Con la excusa del centenario se ha publicado en español la más reciente biografía de Conrad: La guardia del alba. Joseph Conrad en el nacimiento de un mundo global, de Maya Jasanoff (traducción de María Serrano y Francesc Pedrosa, Debate, Madrid, 2024, 430 páginas). Se trata de una suerte de viaje vital y textual por la existencia conradiana y, teniendo en cuenta que el novelista se concentró en el tema de la vida como viaje, también de una compleja reflexión acerca de dicho itinerario.
La documentación es densa y puntual, y la agiliza una prosa de fluidez narrativa. Vamos alternando lo instrumental con lo imaginario, lo vivencial con lo letrado, la historia de un individuo con la historia general de un planeta enredado por un ensayo general de globalización.
La vida como viaje y el no lugar
Viaje supone cambio de lugar y si hay un personaje que ha diseñado su deriva biográfica y su duplicación novelesca como un itinerario del no lugar, ése es Joseph Conrad (1857-1924). Nació en una población por entonces polaca y actualmente ucraniana, pero no escribió en ninguna de las dos lenguas, aunque el polaco fuese la materna (más bien, paterna). Intentó hacerlo en francés y acabó siendo un escritor de habla inglesa.
Se llamaba Jósef Teodor Konrad Konsemiovitski, aunque el autor de sus libros, según todos sabemos, se denomina Joseph Conrad. Estos desplazamientos culminan, en cierto modo, con su profesión de navegante.
La crítica hacia Conrad
Complejo, el narrador ha sido objeto de filtros diversos. Nadie parece discutir su valía literaria, pero ha habido reparos de toda clase. Las feministas más aguerridas le reprochan la escasez de mujeres en sus narraciones. Los nacionalistas polacos lo consideran un desertor de su lengua genuina. Cierta izquierda lo ve racista por su imagen de los colonizados asiáticos por los europeos, y protofascista por su culto a la jerarquía de los capitanes y los caudillos. Más moderados, muchos de sus lectores preferimos ver en él el juego del vaivén histórico, donde estos extremos se tocan.
Es obvio que un cuentista de viajes prescinda de las mujeres y se refiera a comunidades de varones porque así lo exige la técnica naviera de su tiempo. En cuanto a las jerarquías, si bien es cierta su presencia, también lo es su cancelación. Esto ocurre por la cantidad de situaciones extremas que se plantean en sus obras. Ante una tempestad, un incendio o un naufragio, lo que aparece es el líder natural, espontáneo, eficaz, frente al dirigente institucional.
Carisma y jerarquía
Hay todo un estudio del carisma y sus zonas de oscuridad y secreto en textos como En el corazón de las tinieblas, Tifón, La línea de sombra y El negro del Narcissus. En Nostromo – que muchos juzgamos su obra maestra y una cumbre de la novelística del siglo XX – se presenta el complejo retrato de una sociedad. Para el caso de una supuesta republiqueta sudamericana, Conrad hace un inteligente y sutil estudio de los espacios de poder y las astucias de la razón política.
Aquí, además, aparecen decisivas mujeres. Siempre se las asocia con la tierra firme, donde la vida histórica se aquerencia, se vuelve cotidiana y asegura la continuidad de lo viviente.
La legitimación del poder
Conrad es, por todo esto, el novelista de la legitimación. Bucea en los cimientos que sostienen al que manda, la ley que lo legaliza. Para ello se vale, a veces, de situaciones extremas como el borramiento del tiempo y el espacio en esa suerte de inmóvil hora cero que aparece en una tempestad marina.
El barco se hunde y reflota de un mundo líquido, inestable y amorfo. Al mismo tiempo, la cercanía inmediata, casi tangible, de la muerte borra toda fecha, toda hora, todo instante en el Gran Instante del final o el recomienzo. Es el paisaje del origen, el que, esencialmente, buscan los personajes de Conrad.
El fracaso de la colonización
Se topan con él en la experiencia de la colonización, donde el europeo cree poder imponer su eminencia, pero tambalea en lo desconocido y hasta pierde el caletre, como en La locura de Almayer. Esto sella el discurso conradiano que no es una doctrina ni, mucho menos, una ideología, ya que aproxima a mandones y nihilistas, a reaccionarios y anarquistas, a predicadores y contrabandistas, sino una de las grandes preguntas de la civilización ¿hace falta tanta barbarie para difundirla?
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