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«Todo lo bueno es libre y salvaje», de Henry David Thoreau

Si yo les digo que un pensador admirado por GandhiLeón Tolstoi, Frank Lloyd Wright y Martin Luther King, autor de títulos que siguen vendiéndose generación tras generación, fue prácticamente ignorado en su época, es muy probable que ustedes quieran saber el motivo de esa fama póstuma.

Nuestro personaje, Henry David Thoreau (1817-1862), se acercó al trascendentalismo en filosofía y defendió la desobediencia civil, pero su aporte más singular al pensamiento contemporáneo es una defensa de la naturaleza que puso las bases del movimiento ecologista.

Si a esto le añadimos que fue un abolicionista convencido y que entre 1845 y 1849 se recluyó como un ermitaño en su cabaña del lago de Walden, entenderemos mucho mejor por qué luego prosperó su leyenda.

El libro más famoso de este Quijote norteamericano, titulado precisamente así, Walden (1854), recoge los recuerdos de aquella experiencia suya con una gran intensidad espiritual. En sus páginas afloran varios impulsos: el retorno a la vida ancestral, el conservacionismo, el rechazo a las ambiciones económicas y a las imposiciones del gobierno, y sobre todo, el gusto por la descripción literaria de ese mundo salvaje y por las ciencias naturales. No olvidemos que Thoreau era un lector de pioneros de esta disciplina, como William Bartram o el propio Charles Darwin.

Aunque sus libros se comercializaron  con éxito a partir de la Segunda Guerra Mundial, su verdadero apogeo se produjo a partir de la década de los setenta, coincidiendo con la consolidación del movimiento ecologista.

Un buen amigo suyo, el escritor William Ellery Channing (1818-1901), autor de la primera biografía sobre el autor de Walden, definió a Thoreau como la perfecta síntesis entre un poeta y un naturalista. No me parece una mala fórmula, sobre todo tras la lectura de esta soberbia e inspiradora selección de textos que lleva por título Todo lo bueno es libre y salvaje.

Y es que, en efecto, leer a Thoreau nos convence de dos certezas: tenía una gran virtud para el retrato lírico del paisaje y conocía a fondo todas las sutilezas del mundo silvestre.

En todo caso, la antología que motiva estas líneas funciona como un repertorio de aforismos: una especie de breviario portátil que nos transmite las enseñanzas de Thoreau en pequeñas e intensas dosis.

Para transmitirles la sensación con la que uno sale de esta luminosa lectura, recurro al propio escritor. En el siguiente párrafo de sus Diarios transmite lo mismo que yo he pensado al llegar a la última página de Todo lo bueno es libre y salvaje: «Un libro ‒escribe‒ debería ser tan cierto como para resultarles íntimo y familiar a todos los hombres, igual que el sol en su rostro. Lo mismo que una palabra que se pronuncia de cuando en cuando a un acompañante en los bosques».

Sinopsis

Pocos escritores o pensadores han tenido la puntería y el pulso de Henry David Thoreau. Pero a Thoreau no le gustaba la caza, así que usaremos otra metáfora: digamos mejor que pocos escritores o pensadores han sabido extraer la miel del mundo a partir de una sola flor, pocos han estado tan dotados para ese aforismo, esa frase o ese breve fragmento tras cuya lectura sentimos que algo destella, que algo en nuestra vida puede cambiar, que se despliega un conjunto inédito de posibilidades existenciales. Los libros de Thoreau, sus ensayos, sus diarios, sus poemas, sus cartas y sus manuscritos inéditos son una fuente inagotable del pensamiento más luminoso e inmediato, aquel que nos golpea en la cara como una ráfaga inesperada de aire fresco y vivificador. Desde esta premisa, hemos recorrido toda su obra y hemos recogido en este volumen una amplia antología de los mejores pensamientos de Thoreau: aquí se trata sobre la belleza y el azar, la aurora y el crepúsculo, la amistad y la imaginación, la moda y la dieta, la libertad y la insumisión, la música y el silencio, los indios y la sabiduría, la simplicidad y el dinero, los viajes y la soledad, los árboles y los pájaros, el trabajo y el amor, la muerte y lo que nos salva, lo salvaje en la naturaleza y en nosotros mismos, los libros y el inextinguible deseo de leer, lo sagrado en el cielo y en la tierra, la felicidad de las marmotas y de los humanos, los paseos por el bosque y también por la ciudad, la estaciones y el ciclo interminable de la vida… Un verdadero regalo para todos aquellos que, tal como dijo Thoreau, saben que todo lo bueno es libre y salvaje.

Henry David Thoreau (Massachusetts, 1817-1862) fue agrimensor, naturalista, conferenciante y fabricante de lápices, además de ensayista y uno de los padres fundadores de la literatura norteamericana. Disidente nato, tan completamente convencido de la bondad de la naturaleza como para proclamar un «pensamiento salvaje», se le considera también un pionero de la ecología y de la ética ambientalista. Sin embargo, su auténtico empleo fue, según él mismo se ocupó de recordar, «inspector de ventiscas y diluvios». Su primer libro, Musketaquid, nace de un intenso viaje por los ríos Concord y Merrimack junto a su hermano John. Pero Thoreau quiso experimentar la vida en la naturaleza de forma plena y para ello, el 4 de julio de 1845, Día de la Independencia, se fue a vivir durante dos años a una cabaña en los bosques, donde redactó su obra más conocida, Walden, recientemente editada por Errata naturae. Años antes se había negado a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue encarcelado. De este hecho nace su ensayo La desobediencia civil, pionero en sus propuestas relativas a la insurrección frente al Estado y la no violencia. De este mismo autor Errata naturae ha publicado también Cartas a un buscador de sí mismoUn paseo invernal y Desobediencia. Antología de ensayos políticos.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Errata Naturae. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.

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