Uno de los tal vez mayores agentes de la vida humana sea, por paradoja, el intento de matar la muerte. Explorar el pasado, obtener una historia, honrar a los ancestros queridos o queribles (muchos de ellos, desconocidos o inexistentes) son variables maniobras para inmortalizar a la especie, ya que no a los individuos.
Un recurso insistente consiste, al respecto, en convertir al muerto en alimento y devorarlo. Literalmente, lo han hecho remotas culturas hasta que se sustituyó la ingestión directa del finado –se supone que con todas sus virtudes entripadas– por una ceremonia: el banquete totémico. Algo de eso hay en la comunión cristiana y en los simpáticos y sabrosos huesos de santos que ilustran algunas de nuestras fiestas más o menos religiosas.
La ventaja de estas dulzuras de tahona es que desaparecen al ser masticadas. Con los huesos de los santos de verdad pueden llevarse chascos tan memorables como sus hazañas y milagros. Por algo la Iglesia los encofra en sus relicarios, para que se escapen. Se los venera de lejos y bien guardados en alhajeros que acaban pareciendo uno de esos tesoros domésticos que yacen al fondo de los armarios, cubiertos de toallas y jerseys.
En efecto, por ejemplo, los huesos de Cristóbal Colón y uno de sus hijos se mezclaron para repartirse entre Sevilla y Santo Domingo. Al inhumarse a Vasco Da Gama aparecieron en su ataúd dos cráneos. Uno de ellos, evidentemente, no le pertenecía, como tampoco uno de los dos sepulcros de Cristo que se veneran en Jerusalén. ¿Son decididamente de Cervantes los huesos que yacen en las Trinitarias?
Qué más da. Es lo que decidió, con buen tino, la familia de García Lorca al anunciarse la enésima excavación para ubicar sus huesos.
La insistencia de los especialistas y el periodismo orillan la obscenidad. Unos y otros ignoran que lo que sobrevive de Federico no son sus huesos sino sus libros. Es cierto que se intenta una reparación social de su asesinato, que es como poder celebrar, de algún modo, su velatorio. Pero es también ignorar que un poeta tiene obra aunque no tenga biografía y que un santo hace milagros aunque no tenga huesos.
Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.