pirata, hasta el punto de que, en cierta ocasión, habiendo sido este desafiado en duelo, ella —temerosa de perderlo— se batió con ferocidad en su lugar, y una vez que ensartó a su oponente, rabiosa de orgullo, se desgarró la camisa y mostró sus pechos al moribundo para que supiera que lo ultimaba una mujer.
Desde entonces, las dos mujeres fueron aceptadas a bordo como dos perras del mar más, y jamás hubo un andrajoso camarada que les discutiera el valor o que se atreviera a requerirles la intimidad de su sexo.
Al contrario, se sabe que, en los abordajes, podían ser más bravías y brutales que nadie y que eran ellas las que arengaban a tantos hombres menguados como les habían tocado como compañeros, hasta el punto de que, al cabo de años de piratería, finalmente su barco pudo ser cañoneado, abordado y obligado a rendirse por un navío enviado en su captura por el gobernador de Jamaica, porque solo ellas estaban en pie, mientras que sus compañeros yacían borrachos por la cubierta.
Un final trágico y un indulto
Los destinos de ese trío singular, tras su captura, fueron disímiles: los tres fueron condenados a la horca por piratería, pero Anne Bonny y Mary Read, en este trance, decidieron hacer gala, como nunca antes lo hicieran, de su naturaleza femenina, y abogando por sus vientres adujeron hallarse embarazadas. Ambas quedaron en prisión hasta que se confirmara lo que, para los jueces, no pasaba de ser una suposición.
Jack Rackham, sin embargo, fue colgado sin miramientos. La historiografía no dice si alegó, para defenderse y mitigar su pena, la paternidad de alguno o de ambos nasciturus, pero si lo hizo, su condición masculina y paterna no le valió como atenuante, sino acaso al contrario.
Las crónicas judiciales guardan dos últimas frases: cuando pidió despedirse de Anne Bonny, esta le espetó: «Si hubieras luchado como un hombre, ahora no morirías como un perro».
Ya en el cadalso, para alimentar su leyenda —preveía que sería lo único que quedaría vivo de él—, divulgó: «Desdichado aquel que encuentre mis innumerables tesoros, porque en ningún puerto encontrará barco capaz de cargarlos todos».
Por lo que hace al hijo de Mary Read, si realmente estaba concebido, no llegó a nacer, porque ella murió en prisión, arrebatada por unas fiebres tan exacerbadas como la fiebre de su calenturienta vida.
Anne Bonny parece que fue indultada y, como la historia no registra ningún avatar suyo posterior, tiende a creerse que el resto de su vida discurrió en una doméstica cotidianeidad.
Tampoco las circunstancias que rodean su indulto fueron esclarecidas. Hay quien dice que su padre pagó un rescate y un procurador de los tribunales que la amaba en secreto intercedió por ella.
Otros apuntan que el gobernador de Jamaica recibió una extraña misiva, que le entregó en mano un mensajero misterioso: «Si vuestra merced no libera a Anne Bonny inmediatamente, el trueno de los cañones de mis barcos llegará desde Port Royal a Kingston».
Firmaba esa carta Bartholomew Roberts, que, introduciéndose en las leyendas
de otros piratas, aumentaba así su propia leyenda.
Copyright del artículo © J. Miguel Espinosa Infante. Este artículo es un fragmento del libro Mapa del tesoro I (Fragmentos para mi hijo). Publicado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.