Como ocurre y seguirá ocurriendo, la soprano Julia Varady impuso su presencia universal ante los aficionados gracias al disco. En la década de los pasados años setenta, cuando la soprano se hallaba en la plenitud de su treintena aparecieron grabaciones donde la catalogaban como intérprete de variado carácter: Mozart en cabeza y su cercano Cimarosa, pero también Verdi, Wagner, Mascagni. Puccini, Strauss y Bartók, además de Aribert Reimann que le ofreció como Cordelia estrenar su exitosa obra Lear en 1978. O sea que no había especialización, tenía capacidad o recursos para una amplísima oferta lírica que demostró sucesivamente. Van varios ejemplos: Jessonda de Spohr, Olympie de Spontini, La Juive de Halévy, La dama de picas de Chaikovsy.
Nacida Julia Tözsér en Oradea (Hungría, hoy localidad rumana) el 1 de septiembre de 1941 posee en la actualidad nacionalidad alemana, indudablemente por su presencial carrera en esta nación y por matrimonio con el ya fallecido y celebre barítono Dietrich Fischer-Dieskau.
Distinguiendo como principal profesora de canto a Arta Florescu en Bucarest, debutó como mezzosoprano (Orfeo de Gluck) en 1960 en la húngara Cluj, pero de inmediato asumió partes sopraniles como Fiordiligi o Liù.
Integrada en varias compañías alemanas (Fráncfort, Múnich, Berlín) paralelamente realizaba una carrera internacional. Principalmente europeo aunque en el Metropolitan neoyorkino cantara en 1978 Donna Elvira de Don Giovanni. En 1989 cantó el Requiem de Verdi en el Gran Teatro del Liceo y en 2002 volvió con Vitellia, uno de sus personajes clave. En Valencia, con Gómez Martínez interpretó el Requiem de Verdi–
Aunque su actividad fuera preferentemente alemana, ello no le impidió aparecer en París (Elvira y Abigaille, dos extremos), Covent arden londinense, Festivales de Edimburgo y Salzburgo,
Si como cantante de cámara disfrutó de registros discográficos oficiales de grandes multinacionales (como D.G.), como intérprete operística no. Hasta que el sello alemán, muniqués para más datos, Orfeo, le dedicó, al igual que otros cantantes destacados, un disco muy representativo. Es el que servirá para situarla en este museo sonoro.
Se trata de tomas sonoras captadas, desde luego, en la Opera Estatal Bávara entre 1975 y 1992. Aunque no sea del todo un reflejo de lo que fue su carrera escénica, es bastante representativo de la misma. La excelente orquesta del teatro viene dirigida por varios selectos nombres que demuestran el nivel de ese teatro: Wolfgang Sawallisch, Bernhard Klee, Giuseppe Sinopoli y Pinchas Steinberg.
El recital se inicia con Mozart. Elettra de Idomeneo cuenta con tres sabrosísimas páginas solistas que, al estar integradas en el flujo musical de la partitura, no dan oportunidad al público para aplaudir una desahoga intérprete. En ellas se da cuenta de la personalidad de la hija de Agamenón: fuerte y vengativa, antítesis de la angelical Ilia con la que rivaliza sin esperanzas por el amor de Idamante. Pero no es por ello entidad de una sola pieza. En el CD Varady canta el aria que está situada en el medio de esas tres, cuando la temperamental Elettra se tranquiliza y expresa su amor imposible por Idamante. Sería preferible que se hubiera seleccionado la primera, airada (Tutte nel cor mi sento) o la última, de locura /D’Oreste, d’Ajace), buenas oportunidades para el talento de la Varady tal como se evidencia en la grabación completa de 1977 con Karl Böhm, capada os años después de la toma en vivo aquí presente.
Muy expresiva en el recitativo donde saca brevemente a la luz la poderosa personalidad de Elettra, Varady transmite en el aria el ansia amorosa que en ese instante domina a la joven con un canto de una elegancia mozartiana que puede servir de modelo. La voz en 1975 suena con el habitual terciopelo de tintes algo oscuros pero juvenil y hermosa. Lástima que el fragmento es demasiado fugaz para que el retrato sea total.
Vitellia de La clemenza di Tito es asimismo un personaje complejo. Ambiciosa, intrigante y manejadora, Mozart le destina una tesitura complicada. Una mezzosoprano, capaz de soportar las notas graves (llega al si por debajo del do central) se ve apurada para alcanzar las notas altas (do agudo). Por esa misma razón una soprano ha de soportar la escritura bastante alejada de su habitual vocalidad. Además, Mozart le exige a menudo complicados saltos de octava en pro de definir su agitada situación personal. Janet Baker fue una Vitellia excelente en términos mezzosopraniles; en la cuerda de soprano, sobresale Julia Varady. Tal como lo refleja en este CD cantando su complicadísimo rondó final, Non più di fioiri. Vitellia, arrepentida y consciente de una felicidad perdida por su conducta aunque con un toque añadido de auto-compasión, ve su destino incierto al descubrirse todas sus artimañas. La línea de cato, sinuosa, cuenta con enormes cambios que llevan la voz al agudo y especialmente a repentinas notas raves que ponen a la intérprete en serios problemas.
De nuevo, al incluirse el recitato, Varady nos sitúa rápidamente en la situación psicológica de Vitellia. Con una dicción impecable, va pasando por la escritura ondulante del aria llegando imponente a las terribles y temidas nota graves. Desde luego, sin que se pierda el intenso contenido dramático del momento, que acompaña sumiso un anónimo corno di bassetto (clarinete aquí). Soberbia lectura. Pese a que la orquesta no se detiene unida a la siguiente marcha que anuncia la llegada del clemente Tito, el público muniqués no puede evitar los aplausos, espontáneos y justo.
Aunque Varady ha dejado testimonios de otras heroínas straussianas de diferente complejidad (Emperatriz de La mujer sin sombra, Compositor de Ariadne auf Naxos, Diemut de Feuersnot) es asociable sobremanera la deliciosa y muy femenina Arabella.
Tanto Hoffmannsthal en el texto como Strauss en la música han descrito a esta encantadora muchacha vienesa como una mujer sensata. Inteligente, seductora, muy segura de sí misma y sus expectativas vitales y sentimentales. Ello aparecen la mayoría de sus intervenciones como en la primera de las dos seleccionadas en el disco: Mein Elemer. Precedida por uno de los temas principales de la obra, referente al hombre que le conviene, con dulces y afectuosas palabras Arabella reflexiona junto a su hermana Zdenka acerca de sus pretendientes. Son palabras juiciosas de una muchacha que sabe lo que quiere en la vida. La música subraya este delicado y sereno discurso y la intérprete, con la voz justa para el cometido, lo traduce de manera tan convincente como para opinar que se trata de un papel adaptado completamente a ella. La voz adquiere un tono confidencial, plegándose al lirismo del momento y ese timbre aterciopelado y sensual parece darle mayor fuerza al contenido, con sus intermitentes expansiones vocales. Luego, en el corte sucesivo, en la hermosísima escena final donde tiene enfrente a su marido en la vida real, Dietrich Fischer-Diesckau que esta Arabella es la mejor de la época, rivalizando con otras insignes colegas cual fueron Gundula Janowitz, Kiri te Kanawa, Lucia Popp, Ashley Putnan o Anna Tomowa-Sintow.
Hay que añadir que estos fragmentos forman parte de la grabación completa en vivo de 1977 contenida en el mismo sello Orfeo.
De Wagner Varady cantó sus principales heroínas de corte lírico: Eva, Sieglinde y Senta. He aquí, pues, de El buque fantasma la tan popular balada de esta última muchacha, una joven algo extravagante, de imaginación desbordada, enamorada de la imagen de un s que representa a ese Holandés condenado a navegar por los mares tras haber maldecido a Dios. Ella lo va a salvar, muy a la manera wagneriana de la mujer redentora de los desmanes masculinos.
Lo más interesante de su lectura es cómo va aumentando el volumen de su instrumento y variando la expresión a medida que su entusiasmo va aumentando, variando las misma estrofa hasta la extraordinaria expansión final. Extraordinaria versión. Vocalmente se piden escuchar en Senta sopranos más poderosas y a la mente vienen inevitablemente Astrid Varnay, Leonie Rysanek, Birgit Nilsson y otras más (a gusto del lector), pero tal como suena en la voz de Varady parece que ese es el color y la intensidad que ha de merecer el papel.
De Eva en Los maestros cantores ofrece la soprano, a falta de un momento solista, una breve muestra, elegible quizás más por el fragmento (el quinteto del acto II) que por destacar su valor. Varady está acompañada por compañeros a1 su altura: René Kollo (mejor Walter que otros papeles wagnerianos más pesados), Peter Schreier (David de lujo), el Hans Sahs de Fischer-Dieskau y la Lenaa de Cornelia Wulkopf.
Para la mayoría de las sopranos, sea cual sea su condición, es muy tentador meterse en el mundo verdiano, dadas las magníficas oportunidades que para su cuerda ideó el compositor. Y Varady, en la plenitud de su cuarentena, inteligente, experimentada y con un dominio férreo de sus medios, aceptó el riesgo.
Interpretó sopranos de mayor o menor peso lírico (Alice Ford, Desdemona), de carácter spinto (la Leonora sevillana) de dramática de agilidad (la Leonora aragonesa y en especial la terrible Abigaille). De tres de ellas hay constancia en el disco-retrato, enriqueciendo su figura.
Este capítulo verdiano lo comienza con la Leonora de La forza de destino de la que no aparece ni la bellísima plegaria ni el Pace, pace, mio Dio, sino parte de la escena de su llegada a Hornachuelos. Buena elección ya que se trata de la parte más dramática del personaje permitiendo a la intérprete una amplia exhibición de posibilidades.
En Son giunta!, sostenida magníficamente por la batuta de Sinopoli, ya se evidencia que la Varady tiene el temperamento mediterráneo idóneo para el torturado personaje. Sin problemas de registro, centro, graves y agudos, están holgadamente resuelta el aria, mientras que el clima de la situación aparece definido con una nitidez e intensidad manifiestas, pasando de la agitación inicial a la repentina serenidad de forma tan conveniente como creíble. En el dúo con el Padre Guardiano (un formidable Kurt Moll pese a estar asociado a otros repertorios), de nuevo la intérprete pasa por tan diferentes estados anímicos como para poder opinar que en ese momento, última década del siglo pasado, su interpretación es equiparable (o superior) a las colegas que por entonces merecieron grabaciones de multinacionales del medio. Que fueron Galina Gorchakova (en la versión rusa original), Mirella Freni, Rosalind Plowright. Varady, sin dejar de lado las indudables cualidades de las tres colegas ciadas, sobresale por encima de ellas, la rusa, la italiana u y l inglesa.
De la Leonora de Il Trovatore testifica el disco su más complicado momento de canto, otra vez complicada por las exigencias belcantistas, al servicio de una expresividad contemplativa y lamentosa. Hay que tener muy a punto la voz y el manejo de la respiración para sacar adelante esta mágica aria. En la que la manifestación de recursos instrumentales han de estar al servicio de la expresiñon. Con ese impecable control respiratorio, un fiato dilatado y la atención a los pequeños pero certeros adornos, ya desde el triste recitativo, Varady entra en esa especie de trances amoroso de Leonora dejando al oyente atento y paralizado por el asombro.
Con esta página acaba el disco, pero previamente la Varady nos brinda una muestra de que podía ser una soprano dramática de agilidad a la manera verdiana: el aria de Abigaille del acto II de Nabucco
Se trata sin duda del desafío de mayor riesgo de la cantante húngaro-germana.
En principio si pensamos en previas o contemporáneas cantates que se han enfrentado a esta amazónica hija bastarda de Nabucco (Callas, Rysanek, Cerquetti, Suliotis, Gulín, Bumbry, Dimitrova, Guleghina), Varady carece del impacto vocal de estas colegas. Esa fortaleza asociada a Abigaille y, seguramente, un colorido de otra densidad o anchura.
Pero, como maniáticamente ordenaba Verdi por encima de la opulencia de los medios, Varady da un valor poderoso a la palabra y, en consecuencia, a las notas que las sostienen, añadiendo el amplio registro, los seguros saltos de octava, sim que en ningún momento aparezcan síntomas de debilidad.
El vigor con el que ataca el recitativo, Ben io t’ invennni, es seguido por esa atención milimétrica al texto y sus diferente estado interior culminando con esa exhibición de dos octavas del do grave al agudo en o fatal sdegno.
Pero Abigaille no es únicamente una mujer defraudada y vengativa, tiene unos sentimientos que afloran en el andante cantabile del aria. Se humaniza, añorando tiempos más lisonjero donde era capaz de amar y compadecer. Un Anch’io dischiuso un giorno de enorme belleza, donde sobresale la presencia de flauta y clarinete en el acompañamiento. Varady resuelve con maneras de una auténtica intérprete belcantista, la que une estilo con expresividad. La medias voces, adecuadas a la narración, son de un terciopelo irresistible. Lástima que se haya omitido la cabaletta. Imperdonable. Puede que por razones de duración (77’ hoy día hay cedés que pasan de los 80’). La cantante solía rubricarla con sobreagudo no escrito pero siempre esperado por la afición.
De Verdi ha dejado Varady al completo, siempre en ediciones en vivo, interpretaciones de Aida, Desdemona y Violetta Valéry. De obligada escucha.
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