Cuando el tenor norteamericano Richard Tucker debutó en 1943, los colegas que triunfaban en los escenarios internacionales llevaban el nombre de Beniamino Gigli y Giovanni Martinelli, entre los más veteranos y destacados. Luego habría de competir con Jussi Bjoerling, Mario del Monaco, Franco Corelli, Giuseppe di Stefano y Carlo Bergonzi. En su espacio americano, también podría sumarse a su cuñado Jan Peerce.
Ese judío de nombre Reuben Ticker pronto se abrió camino situándose en lo más alto del podio tenoril, con un repertorio común amplísimo que abarcaba el italiano, el francés y hasta parte del ruso, que dadas las costumbres de entonces, interpretaba en inglés. Su voz era grande, potente y extensa, perfectamente encuadrada en su tesitura. La manejaba con una franqueza y vitalidad generosas cuya consecuencia directa era el espontáneo impacto que inevitablemente ejercía en el público. El adjetivo que mejor podía definirle era sólido: en los medios, en la técnica, en el canto y la interpretación.
Se podrían preferir voces (entre las citadas) que atrajeran más por su colorido, pero el arte de Tucker era modélico e inatacable. Dejó una extensa colección de discos, grabaciones completas o recitales de variado tipo, y ese legado es hoy referencial, sobre todo en los papeles que más se adaptaban «naturalmente» a sus posibilidades vocales, las de un tenor spinto.
Grabaciones emblemáticas de Richard Tucker
El disco doble que va a dar cuenta de su categoría en este apartado (Public Performances 1949/1968, Memories) reúne lecturas mayoritariamente captadas en vivo de personajes verdianos y puccinianos que le iban como hechos a medida. Se trata de tomas realizadas entre 1949 y 1968, algunas en compañía de sopranos o barítonos con los que tuvo una especial empatía: Renata Tebaldi, Zinka Milanov, además de dos barítonos de diferentes personalidades como Tito Gobbi (soberano artista) y Ettore Bastianini (voz espectacular).
El disco retrato comienza con la página tenoril de Rodolfo en Luisa Miller de Verdi, proveniente del Metropolitan neoyorquino. Parece increíble que esta hermosa partitura, estrenada en ese teatro en 1929, con un cuarteto de lujo (Ponselle, Lauri-Volpi, De Luca y Pasero con Serafin en el foso), no regresara al escenario hasta 39 años después. Tucker participó en ese retorno y su soberbia interpretación seguramente colaboró para que la obra se asentara para siempre en el repertorio del teatro.
La fuerza con la que transmite el enérgico recitativo con su robusta voz contrasta con el andante Quando la sera al placido, delicada evocación sentimental con aires de nocturno, y con el siguiente y renovado cambio de acentuación para la potente, por más que desesperanzada, cabaletta. Tucker demuestra que, por tipología vocal y conceptos, es un extraordinario tenor verdiano. Un modelo de cómo plantear y solucionar el momento.
Vocalmente, en todo su esplendor tímbrico, su temperamento desbordado y la calidad de su canto noble y disciplinado, Tucker se pone al servicio de una ejecución difícilmente superable. Todas las cualidades de Tucker están presentes: calidad y cantidad vocales, canto genuino, sobresaliente descripción del momento que vive el personaje.
Un repertorio vasto y variado
Como la distribución del disco sigue el orden cronológico de los estrenos verdianos, el siguiente corte pertenece a Il trovatore. El tenor canta Mal reggendo frente a su madre (Franca Mattiucci) y su escena principal junto a su amada Leonora (Montserrat Caballé). El lirismo de unas páginas viene perfectamente contrastado con el brío de otra, la popular Di quella pira de Manrico.
Si un cantante, cualquiera sea la cuerda, puede ser juzgado a partir de tres premisas (voz, canto, interpretación), es cómodo decidir que Tucker es un Manrico referencial. Esas tres condiciones están sobradamente cumplidas en estos cortes captados en 1968, cuando tenía aún esplendorosos 55 años, bajo la impetuosa dirección de Thomas Schippers. Se podría considerar que el esperado agudo de Di quella pira (que, se recuerda, no está escrito por Verdi, pero sí aceptado por él) suele escucharse con mayor alargamiento. Tucker, aunque evidenciaba a veces una cortedad de fiato, controlaba muy bien esta limitación y era capaz de exhibir el desarrollo de la línea melódica adecuada.
Rodolfo Celletti se refiere al Manrico de Tucker definiéndolo brevemente como de «buen oficio», mientras que a los contemporáneos Mario del Monaco y Giuseppe di Stefano no les es tan halagador. Del primero destaca su «pésimo canto»; del segundo, que carece de las cualidades necesarias para interpretar a Manrico.
Los grandes dúos de Tucker
De 1955 son los fragmentos de Un ballo in maschera. El dúo junto a la fastuosa Zinka Milanov, una voz verdiana en toda la regla, y el aria principal de Riccardo. El Riccardo de Tucker es la suma perfecta de emoción e intensidad, condiciones apropiadas para tan singular personaje. Quien escribe recuerda una actuación radiada de la obra desde el Gran Teatro del Liceo en 1965. El torrente de aplausos suscitados tras La rivedrai nell’estasi aún resuena en los oídos. Esa energía que transmitía su concepción aparece aquí en toda su magnitud, sin que por ello le impida cantar a Verdi como merece el compositor.
Don Álvaro de La forza del destino es otro papel verdiano igualmente muy adaptado a la personalidad de Tucker. Lo grabó en dos ocasiones, con Maria Callas y Leontyne Price, aparte de reflejarlo en otras lecturas en vivo, donde deja clara su afinidad con un personaje de fuerte temperamento que puede explotar a la más mínima provocación. Una mezcla de moderación e impulsos, una dualidad extraordinariamente destacada por el cantante.
La interpretación de La forza del destino
En el CD (de 1960) ofrece el aria y dos dúos con el barítono. En esas tres ocasiones aparece esa singular simbiosis entre entidad e intérprete. Un Don Alvaro de fortaleza vocal apabullante, máxime al tener de frente a un auténtico titán de la cuerda baritonal, Ettore Bastianini. Dos colosos de similar poderío instrumental, sano y generoso, que encajan perfectamente.
Tucker, al máximo de sus posibilidades, con unos agudos brillantes de un metal muy penetrante, canta con un estilo esencial e inequívocamente verdiano. Para cortar el aliento del oyente, en el último dúo entre tenor y barítono, la tensión entre ambos llega a su cúspide. La actuación es en vivo. Tucker, entre arranques y contención, halla en su epicentro, el andante Le minaccie i fieri acenti, un desarrollo melódico de inmaculada exposición.
Cabe añadir que la incómoda nota grave, si bemol en rase descendente de io mi postro al vostro pie (que muchos tenores evitan), Tucker la resuelve con maestría. Esto confirma que posee con holgura las dos octavas de la parte de Don Alvaro. Nunca Tucker lo expresó tan certeramente como en esta grabación.
Tucker en Don Carlo
Más Verdi, ahora Don Carlo, siempre cantado en italiano por Tucker, como solía hacerse en su época. El desequilibrado infante español fue también una parte que le ofreció respeto, elogios y triunfos. El fragmento elegido corresponde a una función de Chicago de 1960, en la que se encuentra con el Posa de Tito Gobbi.
Su Don Carlo es inusitadamente vigoroso y seguro de sí mismo, juzgando este dúo del acto I, el dúo de la amistad fraterna con el tema que luego reaparecerá oportunamente en otros momentos de la partitura. Para Tucker, el afligido príncipe español se distingue más por su desbordada pasión que por la inestabilidad de su carácter.
Aida y el Radamès de Tucker
Más representativo en la carrera del tenor norteamericano fue, sin embargo, el Radamès de aida. Toscanini lo eligió para una lectura radiada de la obra, grabada en concierto en 1949 tanto en imágenes como en audio. Una versión que de inmediato se situó como referencia ineludible.
Tucker tenía el aliento amoroso y el ardor guerrero asociable al militar egipcio tan bien definido por Verdi. En su Celeste Aida destaca ambas motivaciones. Tratándose de Toscanini, el tenor, al no emitir el si bemol conclusivo morendo como indica la partitura, se decanta por hacerlo en forte y repetir la frase en la alternativa octava inferior. Tucker volvió a grabar Radamès al completo junto a Maria Callas en 1955. El Radamès de Tucker, para la crítica italiana más dura y exigente, fue considerado uno de los mejores de una amplísima discografía iniciada en 1907 y continuada por colegas de generaciones posteriores.
Grandes personajes
En territorio pucciniano, Tucker asumió la mayoría de sus personajes: des Grieux, Rodolfo, Cavaradossi, Pinkerton, Johnson y Calaf. Los más significativos de los que dejó testimonio, salvo en el caso del príncipe ignoto.
El presente disco recoge los dos que probablemente le facilitaron mayores halagos: des Grieux y Cavaradossi, ambos al lado de Renata Tebaldi, captados respectivamente en 1959 y 1956. Los tres fragmentos incluidos de Manon Lescaut ofrecen un retrato de un des Grieux (unos veinte minutos) de juvenil impulso, apasionado y apasionante. Tucker era capaz de expresar con una claridad contagiosa el afectuoso lirismo y su desbordada pasión amorosa, tal como aparece en el imponente dúo del segundo acto.
Con una Tebaldi igualmente más entregada que sutil, ambos dan rienda suelta a sus generosos medios, cuyo mejor adjetivo para describirlos sería el de imponentes, arrebatadores. Pero Tucker deja para el aria Pazzo son sus mejores recursos. Son impresionantes los acentos logrados, de una energía y franqueza insuperables. Un memorable Tucker, que, como des Grieux en el Met, hubo de competir con otro colega excepcional: Jussi Björling. Finalmente, elegido por RCA (el sello discográfico de cabecera de Tucker) para la grabación completa en estudio de la ópera.
Interpretación de Tosca
Pero Tucker dejó una ejecución en vivo en Caracas en 1972 con Magda Olivero, capaz de suplir esa carencia. De obligada escucha. Las dos arias y el dúo del tercer acto (de nuevo con Tebaldi) de tosca completan el capítulo pucciniano del disco. Un Cavaradossi valiente y arrebatado en el amor y en sus ideales políticos, a través de una prodigalidad vocal exhaustiva.
Los sentimientos que dominan al pintor revolucionario están claramente definidos en cada momento. Además, tímbricamente, tenor y soprano coinciden en muchos aspectos: anchura, color, potencia, empuje.
Andrea Chénier
Clausurando este amplio pero incompleto retrato del gran tenor norteamericano, es muy acertado que se añadan cuatro momentos del Andrea Chénier de Umberto Giordano. Una parte que fue muy frecuentada por Tucker, aunque no tuviera oportunidad de registrarla en estudio. Su RCA podría habérsela ofrecido, pero hubo de esperar a 1976 para dársela a Plácido Domingo.
Quedan testimonios en vivo, en especial uno con Zinka Milanov en 1958. Aquí, con Tebaldi, el tenor realiza esa mezcla de efusividad amorosa y fraseo impetuoso que caracteriza al poeta. Su esencia dramática viene expuesta de forma sencilla, clara y vigorosa. Un modelo a tener en cuenta. La cuantía de sus medios se corresponde perfectamente con las exigencias expresivas de la parte.
Biografía y herencia
Tucker era natural de Nueva York, donde nació el 28 de agosto de 1913, en el seno de una familia judía. Su principal profesor, al igual que la soprano Eleanor Steber y la mezzo Irene Dalis, fue Paul Althouse. Este, en su exitosa carrera tenoril, fue en el Met un excelente cantante wagneriano, compositor que nunca cantaría su aventajado alumno. Fue un Siegfried y un Tristan en competencia con Lauritz Melchior.
Tucker debutó en el Met en 1945 como Enzo de la gioconda. El teatro neoyorquino se convertiría en el centro de sus actuaciones durante tres décadas, exhibiéndose en una amplísima oferta, incluyendo las giras con la compañía. Llegó a realizar un total de 499 apariciones. Esto no le impidió presentarse en Europa y Sudamérica. En el Liceo de Barcelona se le escuchó como Don José, celebrando el centenario del estreno de carmen, el ya recordado Riccardo y Eliazar de la juive.
Durante una gira de conciertos con su colega y amigo Robert Merrill, Tucker murió repentinamente en Kalamazoo el 8 de enero de 1975.
Desde 1978, un concurso de canto que lleva su nombre ha premiado a intérpretes que han hecho, o están haciendo, importantes carreras. Entre los primeros premiados destacan Rockwell Blake y Diana Soviero. Los actuales incluyen nombres como Lisette Oropesa, Nadine Sierra, Michael Fabiano, Angel Blue o Isabel Leonard.
Otros artículos de la serie Pinacoteca canora
Copyright del artículo © Fernando Fraga. Reservados todos los derechos.